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La sobrina de Lisa dormía acurrucada en la cama de su tía. Habían conseguido impedir su salida al cine, aunque ella, de entrada, había hecho sus intentos, como era de esperar, pero al cabo de un rato la adolescente reía, juguetona, de buena gana los comentarios y anécdotas de trabajo que contaba Jacob, y Line y Oliver parecían olvidados. En resumen: todo un éxito, numerito mexicano incluido. Tenían mucho que hacer por delante y cada uno se hizo cargo de su parte en un sofá. Lisa leía La zona química, mientras él hojeaba diversos artículos. Una dulce voz femenina salía suavemente del equipo de música.

—No entiendo gran cosa —reconoció al coger su copa de vino tras algo más de una hora repasando los artículos—. Joder, esto es para iniciados.

—Lo mío no está mal —comentó ella agitando el libro.

Ya había dado cuenta de buena parte de sus trescientas veinte páginas de divulgación sobre los pros y los contras de los antidepresivos. Al principio había padecido con el lenguaje algo barroco del autor y las diferencias entre neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina, la dopamina, el glutamato y uno muy novedoso: el óxido nítrico, pero ahora avanzaba con regularidad. Había empezado a sentir cierto respeto por aquel joven investigador que parecía preocuparse tanto por los enfermos mentales y a la vez no perdía de vista los riesgos sociales a largo plazo y las posibilidades de adicción. El libro estaba salpicado aquí y allá de toques personales y casos de laboratorio, así como de datos psiquiátricos y hospitalarios, y para hacerlo todo más accesible habían introducido estadísticas.

—La verdad es que resulta extraño pensar que puedan existir personas como él en una ciudad tan pequeñita como la nuestra, personas que tienen en sus manos parte de la solución a uno de los mayores enigmas de la mente humana. Y la felicidad.

—Pero ¿de qué trata?

—Es una especie de ataque a la imagen legendaria y distorsionada de la psiquiatría biológica y la psicofarmacología que nos ofrecen los medios de comunicación y un intento de situar los conocimientos que tenemos en una perspectiva actual. Y no lo hace nada mal. Da la sensación de que lo que pretende es debatir el concepto de felicidad.

Jacob estiró las piernas por debajo de la mesa; parecía muy cómodo.

—La felicidad consiste en saber liberarse de la mirada del mundo y en dejar de perseguir las cosas materiales —dejó caer; luego preguntó—: ¿Qué música es ésta? Me encanta que no compartas los gustos de nuestro compañero en ese punto.

—Es un elepé de Aztrid, un grupo al que estuve oyendo una noche, es una demo. Me lo ha conseguido Nanna. Me gusta mucho.

—A mí también. Una voz poco corriente.

Lisa dejó el libro.

—Me pregunto si todo esto será importante para el caso o si sólo nos estaremos dando un atracón de letra impresa.

—¿Tú qué crees? —le preguntó él.

—Al parecer era un tipo de categoría y esas cosas siempre despiertan envidias, sacan a la luz los peores instintos de la gente.

—Es una posibilidad. Va a ser mejor que me vaya a casa. Si es que a ese coñazo de habitación de hotel se le puede llamar casa.

Le acompañó hasta la puerta y encendió la luz de la escalera.

—Descansa, ¿vale? —le dijo.

Ella asintió.

—Tú también.

Se despidió de ella con la mano y cerró la puerta al salir. Sólo entonces se permitió la inspectora una secreta sonrisa.

Cuando al fin llevó una manta hasta el sofá, era ya la una y media. Aún podía dormir cinco horas y media antes de levantarse a llevar a su sobrina al colegio a toda prisa.