17

Eran las diez de la noche y Lisa dormitaba en el sofá cuando un prolongado repiqueteo la devolvió a la penumbra de su salón. Las siluetas de la habitación danzaban a su alrededor produciéndole la sensación de no estar del todo despierta. Alargó el brazo hacia el auricular.

—Perdona que llame tan tarde.

Trokic. Contempló el teléfono con asombro.

—No pasa nada —contestó.

De pronto recordó que, según la pantallita del aparato, el tipo de Copenhague con el que había pasado el fin de semana no había llamado, con lo que el humor le cayó otro par de enteros. Su vida de soltera no tenía visos de ir a terminar nunca. Los últimos años habían sido duros, sobre todo porque era la única desparejada de su círculo de amistades, así que, mientras cuantos la rodeaban traían hijos al mundo, compraban casas y corrían estresados de un lado a otro, ella se sentía cada vez más sola. Prisión incomunicada, pensaba a veces. Encendió un pitillo y se entregó a la conversación.

—¿Estás bien? —se interesó su jefe.

—Sí, no hay problema.

Se produjo una pausa.

—¿Y el esperma que encontramos en la víctima? ¿Tenemos ya los resultados del ADN?

—No es de nadie que conozcamos. Es posible que pidamos un análisis de sangre a los más íntimos.

A continuación pasó a referirle los demás interrogatorios del día. Según la declaración de la amiga, Anna Kiehl era el desorden personificado, lo que parecía coincidir con la opinión general; pero el apartamento había aparecido en perfecto orden y aquello al comisario no acababa de encajarle.

—¿Me estás diciendo que Anna Kiehl no limpió ni recogió, sino que alguien volvió a la casa? —preguntó sorprendida—. Eso deja fuera a Tony Hansen.

—A lo mejor es ir demasiado lejos, pero yo creo que el asesino le quitó las llaves que llevaba. Quizá para entrar a buscar algo.

—Eso suena muy arriesgado. Estaba el niño, podría haberse despertado.

—Según la vecina de arriba, estaba profundamente dormido. Además… si se hubiese despertado, hay muchas maneras de cerrarle la boca a un crío. El niño sufría un shock y no hubo manera de sacarle una palabra. ¿Por qué?

Imaginó al asesino de Anna moviéndose por el apartamento y al niño, ignorante del destino de su madre. Suspiró cansado.

—Es ir demasiado lejos.

—Yo no estoy tan segura.

Le contó la llamativa ausencia de mensajes en el Outlook.

—Eso también encaja. Aquí hay gato encerrado —prosiguió—. Sencillamente, no es propio de Kiehl. Es posible que el asesino estuviera buscando algo, lo revisara todo y volviera a colocarlo en su sitio. Luego limpió las superficies donde podrían haber quedado huellas. Puede que por eso oliera a detergente y los vecinos se obstinaran en asegurar que después del entrenamiento de Anna hubo actividad en el apartamento. ¿No podríamos conseguir información acerca de los mensajes a través del proveedor de Internet?

—Ya les he preguntado —contestó Lisa— y no hay nada, pero pienso desmenuzar ese disco duro, así que me he hecho con un programa de regeneración de datos que, para empezar, ha encontrado doscientos dos fragmentos que pueden considerarse mensajes de correo.

—Ah, ¿sí? No sabía que se pudiera hacer eso. Es magnífico. ¿Algo que nos sirva?

Lisa sonrió. Para ella no era más que cuestión de rutina, algo muy sencillo, pero ¿por qué no dejar que su jefe siguiera creyendo que había llevado a cabo una proeza extraordinaria?

—Usaba el correo sobre todo para cuestiones prácticas relacionadas con la facultad y con la gente para la que trabajaba, nada interesante. Se trata de una buena cantidad de datos borrados muy mezclados, necesitaría tener algo concreto que buscar si quiero encontrar más cosas. Un nombre, por ejemplo, o la dirección de otra persona.

—Espero que dentro de poco podamos darte algo.

Cuando terminaron de hablar, a Lisa le zumbaba la cabeza. Trokic pretendía volver al despacho a buscar el informe de los técnicos y terminar el que tenía que entregarle a Agersund.

Se sentó frente al ordenador y empezó a jugar al buscaminas en el nivel de experto para dejar el cerebro en blanco antes de irse a dormir. Llevaba dos meses echándole un pulso a su sobrina y esa cría desquiciante iba ganando con ciento cuarenta y seis segundos frente a sus ciento setenta y dos. Flossy Bent P. se había quedado dormido al fin en su percha después de gritar fuck en un sinfín de combinaciones, especialmente «.¡fuck, qué chachi!», hasta que le amenazó de muerte y le abrió la ventana, cosa que sabía que el animal detestaba.

Estaba agotada, arrepentida de haber abierto una botella de vino y haberse bebido la mitad y, fundamentalmente, infinitamente harta de que un anticuario de Copenhague le diera largas. Se dejaría melena, adoptaría un estilo de vestir menos llamativo y, a partir de ahora, no contaría en las primeras cuatro citas que era una friki de los ordenadores y, para colmo de males, de la policía.

—No pienso aguantarlo más —dijo en voz alta media hora más tarde al deslizarse hasta la seguridad de su edredón sin saber exactamente qué era eso que no pensaba seguir aguantando. Finalmente se acurrucó en su postura favorita y estaba a punto de taparse la cabeza cuando volvió a oír el teléfono. Dejó que sonara cuatro veces mientras sus maldiciones retumbaban por todo el dormitorio. Volvió al salón y arrancó el auricular de su soporte.

—Y ahora ¿qué?

—Vaya… —podía oírle sonreír—, estás al quite, ¿eh? ¿Qué, pegadita al teléfono esperando mi llamada?

¿Por qué la llamaba de repente para hablar del caso por entregas? Podría probar con otro, ¿no? Supuso que nadie más le contestaría.

—Me he pasado a echar otro vistazo hace media hora.

Su voz sonaba agitada.

—¿Y?

—Tenía los resultados de los técnicos encima de la mesa, por lo menos los que hay hasta ahora. Como fui yo quien encontró el pelo del collar junto a la laguna…

—Sí, sí, eso ya lo hemos visto. Kurt me ha dicho que no era de la chica. ¿Qué pasa ahora?

—Pues no, no era, pero alguien de ADN se ha dado mucha prisa y ha mandado un fax esta misma noche, y al introducir los datos en el sistema me ha salido una coincidencia.

Parecía que acababa de tocarle un premio que no sabía en qué consistía y con el que no tenía la menor idea de qué hacer.

—¿Tú qué piensas?

—Mañana por la mañana vamos a hacer un viajecito. Sé de quién es ese pelo.