Un desfile

—Eh, ayúdame a bajar las escaleras con la carretilla.

—De acuerdo.

—Vale, gracias.

Amontonamos los cadáveres delante de yoMUERTE. Nadie sabía qué hacer exactamente con ellos, pero desde luego no los queríamos en yoMUERTE.

Mucha gente del pueblo había venido a ver qué estaba ocurriendo. Para cuando sacamos el último cadáver con la carretilla debía de haber quizás unas cien personas.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó el maestro.

—Se han destrozado —contestó el viejo Chuck.

—¿Dónde están sus pulgares y los apéndices de la cara? —preguntó Doc Edwards.

—Ahí, en ese balde —dijo el viejo Chuck—. Se los han cortado con sus navajas. No sabemos por qué.

—¿Qué haremos con los cadáveres? —preguntó Fred—. No vamos a enterrarlos en tumbas, ¿verdad?

—No —dijo Charley—. Tenemos que hacer otra cosa.

—Llevadlos a sus chozas de la Olvidería —dijo Pauline—. Quemadlos. Quemad sus chozas. Quemadlo todo y luego olvidémoslos.

—Buena idea —dijo Charley—. Vamos a buscar unos cuantos carros y los llevaremos allí. Qué cosa tan terrible.

Colocamos los cadáveres en los carros. Por entonces casi todo el mundo en azúcar de sandía se había congregado en yoMUERTE. Juntos comenzamos a dirigirnos hacia la Olvidería.

Nos pusimos en marcha muy lentamente. Parecíamos un desfile que apenas se moviera hacia PODRÍAIS PERDEROS. Yo caminaba junto a Pauline.