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—¿Se ha quedado alguien con Irene Holm? —preguntó Trokic una hora más tarde, tras preparar un Nescafé y sacar una bolsa de cacahuetes y un rollo de crema del armario.
Como fondo tenían la última edición de las noticias de TV2.
Por la mañana hablarían del investigador y de su novia, pero al parecer no habían interceptado la información del hallazgo del cadáver a tiempo para la noche. Se alegró.
—Lisa ha localizado a una amiga suya —contestó Jasper—, sus padres ya no viven. Dime una cosa, eso que tienes ahí ¿es una planta? ¡Una planta vivita y coleando, Daniel! ¿Cuánto tiempo lleva resistiéndose a la muerte por desecación en tan lóbregas condiciones?
—Me la regaló una vecina hace un par de semanas por cuidarle la cobaya mientras estaba de vacaciones —le explicó.
Jasper siempre tenía a punto un comentario sobre su situación doméstica. En su opinión, era «lóbrego» dejar las paredes pintadas de gris oscuro, por más que él le señalase que en realidad era un gris con un toque de verde. También era «lóbrego» no tener nunca nada en la nevera y que Pjuske no se dignara dirigirle la palabra.
Trokic revolvió en la pila de declaraciones en busca del interrogatorio de la amiga de Anna Kiehl, Irene.
—¿Qué te parece la reacción de la amiga ante todo esto? —preguntó.
—Yo creo que sólo estaba impactada.
—No sé yo —comentó con escepticismo.
—Yo la he visto sincera —opinó el inspector—. ¿No tienes nada con un poquito más de graduación que el café?
—¿Vino?
—Por ejemplo.
Fue a la cocina a coger una botella del botellero y dos copas.
—Parecía más tensa cuando fuimos a visitarla hace unos días —añadió Jasper.
El comisario llenó ambas copas y vació la mayor parte de la suya de un solo trago. Su vino preferido, un Cabernet Sauvignon chileno. No era caro, pero acariciaba la lengua como una nube de caramelo.
—Seamos francos: eso de que tuviese una relación tan estrecha con los dos no pinta nada bien, podría estar involucrada.
Continuó revisando la montaña de papeles. Quería releerlo todo mejor al día siguiente.
Cuando al fin abandonó la lectura y levantó la vista, se encontró con que el joven inspector se había quedado dormido. Vació el resto de la botella con un suspiro. No había razón alguna para desperdiciar aquellas uvas chilenas. Ya se estaba adormilando cuando el teléfono empezó a alborotar a menos de medio metro de distancia.
—Soy Bach —se presentó la persona que había al otro lado.
—¿Qué pasa?
—Mañana empezamos temprano. Hacia las siete.
—Vale. No puedo decir que me alegre.
Arrancó un chicle de la mesa. En el sofá, Jasper roncaba sonoramente. A él tampoco le vendría mal dormir un rato.
—Yo diría que va a ser interesante —aventuró el forense—. Hay indicios de que no le mataron en la laguna.
—Y eso ¿qué significa?
—Que a Christoffer Holm le ocurrió algo más antes de acabar en el agua, eso es todo lo que puedo decir.
—¿Qué te lleva a pensar eso?
—Tendrás que verlo tú mismo. Hasta mañana por la mañana, Daniel.