1979

Qué manía de preguntar. ¿Qué es eso de «mi gran amor»? Claro que lo eres tú, mi Klaus-Stephan, que me atacas bastante los nervios, en tanto que yo, por ti… Bueno, para que se acabe este interrogatorio. Supongo que por amor tú entiendes algo así como palpitaciones, manos húmedas y tartamudeos al borde del desvarío. Pues sí, una vez fue así, concretamente cuando tenía trece años. Entonces, te vas a asombrar, me enamoré de un auténtico aeróstata, absolutamente, hasta perder el sentido. Mejor dicho, del hijo de un aeróstata o, mejor dicho aún, del hijo mayor de uno de los aeróstatas, porque eran dos hombres que, con sus familias —¿cuándo fue? Hace doce años, a mediados de septiembre— fueron en un globo de aire caliente desde Turingia, al otro lado, hasta Franconia. ¡Qué va, nada de viaje de placer! O no comprendes o no quieres entender. Pasaron sobre la frontera. Temerariamente sobre el alambre espinoso, las minas personales, los dispositivos de autodisparo y los corredores de la muerte, sin desviarse hacia nosotros. Yo, como tal vez recuerdes, soy de Naila, un poblacho de Franconia. Y, apenas a cincuenta kilómetros, en lo que entonces era aún la otra Alemania, está Pössneck, de donde huyeron las dos familias. Te lo estoy diciendo, con un globo, y además cosido por ellas mismas. Por eso Naila se hizo famoso y salió en todos los periódicos, y hasta en la televisión, porque los aeróstatas no aterrizaron ante nuestra puerta sino, en las afueras de la ciudad, en un prado del bosque: cuatro adultos y cuatro niños. Y uno de ellos era Frank, que acababa de cumplir los quince y del que me enamoré, y además inmediatamente, cuando los otros niños estábamos tras la barrera, mirando cómo las dos familias se encaramaban otra vez a la barquilla, para la televisión y cómo, cuando se lo dijeron, saludaron con la mano. Salvo mi Frank. Él no hizo ningún gesto. Aquello le resultaba penoso. Estaba harto de aquel jaleo. Es decir, de todas aquellas garambainas de los medios informativos. Quiso salir de la barquilla, pero no le dejaron. A mí, sin embargo, me dio el flash inmediatamente. Yo quería irme con él o dejarlo. Eso sí, muy distinto de nuestro caso, en el que todo se desarrolló poco a poco y casi no pasó nada espontáneamente. Sin embargo, con Frank fue amor a primera vista. ¡Claro que hablé con él! Es decir, apenas había dejado la barquilla, le abordé, sencillamente. Él no dijo apenas nada. Estaba bastante cohibido. Casi conmovedor. Pero yo le acosé a preguntas, quería saberlo todo, bueno, toda la historia. Cómo las dos familias lo intentaron ya una vez, pero el globo, como había niebla, se humedeció y descendió poco antes de la frontera, sin que nadie supiera dónde estaban. Tuvieron suerte de que no los cogieran al otro lado. Y luego Frank me contó que las dos familias no renunciaron sino que volvieron a comprar tela impermeable a metros, por toda la RDA de entonces, lo que desde luego no era fácil. Por la noche, las mujeres y los hombres cosieron con dos máquinas de coser el nuevo globo, pedazo a pedazo, por lo que, inmediatamente después de haber tenido éxito en su fuga, la empresa Singer quiso regalarles dos máquinas eléctricas flamantes, porque suponían que habían fabricado el globo con dos máquinas Singer de pedal anticuadas… Sin embargo, no era verdad… Eran artículos del Este… Incluso eléctricas… De forma que no hubo ningún superregalo… Claro, porque faltaba el efecto propagandístico… Y nadie da nada por nada… En cualquier caso, mi Frank me contó todo eso poco a poco, cuando nos encontrábamos a escondidas en el prado del bosque en que había aterrizado el globo. En realidad, él era tímido y muy distinto de los chicos del Oeste. ¿Que si nos besamos? Al principio no, pero luego sí. Entonces había ya dificultades con mi padre. Él opinaba, lo que no era mentira, que aquellos padres aeróstatas habían actuado de una forma irresponsable, poniendo en peligro a sus familias. Naturalmente, yo no quería comprender. A mi padre le dije, lo que tampoco era equivocado: lo que pasa es que estás celoso, porque esos hombres se han atrevido a hacer algo para lo que, desde luego, eres demasiado miedoso. ¡Bueno! Ahora mi queridísimo Klaus-Stephan finge tener celos, quiere hacerme una escena y, posiblemente, terminar una vez más. Sólo porque hace años… Muy bien. He mentido. Sencillamente me imaginé algo. A los trece años, estaba demasiado cortada para hablar con el chico. No hice más que mirarlo y remirarlo. También más tarde, cuando lo veía en la calle. La verdad es que iba a la escuela de Naila, muy cerca de nuestra casa. Está en la Albin-Klöber-Strasse, desde donde no se tarda mucho hasta el lugar en que aterrizaron todos con su globo. Luego nos mudamos, sí, a Erlangen, en donde mi padre empezó a trabajar en publicidad de productos con la Siemens… No, no sólo un poco enamorada; le quise, con pasión y sinceramente, te guste o no. Y aunque entre nosotros no pasó nada, sigo queriéndolo, aunque Frank no lo sospeche.

Mi siglo
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