No quiero morir en un archivo polvoriento
«Creo que El Astrólogo lo tiene Sarah Bauer». Fui directa al grano nada más empezar la primera reunión de trabajo que mantuvimos Alain y yo, antes incluso de encender el ordenador o de abrir la carpeta de documentos.
Él frunció el ceño y replicó con prevención:
—¿Te basas en algo concreto o es sólo intuición femenina? No es que tenga nada en contra de la intuición femenina —se apresuró a aclarar con la misma prevención—, pero como método científico de investigación es… cuestionable.
—Un poco de todo —reconocí—. Es el resultado de mezclar en una probeta a Georg von Bergheim, los Bauer y El Astrólogo, añadir una pizca de intuición femenina y agitar.
—Eso más que ciencia es brujería, pero como hipótesis me parece interesante.
Agradecí con una sonrisa su concesión y me dispuse a ofrecerle una explicación más detallada.
—Al menos, tiene sentido. Sabemos que Georg von Bergheim estaba buscando El Astrólogo, sabemos que (contra el procedimiento habitual de expropiación) se trasladó de París a Estrasburgo para confiscar la colección Bauer…
—Sabemos que el cuadro no está en la colección Bauer —me interrumpió.
—No exactamente. Sabemos que no se incluyó en el inventario, pero eso no quiere decir que no estuviera en la colección.
—Touché —admitió con una leve inclinación de cabeza.
—Según tus investigaciones, los alemanes detuvieron a toda la familia menos a Sarah Bauer… ¿Por qué? ¿Por qué no hay rastro de El Astrólogo ni de Sarah Bauer? ¿Por qué casualmente han desaparecido los dos?
—Yo no he dicho que no haya rastro de ella, sólo he dicho que yo no lo he encontrado…
—Pues hay que encontrarlo. Mi intuición femenina me dice que el rastro de Sarah Bauer es el rastro de El Astrólogo.
—Ya, pero mi escepticismo masculino me dice que hay otras muchas hipótesis. Primera, fue otro motivo y no El Astrólogo el que llevó a Von Bergheim a la colección Bauer. Segunda, fue El Astrólogo el que llevó a Von Bergheim a la colección Bauer pero se equivocó al buscarlo en dicha colección porque nunca estuvo allí. Tercera, Von Bergheim encontró El Astrólogo en la colección Bauer, se lo llevó a Himmler y cumplió su misión.
—Entonces, ¿por qué regresó a París?
—Se me ocurren cientos de motivos…
Pasé por alto la declaración de Alain y continué en mis trece:
—Regresó a París siguiendo a Sarah Bauer porque creía que ella lo tenía.
—¿Por qué no…? Y ¿por qué sí? No tenemos pruebas de nada.
—En ese caso habrá que buscarlas. Si hay que descartar hipótesis, empezaré por localizar a Sarah Bauer. Sólo tenemos que demostrar que estuvo en París al tiempo que Von Bergheim; sólo tenemos que reunirlos para saber dónde estaba El Astrólogo.
Alain se encogió de hombros.
—Está bien… Tendrás que consultar los registros de las veinte mairies[6] de París en busca de alguna señal de que Sarah Bauer estuvo aquí: un certificado de empadronamiento, de matrimonio, de defunción… También tendrás que rastrear todas las bases de datos sobre desaparecidos en el Holocausto; hay unas cuantas. Los archivos de la Cruz Roja, pues ellos fueron los primeros en hacerse cargo de los campos de tránsito y concentración tras la liberación. Y también los de la Gestapo en París e, incluso, en Estrasburgo, ya que, a través de la policía local, la Gestapo llevaban un control de los judíos residentes en cada ciudad… Puedes poner un anuncio en la prensa; tal vez alguien relacionado con Sarah Bauer, o incluso ella misma, si aún vive, lo conteste… No será fácil dar con ella, pero por lo menos será más fácil que encontrar el dossier Delmédigo —sentenció Alain, dejándome desinflada como un globo.
—¿Todo esto lo dices para animarme?
—Por supuesto. Sólo te he dicho que no va a ser fácil. Si creyera que es imposible, no estaría aquí ahora mismo sacando de esta carpeta la valiosísima carta de Hitler que tú encontraste.
