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Era un final y un principio, y quedaron en ir juntos a tomar una cerveza en el Buddy Holly. Aunque era poco más de mediodía, la multitud de los viernes se afanaba en entrar y salir del establecimiento. Como música de fondo, un apacible zumbido. Seguía afectada, lo notaba, igual que él; todo estaba muy reciente. Pero lo principal era que Jacob había salido de aquélla. Había adivinado que estaban juntos antes de que ella misma se lo contara. Levantó el vaso mirándola. Le dolió cuando su peso le contrajo los músculos del pecho alrededor de la herida, pero al menos seguía con vida y había podido dejar la cama en pocos días. Brindaron.
—Bienvenida a la Sección A. Me han dicho que te van a dar un despacho al lado del mío.
—¿En serio? ¿Voy a dejar de ser una sin techo?
Trokic se echó a reír sacudiendo la cabeza.
—¿Has llevado los documentos al psiquiátrico? —preguntó.
Lisa asintió. Habían encontrado la aportación de Christoffer Holm a la investigación neuroquímica dentro de un sobre en el coche de Isa Nielsen.
—Espero que los empleen como es debido —comentó.
—Estuve un buen rato charlando con el médico jefe. Se ve que él también tiene escrúpulos y no creo que haga públicos los resultados de Christoffer así como así.
—¿Por qué no?
—Yo misma me he leído todo el material —le explicó— y el médico también, claro. Christoffer no quería que la industria farmacéutica hiciera un mal uso de sus investigaciones, debía de tener sentimientos muy encontrados. Trataba de mejorar los antidepresivos y de pronto se encontró con el resultado definitivo y preguntándose adonde nos llevaría. Su colega nos contó a Jacob y a mí que disponer de un antidepresivo sin efectos secundarios sería muy problemático. Demasiado sencillo.
—¿Qué quieres decir?
—Sí, Christoffer temía que pudiera tener consecuencias sociales. Es más complicado de lo que parece y sé por dónde iba. ¿Qué pasaría si ya nadie se quejara del estrés que lleva a la depresión porque de pronto existiera una solución definitiva, una solución exenta de problemas y sin ningún efecto secundario? Es importante que la gente grite y se rebele contra un progreso que implica que las cosas vayan cada vez más y más rápido.
—Da qué pensar —admitió él.
—Sí, quién podría predecir qué ocurriría.
El comisario vació su vaso y levantó la mano para llamar la atención del camarero.
—¿Te apetece otra cerveza?
—Me muero por ella —sonrió ella.
—¿Y ahora qué? ¿Piensan archivarlo todo?
—Dijo que intentarían encontrar la manera de que las cosas estuvieran más controladas —le explicó Lisa—, que iba a reunirse con los de Sanidad.
—Entonces, el tiempo dirá.
—Algo así.
Un camarero les dejó dos cervezas en la mesa. De pronto sonó el móvil de Trokic. Era imposible oír algo en medio de aquel ruido, de modo que salió a la calle, desde donde veía a Lisa a través del cristal. Tenía un aire triste porque pensaba en Jacob, por supuesto, pero saldría adelante. Ya se había dado cuenta de lo fuerte que era. La llamada era de Agersund.
—¿Molesto? —preguntó.
—Tú siempre molestas.
Agersund gruñó de mala gana.
—Una patrulla ha estado echando un vistazo por un sembrado no muy lejos de Smedegárden. Un jinete ha encontrado un montón de trozos de espejo muy curiosos. Una auténtica porquería.
Trokic daba pataditas en la acera.
—¿Y?
No estaba de servicio, era viernes y ya tenía planeado su ritual culinario.
—¿Puedes ir para allá?
—El lunes.
Silencio al otro lado del teléfono. Contempló una procesión de personas disfrazadas que se acercaba, una despedida de soltero; al novio le habían puesto cresta y colmillos. Oía la pesada respiración de Agersund.
—El lunes —repitió su jefe con resignación.