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—Le conocía de varias conferencias, aquí y en el extranjero. Un tipo estupendo —dijo Abrahamsen una vez que Lisa y Jacob se hubieron acomodado en el enorme salón.
Estaban en un agradable piso a no mucha distancia de la plaza de Trianglen.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para Procticon? —preguntó Jacob.
—He trabajado para otras dos farmacéuticas antes, pero este último año he estado en la compañía inglesa Procticon.
—¿En qué consiste su trabajo?
—Somos un equipo, un grupo de investigadores de procedencias diversas con base en Birmingham. Ha sido una suerte que me encontraran en casa, normalmente estoy allí. He venido a Dinamarca porque mi hermana pequeña acaba de dar a luz a su primer hijo y estaba deseando venir a conocerle.
Entre frase y frase encendió un puro y fue llenando la habitación de bien perfilados anillos de humo.
—Me marcho otra vez esta noche. Lamento no poder decirles qué es lo que hago exactamente, pero así, en pocas palabras: desarrollo una sustancia que estimula el deseo sexual femenino. Intentamos ser los primeros en lanzar al mercado un producto de calidad.
—¿Estaba al tanto de las investigaciones de Christoffer Holm? —preguntó Jacob.
—Sí, nos conocíamos hace muchos años. Era un buen amigo con el que me veía siempre que teníamos tiempo. La última vez que hablé con él fue en la conferencia de Montreal. Nos alojábamos en el mismo hotel y una noche salimos juntos —dijo con un ligero temblor en la voz—. Siento muchísimo que nos haya dejado.
—Entonces sabría que había dejado su trabajo en el Departamento de Psiquiatría.
—Sí, me lo contó. Me dijo que necesitaba respirar un poco y que probablemente se iría de viaje medio año con una chica que había conocido. Una historia un poco complicada porque, por lo que entendí, también había un niño de por medio.
Lisa enarcó las cejas. Esos planes de viaje eran una novedad, pero claro, cómo iban a llegar a oídos de la policía si Peter Abrahamsen se pasaba el día enredando con la sexualidad femenina en un laboratorio de Inglaterra.
—No se lo había contado a nadie más —comentó.
Abrahamsen se encogió de hombros.
—Pues es lo que me dijo a mí con una copa delante en un pub de Canadá.
—¿Mencionó adónde?
—No, nada exacto, creo que aún no era más que un proyecto, pero por lo que pude entender ella estaba escribiendo una tesina y quería acompañarla a un par de zonas de África que tenía que visitar; así podría aprovechar para trabajar en un nuevo libro.
Lisa digirió la información.
—Dicen que era muy bueno —señaló luego.
—Sí, Christoffer era la leche. Por eso me sorprendió que se bajara del carro, como si dijéramos. No hay mucha gente que trabaje en lo nuestro y no conozca su nombre. Hablábamos mucho de la influencia de nuestra cultura, el estrés y el ajetreo en el concepto que tenemos de la felicidad y de si los desequilibrios en el cerebro surgen a causa de nuestra forma de vida en los países occidentales. Él hablaba de adictos a la serotonina. Pensaba, así, desde un punto de vista abstracto, que los factores del estrés eran como sanguijuelas que se nutrían de las sustancias que generan felicidad en el cerebro, con lo que ansiábamos nuevas vivencias y estimulantes para alimentar a esos pequeños engendros. Un descarrilamiento se podía solucionar recuperando el equilibrio químico a base de píldoras de la felicidad. Él estaba en contra.
—Pues a mí me daba la sensación de que era más bien partidario del uso de preparados ISRS —intervino Lisa.
—No me malinterpreten. Christoffer investigaba en uno de los principales centros de la psiquiatría de este país. Allí escribió su tesis. No le cabía la menor duda de que la interacción entre los neurotransmisores del cerebro, en ciertos casos, era hereditaria y tenía una base biológica, y se había empeñado en ayudar a esas personas y en acabar con su malestar en la medida de lo posible.
Para alivio de Lisa, antes de continuar dejó el puro y estiró las piernas:
—Pero, al mismo tiempo, creía que esos pequeños engendros de los que hablábamos antes también tenían su influencia, con lo que la cuestión era eliminar el mayor número posible para reducir la necesidad de medicación. Es lo que comúnmente llamamos modelo de vulnerabilidad-estrés. A Christoffer le preocupaban mucho las perspectivas sociales y políticas en relación con el día a día de cada individuo.
Lisa formuló al fin la pregunta que llevaban varios días barajando.
—¿Es posible que hubiera hecho un nuevo descubrimiento?
Se hizo el silencio. El investigador se revolvió inquieto en su asiento.
—¿Hay algo que quiera contarnos? —le preguntó Jacob.
—Es que todo esto es información altamente confidencial.
—Nos hacemos cargo.
—Si mi empresa llega a enterarse, tendrá graves consecuencias para mí.
—Lo único que nos interesa es saber si aquí puede esconderse el móvil de un crimen.
—Claro, lo comprendo —dijo con un suspiro—. Christoffer y yo solíamos intercambiar información. No está permitido, por supuesto, pero nuestras investigaciones seguían caminos diferentes, de modo que no se podía decir que nos aprovecháramos de los datos que intercambiábamos.
—¿Y era recíproco? ¿La confianza iba en ambas direcciones?
