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Aún no llevaba trabajando una semana y dentro de poco haría otra de su última salida. Cada vez parecía costarle más esfuerzo concentrarse en tonterías cuando tenía por delante un proyecto más interesante y de más peso que requería de ella.

Su tiempo en aquel lugar, aquella ciudad sucia y cochambrosa de la que hacía tanto que deseaba alejarse, tocaba a su fin. Aún soñaba con él, con Christoffer. Habían hablado de Londres, conocía un lugar en los suburbios de calles amplias con hileras de preciosas casas que destilaban vida los siete días de la semana. Había amueblado una de ellas en un papel para los dos, y él había admitido que podía ser el lugar adecuado. Con un bonito jardín, quizá hasta niños. Y él podría haberlo hecho realidad si hubiera querido, si no hubiera conocido a ésa. Su corazón lloraba por ambos.

Pero aún no era demasiado tarde para ella. Encontraría su casa y se instalaría allí, todavía era posible. Rio para sus adentros al pensar en la pequeña carpeta negra con el sobre.

Añoraba aquel olor en su dormitorio. A lo largo del día se arrepintió varías veces de haber exhibido su trofeo. Había sido algo irreflexivo, sí, pero le había resultado imposible contener sus impulsos de mostrarlo. En cierta forma, aquello rubricaba que el círculo se había cerrado y había roto definitivamente con el pasado. Sin embargo, ahora la ausencia del trofeo le impedía conciliar el sueño y empezaba a considerar la posibilidad de recuperarlo. Impensable. Finalmente se levantó y deambuló entre las cajas, donde se amontonaban todas sus pertenencias. Contagiada por la sensación de frío de las paredes desnudas, se estremeció.

Tres parejas habían ido a ver la casa ese mismo día y estaba convencida de que la última, una periodista pelirroja en la recta final de su embarazo y su marido flaco y anónimo, la compraría; había sido su hogar los últimos cinco años. Ya había vendido casi todos los muebles y a muy buen precio, pero eso no era nada en comparación con lo que la aguardaba. A la vuelta de la esquina. En unas horas estaría lista para abandonar aquel lugar para siempre. Sólo faltaba una cosa. Observó el pelaje claro que subía y bajaba lentamente en un rincón de la sala.