1960

¡Qué lástima! Es cierto que en Roma participó de nuevo en los Juegos Olímpicos un equipo de toda Alemania, pero Adidas se dividió definitivamente. Y fue por culpa de Hary. No es que él tuviera intención de provocar una disputa entre los dos hermanos, pero aumentó nuestras desavenencias, aunque, comercialmente, nuestros caminos se hubieran separado mucho antes, al establecer mi hermano aquí, en las proximidades de Fürth, para hacerme la competencia, su empresa Puma, que en realidad no alcanzó ni de lejos las cifras de ventas de Adidas.

Es cierto que las dos empresas dominaron el mercado mundial de zapatillas de deportes y botas de fútbol. Pero es verdad también que Armin Hary nos enfrentaba mutuamente, al tomar la salida para batir sus récords unas veces con clavos de Adidas y otras con clavos de Puma. Las dos empresas se lo pagaban. Por eso en Roma corrió con los clavos de mi hermano, pero, sin embargo, tras haber conseguido el oro con su legendaria carrera, subió al podio de los vencedores con zapatillas Adidas. Además fui yo quien, después de su récord mundial de los diez segundos en Zurich, puse sus zapatillas en nuestro museo y creé el «9,9», modelo con futuro, para que Hary corriese en Roma con él.

Fue una lástima que se dejara captar por mi hermano, y típico de nuestra contienda familiar el que, después de aquella abundancia de oro —Hary ganó también con el equipo de relevos de los cuatrocientos metros—, se presentaran a la prensa deportiva ocho modelos de Puma con su monograma. Comenzaban por los llamados «Salida de Hary» y «Sprint de Hary» y acababan con el «Victoria de Hary». No sé cuánta pasta tuvo que aflojar Puma para ello.

Hoy, sin embargo, cuando es demasiado tarde ya para dar marcha atrás y reconciliarse, la empresa se ha vendido al extranjero, mi hermano ha muerto y toda enemistad ha quedado enterrada, comprendo con dolorosa lucidez que nunca hubiéramos debido dejarnos llevar por aquel muchacho, al que no sin razón llamaban el Galgo. Pronto nos pasaron la cuenta de nuestra esplendidez. Apenas había conseguido él homologar por fin su récord mundial, comenzaron los escándalos. En Roma ya, aquel muchacho mimado se peleó con funcionarios del deporte a causa del equipo de relevos. Al año siguiente, su carrera como velocista había terminado prácticamente. Y eso después de un ascenso meteórico. Qué va, el motivo no fue un accidente de coche, como se dijo, sino graves infracciones de las normas sobre el deporte aficionado. Y nosotros —Adidas y Puma— habíamos sido al parecer quienes sedujimos al muchacho. Naturalmente es un disparate, aunque tengo que reconocer que mi hermano, sin ninguna vergüenza, siempre supo captar corredores, costasen lo que costasen. Fuera Fütterer, Germar o Lauer, lo intentaba con todos. Sin embargo, con Hary se dio un buen batacazo, aunque hoy estimo que el tribunal deportivo decidió con falta de generosidad excesiva, impidiendo así a aquel incomparable fenómeno de la distancia corta —hasta el negro Jesse Owens le estrechó con admiración la mano— cualquier otra victoria o récord.

Sigo pensando lo mismo: ¡Fue una lástima! Aunque la evolución de aquel genio de la carrera pusiera de relieve el insuficiente respaldo moral de sus facultades, cuando luego, con frecuencia, se vio mezclado en escándalos, como corredor de fincas o empresario, y finalmente, a principios de los ochenta, involucrado en aquella ciénaga de maquinaciones de la empresa sindical Nuevo Hogar y del archiepiscopado de Múnich que le costó dos años de prisión por malversación de fondos y estafa, yo sigo teniendo ante los ojos a aquel muchacho alto, y así debió de verlo también mi hermano cuando Hary logró los cien metros en un tiempo récord con cuarenta y cinco zancadas, y se le midió un tranco máximo de dos metros veintinueve.

¡Aquellas salidas suyas! Apenas abandonaba los hoyos, dejaba a todos atrás, incluidos los corredores negros. Durante muchos años, aquella marca mundial de velocidad de un blanco se mantuvo. Qué lástima que no pudiera superar él mismo su famoso diez coma cero. Porque, si Armin Hary se hubiera quedado con Adidas y no se hubiera dejado arrastrar por Puma y mi hermano, hubiera logrado sin duda un 9,9. Jesse Owens lo creía capaz de conseguir incluso un 9,8.

Mi siglo
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