Mientras le contemplaba leer la carta, pensé que poseía un extraño optimismo, pero optimismo al fin y al cabo. Aquello tenía que ser bueno para la investigación.
Al Reichsführer-SS y jefe de la Policía, Heinrich Himmler
Querido camarada:
Considerando el informe con fecha 15 de octubre de 1941, autorizo que el oficial SS con número 634.976 sea asignado a la Operación Esmeralda.
A tal efecto, he dado ya las órdenes pertinentes a las oficinas centrales del Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg de Berlín para que le sea remitido el dossier Delmédigo a la mayor brevedad posible.
Führerhauptquartiere
17 de octubre de 1941
DER FÜHRER,
ADOLF HITLER
—De modo que el dossier Delmédigo estaba en el ERR de Berlín… Eso no es una buena noticia…
Aquella impresión de Alain no era en realidad muy optimista.
—Sí… Aunque Hitler también tendría una copia. Y supongo que Himmler y Von Bergheim, otra… ¿no? —apunté con cierta timidez.
—Seguramente, pero rastrear documentos que estuvieron en manos de particulares es más difícil que localizar los que pertenecen a archivos de grandes instituciones. El problema es que una parte de los documentos del ERR en Berlín se quemó durante un bombardeo en 1943…
—¿Y dices que esto no es imposible? —le interrumpí descorazonada.
—Sólo se quemó una parte, no todo —replicó de nuevo llevando al límite su optimismo—. Los documentos que sobrevivieron se trasladaron a Ratibor, en Polonia. Cuando los alemanes asumieron que el avance del Ejército Rojo era imparable, empezaron a trasladarlos de nuevo a distintas localizaciones en Alemania, principalmente a Berlín y Bavaria. Simplificando, podemos decir que hay dos bloques de archivos del ERR: los que estaban en el este cuando acabó la guerra y los que estaban en el oeste, y eso determina su localización hoy en día. Aunque la realidad es que los archivos del ERR están diseminados entre veintinueve instituciones de nueve países diferentes…
—Dime que sigues animándome…
Alain sonrió burlonamente por toda respuesta.
—Volvamos a nuestros archivos del ERR de Berlín, que son los que nos interesan.
Con un ramalazo didáctico propio de su vocación, Alain cogió lápiz y papel y comenzó a garabatear un esquema para mí.
—Cuando en 1945 los rusos entraron en Ratibor, se hicieron con los documentos del ERR que los alemanes no habían tenido tiempo de evacuar, los consideraron botín de guerra y dispusieron que se trasladaran a Moscú, aunque por causas desconocidas la mayoría se quedó en Ucrania, en Kiev, donde siguen en la actualidad, pues a pesar de que con el desmembramiento de la Unión Soviética Ucrania pasó a ser un país independiente, los rusos nunca los reclamaron.
—¿Qué ocurrió con los documentos que habían evacuado los alemanes?
—Al acabar la guerra, los americanos se hicieron con ellos (no con todos, pero sí con la mayor parte) y los trasladaron a Washington, al NARA —me indicó, refiriéndose a la National Archives and Records Administration o los Archivos Nacionales de Estados Unidos.
Ya me veía desmembrada entre Kiev y Washington cuando Alain añadió:
—En 1960, el gobierno americano restituyó estos documentos a su propietario legítimo, que entonces era la República Federal de Alemania. De modo que en el NARA sólo quedan las copias microfilmadas, los originales están en el Bundesarchiv de Berlín-Lichterfelde.
Seguía viéndome desmembrada, aunque al menos Berlín y Kiev estaban más cerca.
—En resumen: en caso de que el dossier Delmédigo sobreviviera al incendio de 1943, suponiendo que en virtud de la ley de Murphy no esté en Holanda, Gran Bretaña, Bélgica, Rusia o en cualquier otro país que conserve unos pocos archivos del ERR, suponiendo que no se haya extraviado en el agujero negro del tiempo y el espacio, lo más probable es que se encuentre o en Berlín o en Kiev.
