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Lisa alcanzaba a ver poco más que los contornos de las piedras que interrumpían la playa a intervalos de cien metros. Corría pegada al muro que separaba la arena del bosque, un campo visual más oscuro en el que ocultarse.

El brevísimo tiempo dedicado a Trokic le había dado una considerable ventaja a la fugitiva y ya no se la veía por ningún rincón de la amplia playa, algo muy desagradable para Lisa, que estaba convencida de que intentaría recuperar el coche que había dejado en el área de descanso de Ørnereden. A pie no iría muy lejos.

Llegó a un punto donde el muro se interrumpía para dejar paso a una pista muy corta, quizá sólo un cambio de sentido, que conducía hacia el bosque y la siguió sin pensárselo dos veces.

Un movimiento. Lo percibió medio aturdido de inquietud y preocupación por su amigo, pero con suficiente claridad como para agazaparse protegiendo al mismo tiempo el cuerpo de Jacob con el suyo. No era más que un arrendajo que se guarecía de la lluvia bajo un arbusto próximo. Sin embargo, el pájaro le recordó que esa escalera era la vía de acceso al aparcamiento más cercana y era muy expuesto permanecer allí. Echó un vistazo alrededor. Le habría gustado arrastrar al herido para apartarlo del más que probable itinerario de aquella mujer, pero moverlo en su estado habría resultado igual de peligroso; su piel había adquirido una tonalidad gris pálida y su respiración era débil e irregular. Trokic volvió a oír los ruidillos del arrendajo y apretó con fuerza la herida del pecho de su amigo para contener la hemorragia.

Reconoció aquella suave presión contra la espalda mucho antes de volverse.

—Insistes en ponerte en mi camino, Daniel.

Sentía el leve temblor de su mano.

—Tú me entiendes, ¿no? Tengo que subir por esa escalera y tu compañera no tardará mucho en descubrir que he dado la vuelta, así que voy con un poco de prisa, y no puedo darte la espalda. Lo siento mucho, pero esto es necesario.

La mujer que tenía detrás apretó el gatillo y Trokic cayó al suelo.