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Lisa se miraba en todos y cada uno de los espejos y superficies brillantes que le salían al paso esa mañana. Aún no se había acostumbrado. Sus largas greñas habían quedado reemplazadas por una melenita corta de un tono suavizado con reflejos dorados claros. El resultado era sensiblemente distinto, porque el nuevo marco contribuía a armonizar los matices de su rostro. Había hecho una incursión en el Magasin con Anita, y todo para hacerse con un pequeño vestuario. Era la primera vez que permitía que su hermana se inmiscuyera en su estilismo personal, porque en su opinión los gustos de Anita eran demasiado del montón, pero el creciente número de derrotas que acumulaba a sus espaldas le decía que quizá hubiese llegado el momento de probar algo nuevo. No había que asustar al pichón antes de que se posara, la sermoneó su hermana. Y puede que no anduviera del todo descaminada, porque al cruzar la comisaría le llovieron los cumplidos.

Casi al final de la escalera se encontró a Trokic. El comisario presentaba todo el aspecto de estar recién salido de un accidente de coche: la cara pálida y entre verde y amarilla por encima del pómulo izquierdo, la piel hinchada y con manchas y un vendaje enrollado alrededor de la cabeza.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó sorprendida.

Le hizo un breve resumen.

—El resto en mi despacho. Me falta el informe de vuestros interrogatorios de ayer.

—Joder, qué pinta tienes.

Trokic se llevó la mano a la zona de la nuca que le dolía con un gesto mecánico.

—Doce puntos. Tuvieron que afeitarme un montón de pelo para llegar hasta la herida y evitar la infección, pero me aseguraron que volvería a crecer —explicó con un hondo suspiro—. Estuve a esto, podría haberle cogido.

Su teléfono empezó a sonar. Contestó y al cabo de un momento se lo pasó a Lisa.

—Es para ti.

—Me llamo Kaare Storm, soy un amigo de Christoffer Holm. He leído lo de su asesinato en el periódico.

Hizo una pausa y después continuó con voz emocionada:

—No sé… nos escribíamos mucho.

—Ah, ¿sí? —le animó a continuar.

—Anoche estuve revisando nuestra correspondencia; el último año. Esperaba encontrar algo que pudiese interesarles. No tengo ni idea de si puede ser importante, pero había una serie de mensajes de esta primavera sobre su investigación.

—¿De qué se trata? —preguntó Lisa, con las antenas desplegadas.

Captó la mirada del comisario por encima de la mesa y conectó el altavoz del teléfono.

—Es mejor que lo vean ustedes. Se lo puedo reenviar; si me garantizan confidencialidad en la parte personal de los mensajes, claro.

—Por supuesto.

Sintió que aquello era el germen de algo. Tras su conversación con Søren Mikkelsen en el psiquiátrico, no había podido dejar de preguntarse si el trabajo de Christoffer realmente guardaría alguna relación con el caso. Se había pasado la noche tratando de hacerse una idea de en qué consistían sus investigaciones, pero chocaba una y otra vez con su falta de conocimientos en la materia. Y si aquel hombre de veras tenía secretos profesionales, dudaba mucho de que fueran a estar precisamente en el montón de papeles que le habían dado.

—También me interesa cualquier tipo de correspondencia relativa a posibles novias o amantes.

—Ahora mismo le envío lo que tengo —contestó Kaare Storm.

—No es imposible —dijo Lisa una vez hubo colgado.

—Sigue esa pista —le ordenó Trokic—. Y habla con alguien de Procticon, llévate a Jacob. Por el momento creo que es mejor que los del hospital no estén al tanto de nuestras investigaciones.

—Quiero ir a echarle un vistazo a su casa —le informó Lisa— en cuanto haya leído lo que mande Storm.

—Me encargaré de que tengas una llave.

Jasper y Kurt, uno de los técnicos, habían registrado el día antes el apartamento, pequeño y bastante céntrico. Al contrario que en el caso de Anna Kiehl, se habían topado con un lugar revuelto y abandonado con muchas prisas. Habían hallado varios cabellos, supuestamente femeninos, y muchas huellas dactilares; todo estaba siendo sometido a análisis. Sin embargo, podía habérseles pasado por alto algún tipo de material de investigación que no tenía por qué abultar demasiado.