1950

Como en otro tiempo, mucho antes de la guerra, fui panadero, los de Colonia me llamaban El Bobo del Bollo. Sin embargo, no era con mala intención, porque, después del gran Ostermann (Willi), yo era quien escribía los mejores valses para columpiarse del brazo. En el treinta y nueve, cuando celebramos por última vez el Carnaval y pudimos brindar con un Kölle Alaaf, el número uno fue Tú, corzo alegre, tú… y todavía, hasta hoy, se sigue oyendo !Ah del barco, capitán…! con el que inmortalicé el barquito Müllheimer Bötchen.

Luego, sin embargo, aquello fue el acabóse. Sólo cuando la guerra terminó y de nuestra querida Colonia sólo quedaban ruinas, cuando la Potencia de ocupación prohibió severamente nuestro Carnaval y el futuro tenía mal aspecto, tuve un gran éxito con Somos nativos de Trizonesia, porque los bufones de Colonia no dejaban que se les prohibiera nada. Por encima de los escombros y adornados con los trapos que nos habían quedado: la asociación Chispa Roja, la patulea de niños e incluso algunos inválidos de la Guardia del Príncipe salieron por la Puerta del Gallo. Y en el cuarenta y nueve, la primera tríada de bufones de después de la guerra —Príncipe, Campesino y Doncella— comenzaron a quitar cascotes del Gürzenich, totalmente destruido, con sus propias manos. Aquello tenía una intención simbólica, porque en el Gürzenich se han hecho siempre las mejores representaciones.

Sólo al año siguiente pudimos celebrarlo otra vez oficialmente. Fue un jubileo, porque los viejos romanos, en el año 50, fundaron nuestra ciudad como Colonia Agrippensis. «Colonia, como es y como fue hace 1900 años», decía el lema. Pero, por desgracia, no fui yo quien escribió el éxito del Carnaval de aquella temporada, y tampoco lo fue ninguno de los profesionales, Jupp Schlösser o Jupp Schmitz; no, fue un tal Walter Stein, a quien, según se decía, se le ocurrió la idea de Quién va a pagar todo esto, quién tiene tanto dinero mientras se afeitaba. Tengo que confesar que captó el ambiente: «¿Quién tiene tanta pasta, quién tiene tanto dinero?». Sin embargo, la canción la lanzó alguien de la radio, llamado Feltz. Un pillo redomado, porque Stein y Feltz eran la misma persona. Fue una estafa deliberada y un auténtico compadreo coloniense, pero Quién va a pagar todo esto… hizo carrera, porque aquel Stein o Feltz había encontrado el tono adecuado. Nadie tenía nada en los bolsillos tras la reforma monetaria o, en cualquier caso, no la gente sencilla. Sin embargo, nuestro Príncipe Carnaval, Pedro III, siempre tuvo pasta suficiente: ¡Comercio de patatas al por mayor! Y nuestro Campesino llevaba una empresa de mármol en Ehrenfeld. Bien forrada estaba también nuestra Doncella Guillermina —de acuerdo con el reglamento tenía que ser un hombre— que era joyero y, además, orfebre. Aquella tríada tiró luego tanto dinero, cuando se celebró en el mercado la Noche de las Mujeres, precisamente con las mujeres del mercado…

Pero yo quería hablar del desfile del Lunes de Carnaval. Pasado por agua. A pesar de lo cual vino más de un millón de personas, incluso de Holanda y de Bélgica. Hasta los propios ocupantes lo celebraron, porque ahora casi todo volvía a estar permitido. Todo fue casi como antes, si se prescindía de las ruinas, que llamaban fantasmalmente la atención por todas partes. Fue un desfile histórico, con viejos germanos y viejos romanos. Comenzó con los ubios, de los que se supone que proceden los colonienses. Pero luego empezaron a levantar la pierna las chicas de la «Chispa», con música por delante. Y todas aquellas carrozas, unas cincuenta. Si en el último año la consigna había sido: «Aquí estamos otra vez y hacemos lo que podemos», aunque realmente no se «pudiera» hacer mucho, esta vez lanzaron desde las carrozas un montón de caramelos para los críos y los bufones, unos veinticinco quintales. Y, desde un surtidor coloreado, la empresa 4711 pulverizó varios miles de litros de agua de colonia auténtica sobre la multitud. Aquello sí que fue un buen balanceo: «Quién va a pagar todo esto…».

Esa canción de moda se mantuvo durante mucho tiempo. Por lo demás, sin embargo, en el desfile del Lunes de Carnaval no había nada especial desde el punto de vista político, porque la Potencia de ocupación estaba entre los espectadores. Sólo llamaron la atención en el desfile dos máscaras, siempre muy juntas. Hasta se besaban y bailaban. Eran, por decirlo así, uña y carne, lo que naturalmente resultaba bastante repulsivo y tenía también algo de mala idea, porque una de las máscaras reproducía fielmente al viejo Adenauer y la otra al Perilla del otro lado; sí, a ese Ulbricht. Claro está que la gente se reía del taimado jefe indio y de la cabra siberiana. Sin embargo, eso era lo único pangermánico que pasaba el Lunes de Carnaval. E iba sin duda más contra Adenauer, al que los bufones colonienses nunca quisieron, porque ya antes de la guerra, de primer alcalde, habló contra el carnaval. Como Canciller, le hubiera gustado prohibirlo. Y además para siempre.

Mi siglo
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