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La puerta del portal estaba abierta y al entrar se cruzaron con un gato que corría entre bufidos. Era ya bien entrada la mañana. Lisa se detuvo bruscamente en medio de la escalera; acababa de caer en la cuenta de algo.
—El teniente habló de un bote azul, pero en el informe ponía que era rojo.
—¿De qué hablas? —preguntó Jacob.
—En el informe ponía que Konrad Nielsen, el padre de Isa Nielsen, había salido a pescar en su bote y que, en vista de que no regresaba, fueron a buscarlo por la playa y por el mar, pero hablaba de un bote de color rojo. Decía que la descripción la había facilitado la hija, pero el teniente me contó que lo había construido él mismo. Y era azul.
—¿Y eso qué quiere decir?
Cuando se miraron a los ojos, la inspectora sintió todo el frío del portal. Cualquier atisbo de compasión por la niña que había perdido a su padre en el mar acababa de esfumarse; lo que insinuaba aquel dato le resultaba casi inconcebible.
—Creo que a Isa le gustaba inventarse historias ya por aquel entonces y que mandó a la policía a buscar el bote que no era, está claro que la idea era que no encontrasen el del padre. Y supongo que al padre tampoco.
—Sé que parece cosa de locos, pero me temo que es lo que hay. Quizá ella tenga alguna explicación. ¿Podemos detenerla?
—Primero vamos a intentar llevarla a comisaría nada más, para que no se cierre en banda. Podríamos decir que sólo queremos hablar de Palle.
Pero la puerta del cuarto piso no tenía ningún nombre. Lisa llamó al timbre. Estaba muy vacía porque, a falta de la placa, no quedaba nada más que los dos agujeros de los tornillos. Intentó abrirla. Cerrada con llave.
—El pájaro ha volado.
Aquella vocecilla le dio un buen sobresalto. Al volverse descubrió a un niño de unos cinco años sentado en la escalera.
—¿Cuándo? —le preguntó.
—Hará un par de horas.
—¿Sabes adónde ha ido?
Movió la cabeza de un lado a otro.
—Tenía caramelos, siempre me daba; de ésos con el papel rojo y blanco.
—¿Y cómo te llamas?
—Me llamo Milton.
—Muy bien, Milton. ¿Quieres enseñarnos dónde están los cubos de basura? —le preguntó Lisa.
—¿Es que sois basureros?
Lisa se fijó en que Jacob se mordía el labio mientras echaba a andar escaleras abajo detrás de la pequeña figura.
—Algo parecido —contestó.
Tenía la modesta esperanza de que Isa Nielsen hubiese hecho limpieza antes de irse y de que encontrarían un montón de cosas interesantes en la basura, pero, salvo por un par de bolsas negras con restos de jardinería que olían a ramas de alerce, los contenedores verdes estaban vacíos.
—¿Cuándo vienen a recogerla? —le preguntó al crío.
—No sé. Puedo preguntárselo a mi madre.
—Never mind.
—¿Qué?
—Que da lo mismo, muchas gracias.
Algo brillaba por detrás de una de las bolsas en un rincón del contenedor.
—Tráeme un palito, Milton, por favor.
Al cabo de un momento, Jacob sostenía en la mano una larga rama. Observaron con decepción el objeto que había pescado, un cinturón de piel marrón de tacto suave con remaches de metal.
—¡Es el collar del perro! —pregonó Milton a voz en grito; luego, una profunda arruga, surcó su pequeña frente—. Pero ella me ha dicho que se había escapado.