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—¡Mierda!
Lisa iba furibunda en el coche. Al estar más familiarizada con la zona, conducía ella, pero el tráfico era denso y lento. El trato entre ambos volvía a ser profesional y estructurado, pero incluso así percibía el aroma suave y agradable de la piel de Jacob, una sensación que le encogía el estómago de miedo. Pero aún peor era la duda. ¿Qué ocurriría si la situación se complicaba e Isa Nielsen se negaba a marcharse sin plantar cara? Al fin y al cabo, ¿por qué iba a irse voluntariamente? ¿Y tendría ella los arrestos necesarios cuando se encontrara frente a frente con una mujer que estaba tan enferma que no vacilaría en matar? ¿Podría cubrir a sus compañeros? Ella misma había solicitado su ingreso en Homicidios y lo había conseguido, pero ni se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que la soltaran por ahí con una asesina con personalidad múltiple cuyos planes no era capaz ni de intuir. El corazón le latía con violencia y el volante estaba bañado en sudor. Jacob se retorcía inquieto en el asiento de al lado.
—Súbete a la acera.
Señaló a través de la lluvia, que ahora golpeaba las ventanillas del coche con más furia todavía. Los limpiaparabrisas chirriaban sobre el cristal. Con una hábil maniobra, un cambio de marcha y un vistazo al retrovisor, montó el vehículo por el carril-bici y la acera y adelantó a una hilera de coches y autobuses. Vía libre al fin.
—Tú sí que sabes manejar un coche, joder. ¿Cuánto falta?
—Si no volvemos a atascarnos, podemos estar allí en cinco minutos.
Circulaba por el centro de la carretera de la costa adelantando a todo lo que fuera más despacio que ellos.
—Cinco minutos es mucho tiempo si está en peligro, voy a pedir refuerzos.
Se percibía el estrés en su voz.
—Sí, que envíen otro coche; sin sirena, pero rápido. Y hazles una descripción de la socióloga. No sabemos qué intenciones tiene, pero así estaremos más seguros si algo sale mal.