1977
Eso tuvo consecuencias. ¿Pero qué no tenia consecuencias? Un terrorismo que inventó su antiterrorismo. Y preguntas que quedaron sin respuesta. Por eso hasta hoy sigo sin saber cómo entraron en la sección de máxima seguridad los dos revólveres y la munición con los que, al parecer, Baader y Raspe se suicidaron en Stammheim, ni cómo pudo ahorcarse Gudrum Ensslin con un cable de altavoz.
Eso tuvo consecuencias. ¿Pero qué no tenía consecuencias? Por ejemplo, en el año anterior, la privación de nacionalidad del cantautor Wolf Biermann, al que en adelante faltó el firmemente amurallado Estado de los Obreros y Campesinos y —en cuanto empezó a cantar en escenarios occidentales— la caja de resonancia. Hasta hoy lo recuerdo en la Niedstrasse de Friedenau, en donde, en visita temporal autorizada por el Estado, habló primero divertidamente de sí mismo en nuestra mesa de comedor, del verdadero comunismo y de nuevo de sí mismo, y luego, en mi estudio, con guitarra y un pequeño público —Ute, los muchos niños y sus amigos— ensayó el programa de su actuación, graciosamente autorizada, en Colonia, y recuerdo cómo, al día siguiente, volvimos a verlo live en la televisión, porque lo había ensayado todo, ensayado cada grito contra la arbitrariedad del Partido gobernante, cada risa burlona que le producía el espíritu de denuncia nacionalizado, cada sollozo por el traicionado comunismo, traicionado por los compañeros dirigentes, cada acorde insólito y graznido nacido del dolor, ensayado, digo, hasta el asomo de una incipiente afonía, hasta la literalidad de los lapsus espontáneos, cada parpadeo, cada cara de payaso y de sufrimiento, desde hacía meses, años, ensayado mientras la estricta prohibición de actuar fuera de su cueva (frente a la «Representación Permanente» de la República Federal) lo había hecho enmudecer, aprendido su gran actuación número tras número; porque todo lo que en Colonia conmovió a la masa de espectadores que lo escuchaba había tenido ya éxito el día anterior ante el pequeño público. Tan lleno de intenciones ensayadas estaba. Tanto le importaba su precisión de tiro. Y tan ensayado subía al escenario su valor.
Apenas expulsado, todos esperábamos que ese valor tuviera consecuencias, que se pusiera a prueba en el Oeste. Pero no pasó ya mucho. Más tarde, mucho más tarde, cuando el Muro estaba a punto de caer, Biermann se sintió ofendido porque hubiera ocurrido aquello sin su intervención. Recientemente le han concedido el premio nacional.
Después de la expulsión de Biermann nos reunimos por última vez en el Este de la ciudad. En casa de Kunert, con sus muchos gatos, nos leímos primero mutuamente (como si lo tuviéramos ensayado), pero luego se añadieron otros que habían protestado contra la privación de nacionalidad de Biermann y ahora trataban de manejar las consecuencias de su protesta. Una de esas consecuencias fue que muchos (no todos) se vieron obligados a solicitar la salida del Estado. Los Kunert se fueron con sus gatos. Con niños, libros y enseres, Sarah Kirsch y Jochen Schädlich.
También eso tuvo consecuencias. Pero qué no tenía consecuencias. Más tarde murió Nicolas Born, dejándonos a todos. Y más tarde, mucho más tarde se rompieron nuestras amistades: daños de la Unificación. Nuestros manuscritos, sin embargo, que nos habíamos leído una y otra vez, salieron al mercado. Y también el Rodaballo echó a nadar. Ah sí, y al final de ese año murió Charles Chaplin. Se dirigió hacia el horizonte contoneándose y desapareció sencillamente, sin encontrar sucesión.