—Con total seguridad —afirmó; hizo una pequeña pausa antes de proseguir en tono más bajo—: Christoffer me contó que creía haber descubierto algo que constituiría la base de una nueva generación de antidepresivos. Estaba investigando uno de los neurotransmisores de descubrimiento más reciente, el óxido nítrico. Hace tiempo que se baraja la hipótesis de que su inhibición pueda producir un efecto antidepresivo al afectar a la transmisión serotonérgica.
—No terminamos de entender esa jerga —apuntó Jacob.
—No, claro. La serotonina es la sustancia cuyo nivel tratamos de incrementar en el cerebro con los antidepresivos. Influye en una serie de cosas como el humor, el sueño, la sexualidad, el control de los impulsos, la memoria, el aprendizaje, etcétera.
Sacó una libreta y un bolígrafo y trazó un círculo; a escasa distancia dibujó una cruz.
—Esto está muy simplificado. La cosa funciona así: la célula nerviosa emite serotonina para un receptor. Entre ambos elementos hay un espacio, una sinapsis, que es donde las enzimas van descomponiendo la serotonina. Lo que hacen los antidepresivos es penetrar en este sistema de diferentes maneras y ocuparse de que a los receptores llegue la mayor cantidad posible de serotonina, por ejemplo, descomponiendo las enzimas que a su vez, descomponen la serotonina.
Dio un golpecito en el dibujo y les miró para comprobar si le seguían.
—El gran problema son los efectos secundarios de los antidepresivos, que se cree que están relacionados con esos receptores. Los hay de muchos tipos y cada uno tiene su función. Ése era uno de los campos de investigación de Christoffer, pero este último año se había centrado sólo en el óxido nítrico, que es algo que afecta indirectamente a este sistema.
—Pero ¿hasta dónde le contó?
—Mucho y nada. ¿Están seguros de que esta conversación no va a salir de aquí?
Asintieron.
—Me dijo que estaba en condiciones de desarrollar nuevos medicamentos radicalmente distintos de los existentes hasta la fecha, un nuevo antidepresivo que actuaría más deprisa y no tendría todos esos efectos secundarios.
—Pero yo creía que ese tipo de cosas se hacían en equipo, ¿no es así? —preguntó Lisa.
Su anfitrión sonrió.
—Normalmente sí, pero esto fue fruto de la casualidad. Me contó que durante un experimento varias de sus ratas habían mostrado un comportamiento muy positivo que le sorprendió. Suelen suministrarles el pienso desde Alemania, pero el invierno pasado hubo un error en uno de los envíos, que llegó con un fallo en la composición de proteínas. En esos días, Christoffer estaba probando con las ratas un preparado que había desarrollado. Hasta el momento no había dado resultados, pero de pronto se encontró con un grupo de ratas que hacían increíbles progresos. Fue la combinación de aminoácidos del pienso con su producto.
—¿Y no le robó el secreto?
—A mí no me sirve para nada sin saber exactamente qué producto y qué aminoácidos utilizó, pero tiene que constar en sus registros. Supongo que los guardaría en algún sitio.
Lisa y Jacob intercambiaron una mirada.
—Lo cierto es que no sabemos dónde están, pero los estamos buscando —explicó Lisa.
—¿Han desaparecido? Espero que no sea cierto, sería terrible que se perdieran.
—Pero si era algo tan extraordinario… ¿por qué no hacerlo público?
—No lo sé, supongo que necesitaría tomarse un tiempo para reflexionar. En una ocasión me dijo que el día que existiera una sustancia, un antidepresivo sin efectos secundarios, nos plantearía un dilema. Me explico… Se podría decir que nuestros preparados actuales producen efectos secundarios que hacen que no los tomemos así como así, hay que estar pasándolo muy mal para arriesgarse, pero ¿qué pasaría con una sustancia que nos hiciera sentir bien sin producir, aparentemente, ningún otro efecto a corto plazo? Un producto prodigioso. Un descubrimiento así no debería caer en ciertas manos.
Lisa miró directamente a los ojos castaños de su anfitrión.
—¿Tiene alguna idea de por qué el nombre de Procticon aparece relacionado con el de Holm?
—No —contestó Abrahamsen con auténtica sorpresa—. Si se hubiese planteado trabajar para nosotros, me lo habría comentado, estoy seguro; sabía que yo estaba en Birmingham.
—¿Sabe si las investigaciones que estaba llevando a cabo podían tener alguna relación con Procticon? —preguntó Jacob—. Me refiero a si podían tener importancia para ellos.
—Evidentemente. No sé si están al tanto, pero Procticon ya es un gigante en ese campo y siempre intenta mejorar sus productos. Un investigador de la talla de Christoffer y con su reputación sería todo un hallazgo para ellos. Se lo comenté una vez, pero se rio de mí. Y no me sorprendió.
—Conociéndole como le conocía, ¿qué cree que habría hecho si se hubiera topado con unos resultados muy valiosos?
—Habría hecho lo más correcto desde el punto de vista ético, jamás se habría aprovechado de algo así. Era un tipo un poco hippie, paz y flores.
Se echó a reír.
—¿Y si un tercero se ha hecho con esos resultados? —preguntó Lisa.
—No olviden que la industria farmacéutica invierte millones en investigación. Cuesta mucho mantener en funcionamiento un gran equipo de investigadores bien remunerados durante años, y tomar la delantera puede tener un valor incalculable —aseguró con los ojos entornados—. Así que, si un tercero se ha hecho con ellos, puede tener entre las manos algo muy, muy valioso.