59
Lisa sostuvo la intensa mirada de Hanishka.
—Pero para eso tendría que haberle abierto la puerta.
—Es posible que quisiera iluminarla con la luz de Dios —apuntó él.
—No lo entiendo.
Ladeó la cabeza.
—Puede que llegue un día en que tú también desees que alguien se muestre misericordioso contigo. Quizá buscara el modo de perdonarla.
—Nos gustaría ver esos diarios —dijo Jacob con impaciencia.
—Por eso os he llamado.
Se levantó con mucho alboroto.
—Seguidme.
Una vez en el extremo más alejado de la casa, Lisa se estremeció. Era evidente que se trataba de habitaciones que no se usaban con frecuencia; no había calefacción y sentía en la cara el tacto de las telarañas. Hanishka abrió una trampilla del suelo y señaló hacia el fondo.
—Están ahí abajo, en la caja del rincón. Pone su nombre en la portada; hay dos. Os enciendo la luz.
Mientras bajaban hacia atrás por la escalerilla, la inspectora estuvo a punto de darse en la cabeza con la bombilla pelada que se bamboleaba en lo alto de aquel agujero. En medio de un fuerte olor a moho alcanzó a ver una caja de manzanas podridas a su derecha. Se dirigió hacia la caja del rincón y sacó uno de los libros, un volumen desgastado escrito con una letra clara y cuidada.
—¿Va todo bien? —gritó Hanishka desde arriba.
—Sí —contestó Jacob.
Lisa asintió. Después empezó a leer el primer libro hasta que lo que desvelaban aquellas líneas la llenó de espanto.
—Joder, hay que llevar esto al despacho.
Al cabo de poco más de una hora, lo habían revisado todo por encima entre los dos. Jacob lo colocó en un montón.
—Vamos a por ella. Pienso dejarle ahora mismo un mensaje a Trokic en el buzón de voz. Se va a poner como una moto cuando lo oiga.