1964

Es cierto, sólo más tarde me di cuenta de todos los horrores que pasaron y de todo lo relacionado con ellos, concretamente cuando tuvimos que casarnos deprisa porque estaba embarazada, y en el Römer, que es donde está en Francfort el registro civil, nos perdimos por completo. Pues sí, por las muchas escaleras y la excitación. En cualquier caso nos dijeron:

—Se han equivocado. Es dos pisos más abajo. Aquí se está desarrollando el proceso.

—¿Qué proceso? —pregunté yo.

—Bueno, el proceso contra los responsables de Auschwitz. ¿No lee los periódicos? Están llenos.

De manera que volvimos a bajar a donde nuestros testigos esperaban ya. Mis padres no, porque al principio estuvieron en contra de la boda, pero la madre de Heiner estaba allí, toda excitada, y también dos amigas mías de la central telefónica. Luego fuimos al Palmengarten, en donde Heiner había reservado una mesa, y lo celebramos como es debido. Sin embargo, después de la boda no lo podía olvidar, y fui allí una y otra vez, también cuando estaba ya en el quinto o sexto mes y la Justicia había trasladado el proceso a la Frankenallee, en donde, en la Bürgerhaus Gallus, había una sala bastante grande que ofrecía más espacio, especialmente para los espectadores.

Heiner no me acompañó nunca, ni siquiera cuando, en la estación de mercancías donde trabajaba, tenía servicio de noche y hubiera podido hacerlo. Sin embargo, yo le contaba lo que de todo aquello se podía contar. Todas aquellas cifras espantosas, de millones, no se podían entender porque siempre daban como verdaderas otras. Es cierto, unas veces decían que habían sido tres, y luego que todo lo más dos millones los gaseados o muertos de algún modo. Pero lo demás, lo que aparecía ante el tribunal, era igualmente terrible o más terrible aún, porque se tenía ante los ojos, y yo se lo podía contar a Heiner hasta que él me dijo:

—Déjalo ya. Yo tenía cuatro años, todo lo más cinco cuando pasó. Y tú acababas de nacer.

Eso es verdad. Pero el padre de Heiner y su tío Kurt, que en el fondo es francamente simpático, eran soldados los dos, y estaban muy lejos en Rusia, como me contó una vez la madre de Heiner. Sin embargo, cuando les quise hablar a los dos, después del bautizo de Beate, en el que por fin se juntó toda la familia, del proceso en la Bürgerhaus Gallus y de Kaduk y Boger, sólo me dijeron:

—De eso no supimos nada. ¿Cuándo dices que fue? ¿En el cuarenta y tres? Entonces no había más que retiradas…

Y el tío Kurt me dijo:

—Cuando tuvimos que dejar Crimea y, por fin, vine de permiso, nos habían bombardeado la casa. Sin embargo, del terror que los yanquis y los ingleses emplearon contra nosotros no habla nadie. Claro, porque ellos ganaron y los culpables son siempre los otros. ¡Déjalo ya, Heidi!

Sin embargo, Heiner tuvo que escucharme. Casi lo obligué, porque sin duda no fue casualidad que, cuando íbamos a casarnos, nos perdiéramos en el Römer, tropezando de esa forma con Auschwitz y, peor aún, con Birkenau, en donde estaban los hornos. Al principio él no quería creer nada de todo aquello, por ejemplo que un acusado ordenara a un recluso que ahogase a su propio padre, que el recluso se volviera loco y por eso, sólo por eso, el acusado lo matara en el acto de un tiro. O lo que pasaba en el pequeño patio, entre el bloque 11 y el bloque 12, contra la pared negra. ¡Fusilamientos! Más o menos millares. Porque, cuando se habló de eso, nadie sabía la cifra exacta. En general resultaba difícil acordarse. Cuando luego le hablé del columpio al que dieron el nombre de Wilhelm Boger, el cual inventó ese artilugio para hacer hablar a los reclusos, al principio no quería comprenderme. Entonces, en un trozo de papel, le hice un dibujo exacto de lo que un testigo había mostrado en un modelo construido expresamente para el proceso. De la barra de arriba colgaba, como un muñeco, un recluso vestido a rayas, y tan bien atado que el boger le golpeaba exactamente entre las piernas y, concretamente, en los testículos. Sí, exactamente en los testículos.

—Imagínatelo, Heiner —le dije—, cuando el testigo contó todo eso al tribunal, Boger, que estaba sentado de medio lado en el banquillo de los acusados, es decir, detrás de los testigos, se sonrió realmente, torciendo la boca…

¡Es verdad! ¡También yo me lo pregunté! ¿Es un ser humano? Sin embargo, hubo testigos que dijeron que ese Boger, por lo demás, fue siempre bastante correcto y cuidaba de las flores de la Comandancia. Al parecer, sólo odiaba realmente a los polacos, y a los judíos mucho menos. Bueno, todo eso de las cámaras de gas y el crematorio del campo principal y de Birkenau, en donde había un montón de gitanos en barracones especiales que fueron todos gaseados, era mucho más complicado de entender que lo del columpio. Sin embargo, no conté, naturalmente, que Boger tenía cierto parecido con Kurt, el tío de Heiner, especialmente cuando miraba tan bonachonamente, porque eso hubiera sido una bajeza hacia el tío Kurt, que al fin y al cabo es totalmente inofensivo y la amabilidad en persona.

Sin embargo, lo del columpio y todo lo demás que era un hecho quedó pendiente entre Heiner y yo, de forma que siempre, cuando es nuestro aniversario de boda, tenemos que recordarlo, también porque entonces estaba embarazada de Beate y porque luego nos hemos dicho:

—Ojalá la niña no se haya enterado de nada.

Sin embargo, el invierno pasado me dijo Heiner:

—En el verano, cuando me den las vacaciones, quizá vayamos a Cracovia y Kattowitz. Mamá quiere hacerlo desde hace tiempo, porque en realidad viene de la Alta Silesia. Y yo he estado ya en Orbis. La oficina de viajes polaca…

Sin embargo, no sé si eso nos conviene, ni si saldrá, aunque, entretanto, es fácil conseguir un visado. Es cierto. Desde Cracovia, al parecer, Auschwitz no está lejos. Hasta se puede visitar, lo dice este prospecto…

Mi siglo
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