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La pelirroja que tenían delante no había derramado una sola lágrima durante la primera parte de su declaración y, si bien no era exactamente un requisito para Trokic, el policía encontraba enormemente antipático que, peleadas o no, no diera mayores muestras de dolor ante la muerte de su amiga. Llevaba los ojos cercados por un maquillaje negro que hacía que pareciesen más pequeños.

Su casa era minúscula y estaba atestada de ese tipo de máscaras y figuritas africanas de tanto éxito unos años atrás, pero que ya parecían batirse en rápida retirada. Algunas llevaban huesecillos en el pelo, otras le observaban con ojos huecos. Gracias a la madre de Anna Kiehl, lograron llegar hasta Irene, que les explicó que había dejado el libro de La zona química en el buzón el sábado a eso de las ocho de la tarde tras comprobar que Anna no estaba en casa.

—¿Sabía que estaba embarazada? —preguntó el comisario.

La muchacha titubeó —él lo interpretó como un signo de sorpresa— antes de dirigirle una mirada hermética y responder.

—No, no lo sabía. ¿De quién?

—Esperábamos que pudiera decírnoslo usted, aún no lo sabemos. Estaba de diez semanas.

—Anna no salía demasiado y yo no sé nada de nadie. Decía que no podía salir por las noches. El padre de Peter vive en Elsinor y no tiene contacto con el niño desde un par de semanas después de que naciera, así que cuando necesitaba que se lo cuidaran lo llevaba hasta Horsens, a casa de sus padres. Me ofrecí muchas veces a quedarme con él, pero siempre lo rechazaba. En realidad, yo creo que prefería que las cosas fueran así.

—¿Hasta qué punto conocía a Anna? ¿Estaban muy unidas?

La boca de Irene se contrajo en una mueca que quizá fuera el arranque de una sonrisa. Era delgada, pero de una delgadez fibrosa y llena de fuerza.

—Estudiamos juntas cinco años. El primero compartimos residencia y vivíamos en habitaciones contiguas; nos conocíamos bastante bien.

—¿Y no le sorprende que, siendo tan amigas, no le contase que estaba embarazada?

—Pues sí, pero diez semanas tampoco es tanto tiempo. Muchas mujeres prefieren no decir nada hasta que pasan tres meses, ya sabe… algo puede salir mal; además, Anna solía guardarse las cosas.

Jasper levantó la vista del dibujo lleno de monigotes que estaba garabateando; sus hombrecillos estaban encerrados detrás de unos barrotes fumando porros.

—¿Algún hombre por aquel entonces? —preguntó—. Me refiero a la época de la residencia.

—Sólo sé de uno, aparte del padre de Peter. Se llama Tue, se lo puedo anotar.

Se levantó en busca de papel y bolígrafo.

—¿Sospechan de alguien?

—Todavía no —contestó el inspector—. Lo del tal Tue, ¿fue algo serio o sólo sexo?

—¿Qué quiere decir con eso?

—Sí, qué quiero decir con eso —repitió enigmático.

Se quedó mirándole.

—No tengo la menor idea.

—Bueno, pues entonces cuéntenos de qué trata esa tesina —dijo Trokic tomando las riendas.

—Pues es bastante amplio. Y ahora voy a tener que terminarla yo sola.

Empezó a hilvanar una larga explicación en torno a la antropología genética y una tribu del interior de África con la que habían convivido una breve temporada durante un viaje de estudios. La joven universitaria se mostraba muy ambiciosa en lo tocante al proyecto que tenía en marcha y casi parecía haber olvidado por qué estaban allí. Se encontraba en medio de una extensa disquisición acerca de las mutaciones genéticas cuando de pronto enmudeció y se quedó mirando al techo como si hubiese perdido el hilo.

—Cuando acaben con el apartamento —prosiguió algo más moderada y con voz firme—, pienso pedirle permiso a su madre para recoger el material que guardaba en su ordenador y utilizarlo. Cuando nos reuníamos mostraba unos puntos de vista muy interesantes, y sé que ya había escrito bastantes capítulos.

—Estamos investigando su PC —observó Jasper—; está relacionado con el caso, así que no cuente con ello por ahora.

—¿Qué me dice de enemigos? —preguntó Trokic.

Hubo una pequeña pausa antes de que contestara.

—No sé si tendría algún enemigo declarado, pero era de ese tipo de personas que una vez que abren la boca dicen lo que piensan, y eso a veces la hacía bastante impopular. No le tenía miedo a nadie por muy distinto que fuera su nivel social del suyo, y a veces mostraba una actitud muy suficiente. La he oído explayarse en más de una ocasión.

—¿La consideraba condescendiente?

—No, no es eso, pero puede resultar muy desagradable que alguien formule su opinión demasiado abiertamente.

—¿Y eso llegó a molestarla a usted también alguna vez? —preguntó Jasper—. Hemos oído que no se llevaban demasiado bien últimamente.

—Eso no es cierto —replicó la amiga—. ¿Quién se lo ha dicho

—No podemos revelarlo. ¿Se interesaba por alguna causa?

—Bueno, era de izquierdas hasta la médula. Y odiaba los coches, siempre cogía el autobús o el tren; debería haber vivido con los amish. Protestaba contra todo lo que le parecía antinatural: los pesticidas, los antidepresivos, el exceso tecnológico y, sobre todo, el ejército. Compraba productos ecológicos y lavaba la ropa con un detergente horroroso que olía a coco.

—Entonces está completamente segura de que se llevaban bien.

—Sí, ningún problema.

Jasper consultó el reloj y señaló hacia su estómago. Hacía rato que había pasado la hora del almuerzo. Trokic se puso en pie.

—Le agradeceríamos mucho que nos llamara si se acuerda de algo más. Lo que sea, cualquier cosa es importante, no le quepa duda.

La amiga de Anna Kiehl asintió.

—Por supuesto.

Se levantó para acompañarles a la puerta.

—¿Cuándo podrán entrar sus padres en el apartamento? No hacen más que llamarme para pedirme que vaya a recoger algunas cosas, no acaban de entender por qué no podemos llevárnoslas. Les gusta que todo esté en su sitio, no como a Anna. Vamos, que quieren dar carpetazo a esta parte del asunto lo antes posible.

El comisario cruzó una mirada con Jasper e ignoró la pregunta de la joven.

—¿Son personas ordenadas, no como Anna? —repitió lentamente.

Se pasó una mano por el cuello.

—¿Qué diría si le contara que el apartamento se encuentra en un estado de perfecto orden?

Irene le observó con sonrisa felina.

—Que entonces no estamos hablando del apartamento de Anna. Créame, ensuciaba y revolvía por diez.