26
—¿Puedo invitarte a comer?
Al levantar la vista del ordenador, Lisa se encontró con la tranquila mirada de Jacob. Andaban tan atareados que lo cierto es que había decidido saltarse el almuerzo, pero, por otra parte, tampoco era razonable pasar toda la tarde a base de barritas de Mars sólo porque todos encontraran de lo más natural mangonearla. De pronto recordó lo que había dicho Trokic la noche anterior. Jacob era su nuevo compañero.
—Vale, algo rapidito.
Cogió la cazadora morada del respaldo de la silla deseando haber escogido algo más neutro. Al lado de aquel policía alto y rubio llamaría la atención, pero qué se le iba a hacer. Él sonrió.
—Ahora somos compañeros. Podemos bajar al río a tomar algo.
—Hemos conseguido una orden de registro —le explicó una vez les trajeron las dos raciones de pasta que habían pedido en el Sidewalk; despedían un aroma tentador—. Alegando una sospecha razonable y que es un elemento esencial para la investigación. Iremos esta tarde.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Una orden de registro del piso de Tony Hansen —repitió mirándola de hito en hito.
Le sacaba pocos años y era un hombre de rasgos aniñados, espontáneo y carente de cinismo. Su modo relajado de apoyar los brazos en la mesa entre ambos y ese jersey blanco roto con capucha algo abierto por el cuello no le resultaban del todo indiferentes.
Sentía un cosquilleo por debajo de la piel.
—Ah, eso. ¿Y cómo os las habéis arreglado? Porque es un poco difícil demostrar que ha sido él.
—Necesitamos excluirle, así que hemos echado mano de su anterior condena, de que estaba en las inmediaciones y del hecho de que mintiera. Hemos ido otra vez, pero seguía sin haber nadie. Los técnicos lo están revisando todo. El tipo es un alcohólico empedernido. En mi opinión es una pérdida de tiempo.
—Me gustaría saber qué oculta, porque algo hay.
Siguieron comiendo en silencio. La muchedumbre del bulevar venía con la lengua fuera, sus cochecitos de niño, sus tacones y sus piercings. Cuanto más tiempo pasaba, más le gustaba aquella ciudad donde también había echado raíces gran parte de su familia. Le agradaba particularmente el Barrio Latino, con sus callejuelas sinuosas y el brunch de los domingos en los cafés.
Desde la mesa de al lado, una joven se afanaba sin remilgos en llamar la atención de Jacob sin dejar de retorcerse el pelo de la nuca.
—¿De qué conoces a Trokic? —se interesó.
Él se limpió los labios con la servilleta.
—Le conocí hace muchos años en Croacia. Yo pasé cierto tiempo destinado en Sisak como soldado de la ONU y él trabajaba en Zagreb para una ONG.
—¿Labores humanitarias?
—Sí, se trataba de una organización de ayuda humanitaria católica irlandesa llamada Saint Patrick’s, con cuartel general en una vieja escuela de las afueras del barrio antiguo de Zagreb. Su trabajo consistía en realojar a familias que habían perdido su hogar, la mayoría porque su casa había sido pasto de las llamas. Casi todas venían de Krajina, ya sabes, esa zona que se negaba a reconocer a Croacia como estado independiente.
Lisa se vio obligada a renunciar a su visión del oscuro colega como un fascista croata y se sintió algo arrepentida.
—De acuerdo. Pero, entonces, ¿cómo os conocisteis?
—Él recorría las áreas más afectadas para entrar en contacto con los sintecho. Al principio era muy duro, los serbios quemaban aldeas enteras e iban desplazando a los croatas. Pero resumiendo: le conocí en plena zona en conflicto. Me pareció interesante tener contacto con alguien de ascendencia danesa y croata al mismo tiempo, así que un día se me presentó la oportunidad y fui a Zagreb a hacerle una visita. Allí conocí a una de sus primas pequeñas… y bueno… Durante el tiempo que estuve viéndola, él vivía en casa de la hermana de la chica y su marido. Se llamaba Sinka.
Sus labios se contrajeron en una mueca y Lisa supuso que aquella historia llevaba aparejada alguna pena. Dejó que se la guardara.
—Su pasado le ha curtido. Aquí se crió en condiciones muy duras y allí los serbios exterminaron a su padre y a su hermano pequeño. Le afectó muchísimo.
Lisa tragó. No lo sabía, aunque suponía que eran cosas que no se le iban contando a todo el mundo. Le apetecía seguir con las preguntas, pero le asustaba pasarse de la raya.
—Hemos visto muchas cosas parecidas —añadió Jacob—. Tampoco es que nos dediquemos a darle vueltas cada vez que estamos juntos, pero…
Sacudió su cabello rubio y desgreñado con un movimiento que la obligó a bajar la mirada.
—Pero ¿qué tiene que ver todo eso con el expediente disciplinario que le abrieron hace unos años? —recordó de pronto echando mano de otra de sus prevenciones contra él—. Empleo innecesario de la violencia, ¿no era eso lo que decía el informe? Contra una mujer. Me cuesta pasar por ahí.
—Entonces supongo que también sabrás que el tribunal le absolvió, fue cuando estaba en los antidisturbios. Era una drogadicta y estaba un poco loca.
Lisa le observó con aire escéptico y bajó la voz al darse cuenta de que una pareja, sentada a su derecha empezaba a desplegar las antenas.
—La violencia no deja nunca de ser violencia —aseguró.
—Es un buen tipo y un policía estupendo. Le soltó un par de guantazos porque se le echó encima cuando intentaba confiscarle cuatro gramos de heroína. Lo sé porque siempre estaba hablando de lo mismo. Sacó las garras y fue directa a los ojos. A veces uno reacciona y ya está.
—Vale, no lo sabía. Creía que…
—Es lo que tiene. Pero yo confío en él al trescientos por cien, y tú puedes hacer lo mismo.
Tras terminarse la pasta, se recostó en la silla y la observó con mirada cautelosa.
—Estaba pensando que a lo mejor te apetecía ir conmigo al cine luego. Es un poco deprimente pasarse la tarde solo en la habitación del hotel viendo la tele.
—Sí —contestó sorprendida, y aliviada ante la idea de tener un poco de compañía en horario vespertino.
—Jasper me ha dicho que una vez que se te quita la última capa de informática eres una especie de friki de las películas, y que tenía que preguntarte quién decía… deja, a ver si me acuerdo… estooo…: «This is a .44 Magnum, probably the most powerful handgun in the world…».
Lisa se echó a reír.
—No hay manera de quitarse de encima a ese chiflado, tiene que desafiarme todo el día.
—Pero ¿lo sabes?
—Claro que sí, dale recuerdos de Harry el Sucio. Y a ver si se le ocurre algo un poco más difícil.
—Ja ja, justo lo que me dijo que ibas a contestar.
El teléfono de Jacob empezó a sonar. Mientras hablaba, la miraba por encima de la mesa. El viento le revolvía el pelo y le hacía estremecerse ligeramente. Después colgó y volvió a prestarle toda su atención.
—Tenemos que ir a la secta. Hay uno que insiste en que sabe quién es nuestro asesino.