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Empezaban a escocerle los ojos después de tantas horas en medio de aquel aire reseco y la fría luz del despacho, necesitaba ir a casa a descansar un poco. Sus dedos se desplazaban a toda velocidad por el teclado gris plata y estaba a punto de acabar el informe para Agersund con los interrogatorios de la jornada; tenía que estar listo para el día siguiente. Oyó cómo se abría la puerta a sus espaldas y el eco de esos pasos por los que ahora sentía más de lo que había sentido por cualquier otra cosa en mucho tiempo.

—Café —anunció dejándole una taza sobre la mesa—. ¿Aún no has hablado con Trokic?

Lisa dijo que no.

—No hay quien coño entienda lo suyo con el móvil. ¿Por qué no pide uno nuevo? No podemos seguir liados con algo tan gordo sin que él lo sepa, joder; sólo faltaba que nos cayese una bronca por no habérselo contado. Además, no podemos esperar mucho más tiempo, necesitamos dormir un poco.

I know. Pero eso del padre ahogado… quiero ver el informe.

—Voy a buscarlo mientras terminas. Espero que esté informatizado, así no tendremos que esperar a que nos lo busque mañana una de las administrativas.

La habitación perdió calor con su salida y Lisa se restregó los músculos doloridos. Se quedó embobada dejando que las letras se difuminasen por la pantalla. Eran las doce menos diez cuando oyó el teléfono del despacho de Trokic. ¿Quién llamaría a esas horas a un número directo? Marcó el ocho y desvió la llamada a su línea.

—¿Sí? —contestó.

—Sé que es tarde.

Reconoció la voz del otro lado, su tono grave y autoritario.

Era Hanishka.

—No creo que Palle se quitara la vida —empezó.

Sintió que algo tiraba de ella, que los músculos le pesaban, y por un instante casi supo lo que estaba a punto de contarle. Que fuera lo que fuese lo que había ocurrido, Palle era inocente. Igual que Søren Mikkelsen. Habían estado ciegos al centrarse únicamente en el esperma.

—Creo que deberíais venir mañana temprano. Él sabía quién había matado a Anna Kiehl, y cuando leáis su diario es posible que lo sepáis vosotros también.