1996

En realidad, el profesor Vonderbrügge, al que desde hace algún tiempo acoso con preguntas profanas, iba a escribirme algo para este año sobre análisis genético, datos sobre las ovejas gemelas clonadas Megan y Morag —la escocesa Dolly no nació hasta el año siguiente, de una madre de alquiler—, pero se disculpó a causa de un viaje perentorio a Heidelberg. Tenía que participar allí, como eminencia por todas partes solicitada, en el congreso mundial de investigadores del genoma; no se trataba sólo de ovejas clonadas, sino sobre todo, desde un punto de vista bioético, de nuestro futuro, cada vez más previsible como futuro sin padres.

De forma que, sustitutivamente, hablaré de mí o, mejor dicho, de mis tres hijas y yo, su padre demostrable, y de cómo, poco antes de Pascua, hicimos juntos un viaje con no pocas sorpresas y que, sin embargo, transcurrió a nuestro gusto y capricho. Laura, Helene y Nele me fueron dadas por tres madres que, en lo más íntimo y exteriormente contempladas —con mirada cariñosa— no podían ser más distintas y, si hubieran llegado a hablarse, más contradictorias; sus hijas, sin embargo, se pusieron rápidamente de acuerdo sobre el destino de su viaje con el padre invitante: ¡Vamos a Italia! A mí me dejaron pedirme Florencia y la Umbría, por razones sentimentales, lo confieso, porque, hacía decenas de años, exactamente en el verano del cincuenta y uno, un viaje en autostop me había llevado allí. En aquella época, mi mochila con saco de dormir y camisa de muda, bloc de dibujo y caja de acuarelas pesaban poco, y todo olivar, todo limón que madurara en el árbol me resultaban dignos de admiración. Ahora viajaba con mis hijas, y ellas viajaban conmigo sin su madre. (Ute, que no ha tenido hijas sino hijos sólo, se despidió temporalmente de mí con mirada escéptica.) Laura, madre de tres hijos que, cuando sonríe, lo hace sólo para intentarlo, se había ocupado de las reservas de hotel y del coche de alquiler contratado a partir de Florencia. Helene, impaciente aún en su escuela dramática, sabía ya adoptar poses casi siempre cómicas ante pilones de fuente, en escaleras de mármol o apoyada en columnas antiguas. Nele presentía probablemente que aquel viaje le ofrecía la última oportunidad para cogerse de la mano de su padre como una niña. Por eso podía tomarse a la ligera las complicaciones que la esperaban y dejar que Laura, como hermana, la convenciera de que —a pesar de aquel colegio idiota— debía hacer el bachillerato. Las tres, al subir las escarpadas escaleras de Perugia, Asís y Orvieto, se preocupaban por su padre, cuyas piernas recordaban al fumador, a cada paso, el humo disipado durante decenios. Yo tenía que hacer pausas, cuidando de que hubiera también algo digno de verse: aquí un portal, allá una fachada desmoronada de color especialmente intenso, a veces sólo un escaparate de zapatos.

Más parco que con el tabaco me mostraba en mis enseñanzas sobre el abundante arte que por todas partes, al principio en los Uffizi, luego ante la fachada de la catedral de Orvieto o en Asís, en la parte superior e inferior de la iglesia, en el noventa y seis todavía ilesas, invitaba al comentario; más bien eran para mí mis hijas la más viva de las enseñanzas, porque en cuanto las veía ante un Botticelli o un Fra Angelico, ante frescos y lienzos en que los maestros italianos, con donaire, agrupaban, escalonaban y alineaban mujeres, con frecuencia en número de tres, de frente y de espaldas, o de perfil, veía cómo Laura, Helene y Nele se comportaban como un espejo de las doncellas, ángeles o muchachas primaveralmente alegóricas, se situaban ante los cuadros unas veces como gracias, otras en adoración muda y otras con gesto elocuente, bailaban, se desplazaban solemnemente de izquierda a derecha o iban a su mutuo encuentro, como si fueran de mano de Botticelli, Ghirlandaio, Fra Angelico o (en Asís) Giotto. En todas partes se me ofrecía un ballet, salvo cuando se separaban por un momento.

De esa forma, el observador distante se veía festejado como padre. Sin embargo, apenas de vuelta a Perugia, en donde habíamos sentado nuestros reales, en cuanto fui con mis hijas a lo largo de la muralla etrusca de la ciudad, subiendo y bajando, yo, hasta entonces padre autoritario, me sentí como si desde las rendijas de los apretados muros me observaran, como si cayera sobre mí una mirada compacta, como si las tres madres tan distintas estuvieran ojo avizor y —en lo que a mí se refería— unánimemente preocupadas de ver si todo transcurría como era debido, no daba preferencia a ninguna de mis hijas, me preocupaba continuamente de reparar antiguas omisiones y, en general, estaba a la altura de mis obligaciones como padre. En los días siguientes evité aquel muro permeable de factura severamente etrusca. Luego llegó la Pascua con tañido de campanas. Como si hubiéramos ido ya a la iglesia y la misa, paseamos arriba y abajo por el Corso: Laura va estrechamente colgada de mi brazo, a Nele la llevo yo de la mano, y delante de nosotros Helene, siempre actriz, no se contiene. Luego fuimos al campo. Y yo, que lo había previsto todo paternalmente, escondí en las hendidas raíces, con sus nidos y oquedades, de un olivar que nos invitaba al picnic, no precisamente huevos de Pascua, pero sí sorpresas escogidas, como pastitas de almendra, bolsitas de funghi porcini secos, pasta de albahaca, tarritos de aceitunas, alcaparras, anchoas y todo lo que Italia ofrece al paladar. Mientras me ajetreaba entre los árboles, mis hijas tenían que mirar el paisaje sin moverse.

Luego las cosas continuaron siendo o volvieron a ser infantiles. Las tres rebuscaron los escondrijos de su padre y parecieron felices, aunque Helene aseguró que entre las raíces de un árbol, precisamente donde había encontrado un saquito de espliego, había serpientes, sin duda venenosas, echadas en su nido, pero que —gracias a Dios— habían huido.

Inmediatamente recordé de nuevo a las madres escondidas en lo etrusco como un prieto matriarcado. Sin embargo, ya en el camino de vuelta y dejando atrás carteles en los muros que hacían campaña por un tiburón de los medios informativos o por sus aliados fascistas, pero también por una alianza de centroizquierda bajo el signo del olivo, vimos de lejos y pronto de cerca un rebaño de ovejas, en el que, siguiendo al carnero guía, pasaron las ovejas madres con sus corderitos de Pascua, comportándose de una forma tan ovejunamente despreocupada como si nunca hubiera habido ovejas clonadas llamadas Megan y Morag, como si no hubiera que contar muy pronto con una oveja sin padre llamada Dolly, como si los padres pudieran seguir sirviendo para algo también en el futuro…

Mi siglo
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
autor.xhtml