6
Los distintos edificios de la jefatura de policía componían un cuadrado. La policía judicial tenía su sede en el tercer piso de unos bloques nuevos de ladrillo rojo de escaso encanto, y el despacho de Trokic, que hacía las veces de sala de reuniones, daba al patio central. En invierno, la falta de luz, incluso en plena mañana, convertía el local en un espacio sombrío y cerrado. Ésa era la estación que más cuesta arriba se le hacía, cuando el sol se hacía tanto de rogar. A menudo se sorprendía a sí mismo maquinando viajes a su otra patria a sabiendas de que la temperatura en Zagreb, una ciudad del interior, no era mucho mejor, sólo lo parecía. Como si allí el sol pudiera reaparecer en cualquier momento y calentarlo todo mientras Dinamarca permanecía húmeda y helada.
El orondo corpachón de Agersund ocupó rebosante la silla que tenía en frente e hizo resonar por la habitación su áspera voz.
—Entonces, la tenemos identificada por la vecina y los padres, ¿no? Ha ido rápido. ¿El niño dónde está?
Llevaban siete años trabajando juntos, desde que Trokic ingresó en Homicidios. Le habría gustado poder describir su colaboración como una relación laboral caracterizada por el mutuo respeto y la simpatía, pero lo cierto era que el comisario jefe le recordaba a esas hormigas que le invadían la cocina todos los veranos: se pegaban a cualquier cosa que oliese a azúcar y resultaba imposible deshacerse de ellas.
—En casa de los padres de ella. Le han atendido un médico y un psicólogo. Nos tenía seriamente preocupados, cuando se lo llevaron se mostraba totalmente apático.
El pelo gris cortado a cepillo de Agersund se erizó, atento. No tardaría en salir corriendo como una lagartija por una tapia.
—Joder con la broma, ya me ha tenido un rato al teléfono el primer periodista. Seguro que estaba con la oreja pegada a la emisora; seguía erre que erre con lo del violador del Botánico. Me cago en la leche, yo que no quiero que esto salga de aquí y ahora seguro que dentro de nada la noticia ya ha corrido como la pólvora.
El problema no era nuevo, en ocasiones la prensa llegaba incluso a presentarse en el lugar de los hechos antes que ellos. Muchos periodistas llamaban varias veces al día para conseguir información sobre los últimos acontecimientos y, al oficial de guardia le tocaba la tarea de esquivarlos. Pero no era la única opción. En la medida de lo posible, intentaban limitar las escuchas en sus comunicaciones encriptando los datos más delicados o recurriendo al teléfono móvil, pero no siempre era suficiente y en muchas ocasiones el caso se veía perjudicado por salir a la luz demasiado pronto. No pensaban sólo en su investigación, también en el aspecto humano. Agersund era un hombre extraordinariamente efectivo en su trato con la prensa. Cuando tenía entre manos un caso importante, sabía escoger un buen bocado con el que alimentarla cada día; de ese modo los periodistas conseguían titulares, que era lo único que les interesaba, y ellos lograban trabajar en paz.
La mirada de Trokic se detuvo en una fotografía de la joven desnuda con las flores que habían colgado en la enorme pizarra blanca del fondo del despacho. Acababan de llenarla de imágenes de la mujer sacadas desde un sinfín de ángulos; la melena esparcida, el rostro inerte de rasgos armónicos y la herida abierta en la garganta. También había un mapa del bosque con un boceto suyo de la escena del crimen. Un caos que le llevaría mucho tiempo analizar, pero también un espectáculo poco frecuente, pues se ocupaban de un número muy reducido de casos de ese tipo.
Se rascó la mejilla.
—También dicen que nuestros perros han seguido un rastro hasta el área de descanso, así que es posible que el asesino fuera en coche.
—Ese rastro podría ser de cualquiera —repuso Agersund.
Trokic se pasó la mano por el pelo negro con aire ausente mientras en su interior varios fragmentos de un rompecabezas comenzaban a girar. No disponía de suficiente material para ver qué representaba aquella imagen. Sus dedos marcaron un bailecillo por la mesa. Tenía que salir de allí, seguir adelante.
El inspector Jasper Taurup apareció por la puerta. Con la cazadora azul, su cuerpo de muchacho parecía aún más delgado. Él también había salido de casa sin afeitar. En el caso del comisario no cambiaba demasiado las cosas; las sombras no tardaban en volver a oscurecerle la cara.
—¿Y bien? —preguntó Trokic—. ¿Tenemos ya el informe de los primeros agentes que llegaron al lugar de los hechos?
—Aja. Leif Korning… el tipo que la encontró, está limpio; hemos comprobado su coartada.
