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El médico jefe estaba regando las plantas cuando Lisa entró en su despacho.
—Flores de la pasión —dijo.
—Muy bonitas.
—Era la planta favorita de mi mujer, siempre tenía unas cuantas. Siéntense, por favor.
La inspectora sonrió educadamente y acercó su silla a la mesa a la vez que Jacob.
—Sentimos presentarnos así en pleno sábado, pero ayer recibimos cierta información que ha dado pie a más preguntas.
—No tienen por qué disculparse, estaba aquí de todas maneras.
Lisa titubeó; se preguntaba, como siempre, hasta dónde podía desvelar los detalles de la investigación.
—Tenemos motivos para pensar que los últimos experimentos de Christoffer escondían algo muy valioso, a lo que hay que añadir que ha desaparecido, al parecer robado, un informe de casa de su hermana. Necesitamos saber quién conocía su trabajo en profundidad —explicó Jacob.
—Pero, de ser cierto, eso sería una catástrofe —jadeó Albrecht—. Si supieran todo lo que hemos invertido en esa investigación… Ya sólo en ratas… Las importamos de Estados Unidos, ratas estresadas; así nos ahorramos el tiempo de estresarlas nosotros hasta un nivel aceptable. Pero ese tipo de resultados no son una lectura al alcance de cualquiera y, además, habría que comprobar la validez de los experimentos descritos.
Se restregó la frente y añadió:
—Aunque supongo que no sería más que un mero trámite, porque Christoffer era muy meticuloso.
—¿Existe alguna relación entre todo esto y las investigaciones de Søren Mikkelsen? Sabemos que apuntan en otra dirección, pero no sería impensable que…
Albrecht dio un paso atrás.
—¿Sospechan de Søren? Porque me cuesta creer que…
—No exactamente, pero tenemos que excluir a todas las personas del círculo de Anna Kiehl y Christoffer Holm —contestó Jacob con una sonrisa de lo más diplomática.
—Bueno, sí; al fin y al cabo sus campos de estudio están tan relacionados que conoce bien el tema, claro.
—Y ¿nadie del hospital ha hecho comentarios al respecto?
—No que yo sepa. He de reconocer que me extraña mucho que Christoffer descubriera algo y no lo compartiese con nosotros, no es de muy buen gusto guardarse semejantes resultados, pero supongo que tendría sus razones.
Lisa pensaba en Anna Kiehl con la mirada perdida en aquellas flores de la pasión de color violeta. ¿Sería posible que un hombre cambiara hasta tal punto por amor a una mujer? Sin embargo, el investigador había expresado desde el principio ciertas reservas ante el progreso de la psiquiatría biológica, de modo que la antropóloga se habría limitado, como mucho, a apoyar una incipiente convicción.
Bo Mikkelsen era algo más que hermano de Søren Mikkelsen.
Cuando le sorprendieron saliendo con una bolsa de basura de la casa de Stadion Alle donde vivía, resultó que eran gemelos. A no ser por el peinado, se parecían como dos gotas de agua. Lisa fue directa al grano.
—¿Podría decirnos dónde estuvo el sábado pasado?
—Ya se lo he dicho a la policía, en casa de mi hermano.
—¿Y qué hicieron?
—Poca cosa, cenamos juntos y vimos una película.
—¿A qué hora llegó? —continuó.
—Serían las seis.
—¿Y nadie salió de casa en ningún momento?
—No.
—¿Recuerda qué película vieron?
Bo Mikkelsen puso cara de estar reflexionando y luego sonrió.
—No me acuerdo de cómo se llamaba, pero era en TV3.
—¿Quién salía?
Pestañeó.
—Era una de esas películas de Andy Garcia y Richard Gere.
—¿Asuntos sucios?
—Puede.
Jacob entornó los ojos y señalando hacia la calle dijo:
—Dos segundos, voy un momentito al coche.
Cruzó a la carrera.
—¿Vive aquí solo? —continuó Lisa.
—No, con mi novia.
—¿En qué trabaja?
—Soy abogado, en Dahl & Laugesen.
El inspector reapareció jadeante con un ejemplar de la revista Billedbladet en la mano.
—Tengo el número de la semana pasada, algo hay que hacer encerrado en un hotel todas las noches.
La abrió y empezó a recorrer párrafos con la mirada.
—Aquí no hay ninguna película con esos actores que dice.
—Igual era en otro canal —aventuró el gemelo.
—No han puesto esa película en ninguno, ni ninguna otra de esos actores.
—Puede que cambiaran la programación.
Jacob pasó a la página anterior.
—Pero el viernes sí que pusieron Asuntos sucios.
De pronto, Bo Mikkelsen parecía indispuesto.
—¿Está seguro de que fue el sábado el día que estuvieron juntos viendo la tele?
—Sí, completamente. A lo mejor vi la película el viernes, he confundido los días y he creído que era el sábado.
Lisa bajó la voz.
—Estamos hablando de un caso de asesinato. Es algo muy serio, así que quizá debería esforzarse un poco y hacer memoria, esta vez bien.
Mikkelsen Se retorció.
—Sí, a lo mejor fue el viernes cuando vimos la película, ahora que tengo delante la programación.
Lisa le miró con una sonrisa triunfal.
—Gracias. Eso era todo lo que queríamos oír.
—Ya le tenemos —dijo Jacob de vuelta en el coche—. Tal y como están las cosas ahora, no se me ocurre más que una razón para mentir: ocultarnos lo que hizo ese sábado.