A medida que Alain conjeturaba sobre el paradero de nuestro documento, yo me había ido hundiendo en mi propia silla, y en aquel instante era la imagen de la derrota y el pesimismo.
—No quiero morir sola en un archivo polvoriento y desordenado… —me lamenté.
Alain volvió a sonreír con la misma sorna con la que lo había estado haciendo toda la tarde.
—No morirás sola, yo moriré contigo…
Alain y sus frases sacadas de contexto… Una bonita declaración que no me consoló demasiado. Le miré con un mohín que debió de dejárselo claro.
—Anímate, mujer: aún no te he contado las buenas noticias.
—¿Las hay?
—Claro que sí. Tengo amigos —susurró en un tono misterioso muy teatral—. En Berlín y en Moscú, dos grandes archivistas que se conocen los archivos del ERR como la palma de la mano. Si el dossier Delmédigo existe, si está en el Bundesarchiv o el TsDAVO (el Archivo Estatal de Ucrania), si en su día las autoridades lo sacaron de su caja y se molestaron en clasificarlo, y si después decidieron desclasificarlo, para darle acceso público, mis amigos lo encontrarán —concluyó triunfal.
En cambio yo, que no estaba nada entusiasmada, me limité a repetir:
—Si… Si… Si… Demasiados condicionantes…
Alain y yo trabajábamos juntos por las tardes. Por las mañanas, él seguía con sus clases en la universidad y yo me dedicaba a buscar a Sarah Bauer. Como no era capaz de abarcarlo todo, contraté a un experto en genealogía para que localizase a posibles parientes de Sarah Bauer y para que hiciese las consultas a las mairies en busca de cualquier señal sobre su estancia en París. Entretanto, hice lo que pude buscándola entre los documentos que los alemanes habían dejado tras la Ocupación.
Gran parte de éstos —los que no fueron destruidos por los alemanes antes de huir de París acosados por los Aliados—, y en especial los relativos a ciudadanos judíos, se encuentran en los archivos del Mémorial de la Shoah, en el llamado Centre de Documentation Juive Contemporaine o CDJC, donde, por supuesto, Alain tenía una amiga, una joven archivista llamada Edith, de anatomía pequeña y carita de ratón. Los abuelos de Edith fueron arrestados durante la redada del Vélodrome d’Hiver y fallecieron en campos de concentración alemanes. Su madre, que entonces sólo tenía dos años, consiguió librarse de la deportación porque unos vecinos la acogieron y la hicieron pasar por su sobrina. Ahora, Edith siente que es su deber ayudar a las familias judías que, como ella, perdieron a alguien o algo durante la ocupación nazi.
Edith me contó que en virtud de una ordenanza emitida por el Militärbefehlshaber de Francia en septiembre de 1940 todos los judíos residentes en París debían acudir a las subprefecturas de policía a censarse. Sus nombres y direcciones quedaron registrados en un archivo central de la policía francesa, conocido como «archivo Tulard», que fue a su vez entregado a la Gestapo para poder iniciar las deportaciones. Casi ciento cincuenta mil judíos quedaron censados en ese archivo.
—Aunque no todos los judíos que vivían en París acudieron al censo —me explicó Edith—, puede ser un buen punto de partida para buscar a Sarah Bauer.
Si es que había estado en París, Sarah fue una de las que no acudió al censo. Nos dimos cuenta al cabo de buscar su nombre sin éxito entre aquellos ciento cincuenta mil judíos.
—Miraremos en las fichas de detenidos de la Gestapo y de la prefectura de París —propuso entonces Edith con menos esperanzas—. Raro es el judío que residía en París y que de un modo u otro no esté en sus registros. Salvo que viviera en la clandestinidad…
Después de revisar cientos de fichas durante días, empecé a pensar que Sarah Bauer había vivido en la clandestinidad… Aún más, que aquella mujer ni siquiera había estado en la capital. Comencé a creer que era una tontería perder tanto tiempo buscando a una persona cuya conexión con El Astrólogo parecía remota. E incluso llegué a descartar la hipótesis de que Sarah Bauer huyera con el cuadro. Y entonces…
—¡La hemos encontrado! —le grité a Alain por el teléfono con la ficha policial de Sarah Bauer en la mano.