1990

Nos encontramos en Leipzig, y no sólo para asistir al recuento de votos. Jakob y Leonore Suhl vinieron desde Portugal y se hospedaron cerca de la estación, en el Hotel Merkur. Ute y yo, llegados de Stralsund, encontramos alojamiento en el suburbio de Wiederitzsch, en casa del propietario de una droguería al que conocía de la Mesa Redonda de Leipzig. Durante toda aquella tarde estuvimos siguiendo las huellas de Jakob. Se crió en un barrio obrero que antes se llamaba Oetzsch y ahora se llama Markkleeberg. Primero emigró a América, con los hermanos pequeños, su padre, Abraham Suhl, que enseñaba alemán y yiddish en el Instituto Judío. En el treinta y ocho lo siguió Jakob, que tenía quince años. Sólo la madre se quedó en Oetzsch, a causa de su matrimonio arruinado, hasta que tuvo que huir también a Polonia, Lituania y Letonia, en donde fue capturada a finales del verano del cuarenta y uno por la Wehrmacht alemana y —como se dijo luego— muerta a tiros por un comando de vigilancia al huir. En Nueva York, su marido y sus hijos no habían conseguido reunir el dinero necesario para un visado de entrada en los Estados Unidos de América, última esperanza de su mujer, de su madre. A veces, tartamudeando, Jakob hablaba de aquellos esfuerzos inútiles.

Aunque no podía andar ya mucho, no se cansaba de enseñarnos la casa de vecindad, el patio trasero en donde colgaba la ropa lavada, su colegio y, en una calle lateral, el gimnasio. En el patio trasero volvió a ver la barra utilizada para sacudir alfombras. Jakob señaló una y otra vez con alegría aquel resto de su juventud. Manteniendo la cabeza inclinada, cerraba los ojos como si escuchara los golpes regulares, como si el patio trasero se animara de nuevo. Y quiso que Leonore lo fotografiara bajo un cuadro de esmalte azul, en el que, sobre la fecha 1.º de mayo de 1982, se podía leer «Comunidad de vecinos ejemplar de la ciudad de Markkleeberg». También se situó ante la puerta azul del gimnasio, por desgracia cerrada, sobre la cual, desde un nicho, el busto de F. L. Jahn, que fundó el Movimiento Gimnástico de los Jóvenes Alemanes, miraba a lo lejos con severidad.

—No —dijo Jakob—, no teníamos nada que ver con los judíos ricos de abrigo de piel que vivían en el centro de la ciudad. Aquí todos, judíos o no judíos, también los nazis, eran sólo obreros o modestos empleados.

Luego quiso irse, ya tenía bastante.

Presenciamos el desastre electoral en la «Casa de la Democracia» que, acompañados por un joven técnico de la construcción, encontramos en la Bernhard-Göring-Strasse. Allí tenían sus oficinas, desde hacía poco, los movimientos de derechos civiles. Primero estuvimos en la de los Verdes y luego en la de la Liga 90. Aquí y allá había jóvenes de pie, sentados o acurrucados ante aparatos de televisión. También allí hizo fotos Leonore, que muestran hasta hoy el silencio y la decepción ante las primeras extrapolaciones. Una mujer joven se tapaba la cara. Todos comprendieron que la CDU estaba a punto de lograr una victoria aplastante.

—En fin —dijo Jakob—, así son las cosas en la Democracia.

Al día siguiente encontramos ante la entrada lateral de la iglesia de San Nicolás, de la que habían salido en el otoño del año anterior las manifestaciones de los lunes, en una valla de chapa ondulada, una pegatina que, con orla azul y letras también azules, imitaba un letrero de calle. Leímos: «Plaza de los Estafados». Y debajo, en letra pequeña: «Los hijos de octubre os saludan. Sí, seguimos existiendo».

Antes de despedirnos del propietario de la droguería, que había votado cristianamente —«no ha sido por el maldito dinero. Estoy ya arrepentido…»—, nos enseñó, con el sentimental orgullo de un sajón que también con el Socialismo había seguido activo, su casa, con piscina y jardín. Junto a un diminuto estanque vimos una cabeza de Goethe en bronce, de metro y medio de altura, que nuestro anfitrión, poco antes de que fundieran la imponente cabeza del poeta, había cambiado por una partida mayor de hilo de cobre. Admiramos en el jardín un candelabro que hubieran vendido con otros candelabros en Holanda, para conseguir divisas, si nuestro droguero no hubiera birlado aquel ejemplar o, como él decía, lo hubiera «puesto a salvo». Igualmente había puesto a salvo dos columnas de labradorita y una pila de pórfido de un cementerio, amenazadas por la apisonadora, que había incorporado a su jardín. Y por todas partes había asientos tallados en piedra o de hierro colado, que sin embargo él, que nunca se sentaba, no utilizaba apenas.

Luego nos llevó nuestro droguero, que a pesar del Socialismo había seguido siendo independiente, a su piscina cubierta, que a partir de abril debía ser calentada por paneles solares. Sin embargo, más que aquellos productos occidentales adquiridos por trueque, nos sorprendieron unas figuras de arenisca, de tamaño mayor que el natural, que representaban a Jesucristo y seis apóstoles, entre ellos los evangelistas. Nos aseguró que había conseguido salvar aquellas esculturas en el último momento, concretamente antes de que la iglesia de San Marcos, como otras iglesias de Leipzig, fuera destruida por, como él dijo, «bárbaros comunistas». Ahora estaba allí Cristo, representado al gusto de finales del XIX, en semicírculo con algunos de sus apóstoles, en torno a la piscina de resplandor turquesa, bendiciendo a dos robots (fabricados en el Japón) que limpiaban diligentemente las paredes de azulejo, bendiciéndonos también a nosotros, que habíamos venido a Leipzig para desencantarnos el 18 de marzo con las primeras elecciones libres a la Cámara del Pueblo, y bendiciendo posiblemente la Unidad inminente; allí estaba bendiciendo bajo un techo de estructura soportada por esbeltas «columnas dóricas», como sabía el droguero.

—Aquí se cruzan —nos dijo— elementos helenísticos y cristianos con el sentido práctico sajón.

En el viaje de vuelta, pasando ante los viñedos a lo largo del Unstrut, por Mühlhausen y en dirección a la frontera, Jakob Suhl se durmió, agotado por su regreso a Leipzig-Oetzsch. Había visto lo suficiente.

Mi siglo
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0000.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
autor.xhtml