1995

… y ahora, mis queridos y queridas oyentes, como se dice en Berlín, se ha soltado el Oso. Escuchen ustedes, deben de ser doscientos, no, trescientos mil los que hacen que en el Ku’damm, que tantos momentos históricos ha vivido, en toda su longitud, desde la Gedächtniskirche hasta muy lejos, hacia el Halensee, todo sea bullicio, no, ebullición. Sólo aquí, en Berlín, en donde recientemente otro evento sin par, el Reichstag envuelto por Christo, el artista internacionalmente elogiado, de una forma tan incomparablemente hechicera, se convirtió en acontecimiento que atrajo a cientos de miles, aquí, sólo aquí, en donde hace pocos años la juventud bailó sobre el Muro, dio una fiesta desbordante a la Libertad y convirtió el grito de «¡Qué locura!» en lema del año, sólo aquí, repito, otra vez de nuevo, aunque esta vez con afluencia abrumadora de gente tan ansiosa de vivir como totalmente fuera de sí, puede celebrarse este Love Parade y, aunque al principio el Senado de Berlín reaccionara con vacilación y, por el montón de basura que cabía esperar, considerara incluso la posibilidad de prohibirlo, por fin —naturalmente, queridos y queridas oyentes, con el debido respeto a sus reparos— pueden congregarse los llamados ravers, es decir, colgados, exaltados o totalmente flipados, para bailar, borrachos de tecno, en una manifestación autorizada por el responsable del orden público, y regalar a todo Berlín, esta ciudad maravillosa, siempre abierta a todo lo nuevo, el, como lo llaman, «mayor party del mundo», dicen unos, se escandalizan otros, porque lo que aquí está ocurriendo desde hace horas —¡oigan ustedes!— es insuperable en nivel sonoro y alegría de vivir, pero también en pacifismo gozoso, al fin y al cabo, el lema de este «Carnaval de Río» que se celebra a orillas del Spree es este año «Peace on Earth». Efectivamente, queridos oyentes de ambos sexos, porque sin duda alguna y antes que nada, esos jóvenes tan fantasiosamente ataviados que han venido de todas partes, hasta de Australia, quieren Paz en la Tierra. Sin embargo, también quieren decir al mundo entero: mirad, existimos. Somos muchos. Somos distintos. Queremos divertirnos. Nada más que divertirnos. Y este gusto se lo dan sin inhibiciones porque, como ya he dicho, son distintos, no matones de izquierdas o de derechas, ni sucesores de los sesentayochistas, siempre en contra y nunca a favor de nada, pero tampoco almas cándidas que, como hemos podido ver, quieren prohibir la guerra con grititos de miedo o cadenas de lucecitas. No, esta juventud de los noventa está hecha de otra forma, igual que su música, que a ustedes, mis queridos y queridas oyentes, tal vez les parezca sólo un fatigoso estrépito de tambores, porque también yo, de mala gana, he de confesar que ese atronador retumbar de bajos que sacude el Ku’damm, ese despiadado bum bum bum chaka chaka chaka, el tecno en una palabra, no es del gusto de todos, pero esa juventud está enamorada de sí misma y del caos, y quiere expresarse a todo volumen y vivir en éxtasis. Baila hasta el agotamiento, suda y echa humo hasta no poder más y más allá aún y, con camiones y remolques, en autobuses y sobre autobuses alquilados, decorados de las formas más divertidas, que apenas se mueven, pone en ebullición el Ku’damm —¡oigan, oigan!— y Berlín entero, de tal forma que a mí, que me aventuro ahora con mi micrófono en esta multitud que da saltos y patalea, empiezan a faltarme las palabras, por lo que abordo con mis preguntas a uno de estos danzantes posesos llamados ravers: ¿qué es lo que te ha hecho venir a Berlín? «Que es cojonudo ver cuántos hay aquí…» ¿Y a usted, señorita de rosa?: «Bueno, que aquí, en este Love Parade puedo ser como soy de verdad…» ¿Y a usted, joven? «Está claro, estoy aquí porque estoy por la paz, y eso que está pasando aquí, así me imagino la paz…» ¿Y a ti, mi guapísima envuelta en plástico trasparente? ¿Qué te ha traído aquí? «Que a mi ombligo y a mí nos gusta que nos vean…» ¿Y a vosotras dos, minifaldas relucientes? «Que esto es cachondo…» «Supercachondo.» «Este ambiente se contagia totalmente…» «Sólo aquí puedo fardar con lo que llevo…» Ya lo oyen, mis queridos oyentes, jóvenes y viejos, masculinos y femeninos. La palabra clave es ¡fardar! Porque esta juventud que parece liberada, estos ravers no sólo se mueven como si tuvieran el baile de San Vito, sino que quieren también que los vean, llamar la atención, impactar, ser alguien. Y lo que llevan sobre el cuerpo —que a veces es sólo ropa interior— debe quedarles bien apretado. No es de extrañar que tantos modistos famosos se inspiren en este Love Parade. Ni tampoco que la industria del tabaco, Camel antes que nadie, haya descubierto ahora a los que bailan tecno para su publicidad. Y nadie se molesta aquí por todo ese tinglado publicitario, porque esta generación se ha reconciliado con toda naturalidad con el capitalismo. Ellos, los de los noventa, son sus hijos. Les viene a medida. Son su producto comercial. Quieren ser y tener siempre lo más nuevo. Lo cual lleva a más de uno a ayudarse a conseguir el más nuevo subidón con éxtasis, la droga más nueva. Hace un rato me decía un joven de muy buen humor: «De todas formas no se puede salvar al mundo, de manera que por qué no dar una fiesta…». Y esa fiesta, mis queridos y queridas oyentes, se está celebrando hoy. No se piden eslóganes revolucionarios, sino sólo paz actual y futura, aunque en alguna parte de los Balcanes, en Tuzla, Srebrenica y otros lugares, se dispare y se mate. Por ello, permítanme que termine este reportaje sobre el ambiente del Kurfürstendamm echando una ojeada al futuro: aquí, en Berlín el futuro ha llegado ya, aquí, en donde en otro tiempo, Reuter, el legendario alcalde, gritó a los pueblos del mundo: «¡Mirad esta ciudad!», en donde en otro tiempo John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos, declaró: «¡También yo soy berlinés!», aquí, en esta ciudad que en otro tiempo estuvo dividida y hoy crece unida, eternamente metida en grandes obras, y desde la que —anticipando el año 2000— tomará la salida la «República de Berlín», aquí, año tras año —el próximo incluso en el Tiergarten—, podrá bailar en éxtasis una generación a la que pertenece ya el futuro, mientras que nosotros, los mayores, si se me permite el chiste para terminar, nos ocuparemos de la basura, de los montones de basura que el Love Parade y la gran Tecno-Party nos dejarán, lo mismo que el año pasado, también los años venideros.

Mi siglo
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