Choza
Me detuve en el puente que llevaba hasta mi choza. Era agradable estar encima de él, pues estaba hecho de todas las cosas que me gustan, las cosas que son buenas para mí. Me quedé mirando a mi madre. Ahora no era más que otra sombra en la noche, pero antaño había sido una buena mujer.
Entré en la choza y encendí mi farol con una cerilla de quince centímetros. El aceite de truchasandía ardió con una hermosa luz. Era un aceite magnífico.
Cuando es el momento propicio mezclamos el azúcar de sandía con el jugo de trucha y yerbas especiales para preparar este magnífico aceite que utilizamos para iluminar nuestro mundo.
Tenía mucho sueño, pero no ganas de dormir. Cuanto más sueño tenía, menos ganas tenía de dormir. Me quedé echado en la cama mucho rato sin quitarme la ropa, dejé el farol encendido y me quedé mirando las sombras de la habitación.
A pesar de los presagios de que pronto ocurriría algo malo que nos afectaría a todos, las sombras eran bastante hermosas. Ahora tenía tanto sueño que mis ojos se negaban a cerrarse. Los párpados estaban petrificados. Eran estatuas de ojos.