Fiambre de carne
Me encontré con Fred en el café. Ya había llegado y me esperaba. Doc Edwards estaba con él. Fred miraba la carta.
—Hola —dije.
—Qué hay.
—Hola —dijo Doc Edwards.
—Esta mañana tenías mucha prisa —dije—. Parecía como si necesitaras un caballo.
—Es cierto. Tenía que ayudar en un parto. Esta mañana se nos ha añadido una niñita.
—Qué bien —dije—. ¿Quién es el afortunado padre?
—¿Conoces a Ron?
—Sí. Vive en la choza que hay junto a la zapatería. ¿Verdad?
—Sí. Ese es Ron. Ha tenido una niña preciosa.
—Ibas muy deprisa. No sabía que aún pudieras correr tanto.
—Sí. Sí.
—¿Cómo estás, Fred? —dije.
—Bien. Ha sido una buena mañana de trabajo. ¿Qué has hecho tú?
—He plantado unas cuantas flores.
—¿Has trabajado en tu libro?
—No, he plantado unas cuantas flores y me he echado una larga siesta.
—Vago.
—Por cierto —dijo Doc Edwards—. ¿Cómo va el libro?
—Bueno, va.
—Estupendo. ¿Y de qué trata?
—Sólo de las cosas que apunto: una palabra tras otra.
—Bien.
La camarera se acercó y nos preguntó que qué queríamos para almorzar.
—¿Qué queréis para almorzar, chicos? —preguntó.
Hacía años que era camarera en aquel café. Había sido joven y ahora ya no lo era.
—El especial de hoy es fiambre de carne, ¿verdad? —dijo Doc Edwards.
—Sí, «cuando el día es gris, sólo el fiambre de carne me hace feliz», ése es nuestro lema —dijo.
Todos se rieron. Era un buen chiste.
—Tomaré fiambre de carne —dijo Fred.
—¿Y tú? —preguntó la camarera—. ¿Fiambre de carne?
—Sí, fiambre de carne —respondí.
—Tres fiambres de carne —dijo la camarera.