30
Lisa abrió la puerta con un brazo mientras con el otro metía casi a rastras en el portal una bolsa del Netto demasiado cargada. Se proponía preparar una agradable cena a base de comida mexicana y tener una charla de mujer a mujer con su sobrina antes de zambullirse en el trabajo. Al hombro llevaba el bolso desbordado de papeles. La correa se le incrustaba pérfidamente en la carne a cada paso que daba escaleras arriba entre suspiro y suspiro. Aún tenía el almuerzo en el estómago. La descripción del cadáver de Christoffer Holm había sido tan vivida que era como haberlo visto, se lo imaginaba perfectamente.
Dos peldaños después del primer piso se rompió uno de los bordes de la bolsa y el asa se desprendió. Cayó una bandejita de tomates cherry que iba estratégicamente colocada en lo más alto y las rojas hortalizas salieron rodando escaleras abajo como bolitas en miniatura. Una botella de vinagre balsámico no tardó en seguir sus pasos.
—Mierda de bolsa —se enfureció.
Dejó a un lado bolsa y bolso y empezó a recoger los pequeños fugitivos envuelta en el aroma del vinagre envejecido. Un piso más abajo se oyó la puerta. ¡Nanna! No le vendría mal una ayudita si querían cenar algo aquella noche.
Pero no era su sobrina. Quien apareció fue su nuevo compañero de la Móvil con su mejor cara de asombro. El joven inspector soltó una sonora carcajada al verla sumida en aquel caos.
—¿Cómo quedaría mi popularidad en una escala del uno al diez si te ayudo a recogerlo?
—No te voy a negar que ganarías varios puntos. Sobre todo si, además, cargas con las bolsas hasta arriba. Y te tragas esa risa.
Le devolvió la sonrisa tendiéndole la primera bolsa.
—He venido a invitarte a cenar.
—Hoy no puedo. Mi sobrina llegará dentro de un rato y le he prometido a Trokic que haría los deberes, que me metería en la piel de Christoffer Holm, para ser exactos.
Le miró con gesto de fastidio.
—Pero podrías quedarte a cenar con nosotras —propuso luego—. Y a leer.
—¿No molesto?
—Por supuesto que no.
—¿Qué me vas a dar?
—Comida mexicana.
—I’m in. Yo hago la salsa —resolvió Jacob.
—Si no lleva.
—Pues eso.
Subieron el último tramo de escalera entre risas.
—Bueno, está un poco desordenado —admitió.
Decir desordenado no era del todo exacto, hablar de Bombay en plena temporada turística se habría ajustado más. Paseó una mirada abochornada por aquel paisaje asolado de expedientes, ceniceros colmados y mondas de naranja por la mesa del salón y vasos y platos apilados en compañía de una botella de vino medio vacía en la cocina. Y, como colofón, Flossy con su «Fuuuuuck, me alegro de que hayas venido».
—¡Toma! —exclamó Jacob—. Un pájaro parlante.
Luego echó un vistazo por la habitación.
—Joder. Has estado liada, ¿eh?
—Supongo que sí —murmuró Lisa.
Al dejar las bolsas, le observó de reojo para estudiar su reacción, pero Jacob ya estaba entretenido en vaciarlas.
—Esto va a estar genial. Espera, que bajo corriendo a comprar un par de botellas de vino.
—No hace falta.
—Claro que sí.
Le siguió con la mirada hasta que desapareció por la puerta y después le plantó cara a la batalla. ¿Cuánto tardaría en ordenarlo todo?