Los tigres

Después de cenar, Fred dijo que lavaría los platos. Pauline dijo que de ninguna manera, pero Fred insistió y se puso a recoger la mesa. Cogió algunos platos y cucharas, y eso zanjó el asunto.

Charley dijo que pensaba irse a la sala, sentarse junto al río y fumar una pipa. Al bostezó. Los otros dijeron que harían otras cosas, y se fueron a hacerlas.

Entonces apareció el viejo Chuck.

—¿Cómo has tardado tanto? —preguntó Pauline.

—Decidí descansar junto al río. Me quedé dormido y estuve soñando mucho rato con los tigres. He soñado que volvían.

—Qué horror —dijo Pauline.

Tembló, encogió los hombros como si fuera un pájaro y colocó las manos encima de ellos.

—No, no pasó nada —dijo el viejo Chuck.

Se sentó en una silla. Tardó mucho tiempo en sentarse, y fue como si hubiera brotado de la silla. Tan pegado estaba.

—Esta vez fue diferente —dijo—. Tocaban instrumentos musicales y daban largos paseos bajo la luna.

»Se paraban y tocaban junto al río. Los instrumentos eran bonitos. También cantaban. Acuérdate de lo hermosas que eran sus voces.

Pauline volvió a temblar.

—Sí —dije—. Tenían unas voces hermosas, pero nunca les oí cantar.

—En mis sueños cantaban. Me acuerdo de la música, pero no de la letra. Eran buenas canciones, y no había en ellas nada que asustara. A lo mejor es que soy un anciano —dijo.

—No, tenían hermosas voces —repetí.

—Me gustaban sus canciones —dijo el viejo Chuck—. Luego me desperté y hacía frío. Vi los faroles en los puentes. Sus canciones eran como los faroles, quemaban aceite.

—Me tenías un poco preocupada —dijo Pauline.

—No —negó el viejo Chuck—. Me senté en la hierba, me recosté contra un árbol y me quedé dormido. Y soñé mucho rato con los tigres; cantaban canciones, pero no me acuerdo de la letra. Sus instrumentos también eran bonitos. Se parecían a las farolas.

La voz del viejo Chuck se apagó lentamente. Su cuerpo siguió relajándose hasta que pareció que había estado siempre en aquella butaca, y sus brazos reposaban suavemente sobre azúcar de sandía.