—Lo sospechaba. Por lo visto está medio ciego, es imposible que haya tenido algo que ver.
—¿Estás bien, Daniel? La verdad es que pareces agotado y…
—Estoy estupendamente —contestó ignorando el resto de la frase de Jasper; le seguía doliendo la cabeza.
—Quiero el arma homicida y el teléfono móvil —exigió Agersund—. Y su ropa. Es posible que haya que mandar a unos buzos a mirar un poco más en la charca esa que hay al lado. Mierda, el bosque es un área semiprotegida, antes de que nos demos cuenta tendremos encima al guardia forestal, a la Diputación y a un puñado de biólogos.
El jefe se levantó con intención de marcharse.
—Y Daniel: nada de numeritos en solitario. Mantenme informado.
Trokic aguardó pacientemente mientras le caía el habitual sermón acerca de la imposibilidad de actuar por cuenta propia, su responsabilidad como superior y el hecho de que ellos luchaban justamente contra los que van por libres, saltándose las normas, no les contrataban. De vez en cuando, hasta caía alguna amenaza de traslado. Ya no se las tomaba demasiado a pecho, tenía la sensación de que Agersund hablaba más bien para guardar las apariencias, pero que, en realidad, hacía ya tiempo que se había resignado a su manera de hacer las cosas.
Hizo entrechocar las dos bolitas de mármol que siempre llevaba en el bolsillo de los vaqueros y miró de soslayo a su jefe.
—Si es lo que hago siempre, ¿no?
Lisa Kornelius sacó un cigarrillo y lo encendió. Era una mujer respetada por sus compañeros a pesar de que su manera de vestir, algo ruda, su pelo morado y su estatura a veces daban pie a comentarios tontos. Tenía un historial de tres años en la brigada de investigación tecnológica de la capital, que dos años atrás la había cedido temporalmente para resolver un caso de piratería local y de nuevo para participar en un seminario de informática forense. A Agersund le entusiasmó hasta tal punto que la convenció para que se quedara en la ciudad, donde ahora colaboraba en todos los asuntos tecnológicos de cualquier departamento de la policía judicial. Hasta donde él sabía, vivía sola en un apartamento del centro y no tenía hijos ni pareja. Andaba por los treinta y pocos, aunque a veces la expresión de su mirada era la de alguien veinte años mayor.
Trokic sentía un enorme respeto por su trabajo y no tenía ningún problema con ella. Siempre que se quedara sentadita en su mesa. No entendía a santo de qué ahora intervenía en casos de asesinato. En su opinión, cada uno debía ceñirse a lo que mejor se le daba, y, si era un ordenador no trabajar en la calle, donde la confianza en que tu compañero fuera capaz de cubrirte en una situación de emergencia resultaba vital. En pocas palabras, no la veía como agente judicial en acto de servicio ni llevando adelante un minucioso interrogatorio. Pero estaba visto que Agersund, por razones inciertas, estaba decidido a permitir que ella también sacara tajada, de modo que más le valía intentar verlo por el lado positivo.
Por una vez, sin embargo, parecía algo ausente, allí sentada hojeando su libreta mientras intentaba familiarizarse con todos los detalles del caso. Era evidente que pretendía ocultar hasta qué punto la afectaba la situación, pero no podía evitar que su mirada vacilase un instante al recorrer las numerosas fotografías de la pizarra. ¿Cuántos muertos habría visto en toda su carrera? Probablemente ninguno. Trokic se preguntó si lograría pasar el trago de la autopsia.
—¿Has estado en Copenhague? ¿Has tenido buen viaje? —le preguntó.
Ella contestó con un cabeceo y se enfrascó en su libreta sin más explicaciones.
El comisario sirvió otro café y le ofreció. Al cogerle la taza de las manos, Lisa se derramó un poco por el jersey de color lima.
—¿Cuándo nos dirán algo los forenses y los técnicos? —preguntó.
Le dio la sensación de que intentaba aparentar tenerlo todo bajo control.
—Los nuestros dicen que mañana por la mañana; los demás, esperemos que a lo largo de la semana. Jasper está coordinando los interrogatorios de los testigos —respondió.
—¿De qué crees que va todo esto? —preguntó mirándole al fin directamente.
Él sostuvo la mirada de sus fríos ojos verdes, contestó que de algo muy personal y luego se levantó. En ese instante sonó el teléfono. Era Bach.
—Vamos para allá —dijo Trokic.
—Es por la planta —explicó el forense—. Vuestro técnico acaba de llegar y he llamado a un botánico inmediatamente —hizo una pequeña pausa—. Esto se pone interesante.