Noviembre, 1942

Hitler ordena al ejército alemán ocupar toda Francia, de modo que también la zona libre queda bajo el control de la Wehrmacht. El gobierno del mariscal Pétain se mantiene aunque a efectos puramente burocráticos y vacío de autoridad y contenido político.

La actividad de las últimas semanas había tomado un cariz furibundo. Se había hecho acopio de armas y explosivos, pues el entrenamiento de los guerrilleros había consistido en sacarlos a la calle para incendiar, sabotear y asesinar. También se había incrementado la acción política con arengas en las fábricas, reparto de pasquines por toda la ciudad y pintadas en las calles contra del invasor. Trotsky insistía en que todo aquello era sólo el preludio de algo mucho más gordo.

Gutenberg había conseguido unos planos del centro de la ciudad sobre los que Trotsky y Jacob se cernían durante horas a puerta cerrada. Mientras, Dinamo preparaba una potente bomba con detonador activado por un mecanismo de relojería, cuya precisión y fiabilidad estaban requiriendo de toda su pericia. Incluso, aquella tarde, Trotsky había convocado a Marion a la reunión. Como siempre, a Sarah la mantenían al margen.

—¿Sabes qué están tramando? —le preguntó a Gutenberg mientras le ayudaba a limpiar la pequeña imprenta que habían montado en el garaje. El olor acre de la tinta le picaba en la garganta.

Hacía tiempo que se había dado cuenta de que era inútil intentar averiguar nada por Jacob. Sus respuestas por lo general eran evasivas u ofensivas. Jacob había consentido a la fuerza que Sarah entrase en la organización, pero se cuidaba mucho de que su participación fuera simbólica. Marion insistía en que sólo quería protegerla.

La pregunta de Sarah le sirvió a Gutenberg para tomarse un descanso. Se limpió las manos negras de grasa con un trapo, se secó el sudor de la frente y se ajustó las gafas antes de responder.

—La última gran locura del camarada Trotsky. Lo que nos costará la vida a todos o le procurará la gloria sólo a él… Puede que las dos cosas a la vez. —Gutenberg hizo una pausa dramática y concluyó—: Un ataque al cuartel general de la Gestapo… Acércame un poco de agua, ¿quieres?

—¿Al cuartel general de la Gestapo? —quiso confirmar la chica mientras se la servía—. Pero ¡eso debe de ser el lugar más vigilado de todo París!

Gutenberg apuró el agua con avidez.

—De todo un París ya de por sí vigilado… —corroboró después de pasarse la mano por la barbilla para secar unas gotas que su ansiedad al beber había dejado escapar—. Ah, pero dice tenerlo todo muy bien planeado… Yo qué sé… —Gutenberg meneó la cabeza y recuperó el trapo para volver al trabajo—. La palabra es mi única arma.

Efectivamente, el plan que le había llevado semanas trazar a Trotsky con ayuda de Jacob parecía infalible. Incluía hasta el más mínimo detalle, contemplaba hasta la más remota de las posibilidades. Incluso Marion afirmaba que al escuchar a Trotsky explicar su plan, parecía hasta sencillo.

El cuartel general de la Gestapo de Francia se hallaba en el número 72 de la avenida Foch. En realidad, prácticamente toda la avenida, desde el número 13 hasta el 84, estaba tomada por la Sicherheitspolizei o SiPo, la policía alemana, y la Sicherheitsdienst o SD, el servicio de inteligencia de las SS. De hecho, la arteria estaba sometida a una vigilancia prácticamente impenetrable. Sin embargo, ofrecía una ventaja que Trotsky estaba decidido a aprovechar: la huida podía resultar relativamente sencilla, pues se trataba de una calle ancha que terminaba en el Bois de Boulogne, donde sería fácil escabullirse tras el ataque. Además, para distraer la atención de los guardias que patrullaban la zona, Trotsky había acordado con otra de las organizaciones de la Resistencia que se celebrase una manifestación en la cercana rue Pergolèse el mismo día y a la misma hora en que estaba previsto el ataque.

Ahora bien, la auténtica pieza sobre la que pivotaba todo el plan de Trotsky no era otra que Marion. Marion representaría una especie de caballo de Troya aunque sin soldados en su interior. En aquella nueva versión, el peligro de Marion radicaba en sus encantos y en un maletín. La estrategia, aunque no exenta de riesgo, sobre todo para Marion, era bien simple: se haría pasar por una trabajadora alemana recién llegada a París y perdida en medio del caos de la ciudad. Haciendo uso de sus evidentes encantos, Marion distraería a los policías que custodiaban la entrada al edificio. En concreto, solía haber tres efectivos: uno que patrullaba en la calle, otro que controlaba los pases en una garita y un último policía dentro de la verja, junto a la puerta de acceso al edificio. Aunque el número no era lo más relevante, pues Marion no tendría que enfrentarse a ellos en una lucha cuerpo a cuerpo, simplemente debía pestañear al de la patrulla y presentar un pase falso al de la garita mientras mostraba la parte trasera de sus piernas bien torneadas al de la puerta. Después, como en un descuido propio de una chica aturdida por la gran ciudad y el evidente atractivo de los policías, se dejaría el maletín junto a la garita, semioculto por un gran macetero lleno de plantas frondosas que parecía haber sido emplazado allí para facilitar el plan de Trotsky. Antes de que los guardias se dieran cuenta del olvido de la chica, habría explotado la bomba accionada por el mecanismo de relojería que Dinamo había preparado. Una bomba lo suficientemente potente como para hacer volar por los aires el macetero, la garita, la barrera, a los tres policías alemanes y la mayor parte de la fachada del palacete desde donde los dirigentes de la Gestapo comandaban la opresión, la tortura y el asesinato de buena parte del pueblo francés.

Entretanto, Trotsky esperaría al final de la avenida Foch para sacar a Marion de allí en una motocicleta robada que les ayudaría a perderse rápidamente por el Bois de Boulogne aprovechando la confusión del momento. Jacob y los guerrilleros andarían por la zona por si, llegado el caso de que algo saliera mal, hubiera que compensar la frustración llevándose por delante a algún nazi hijo de puta.

Sin embargo, Trotsky estaba seguro de que nada podía salir mal. Al margen de los daños físicos y materiales que se pudieran causar con la bomba, lo que más le regocijaba era la certeza del impacto psicológico que tendría en las fuerzas invasoras un ataque al corazón de su temida policía secreta.

Por supuesto que nadie se molestó en poner a Sarah al corriente de todo esto. Fue sólo más adelante cuando ella lo supo. Y es que un imprevisto de última hora obligó a hacerla partícipe de todos los detalles.

La carta del Reichsführer Himmler era tajante: resultaba imprescindible averiguar el paradero de la hija de los Bauer de inmediato; la localización de El Astrólogo no admitía más demora.

Georg no se sorprendió ni del contenido ni de los términos de la misiva. Aún más, si de algo había que sorprenderse era de que la paciencia de Himmler no se hubiera colmado ya hacía mucho tiempo, y de que a estas alturas no le hubiera sustituido por cualquier otro historiador del arte más eficaz, enviándole a él al frente ruso a morir… Tal vez Georg prefiriera caer con honor en el frente que hacerlo lenta e indignamente en aquella maldita ciudad que era París. Se preguntó por qué Himmler se mostraba tan paciente y magnánimo con él…

Y como no fue capaz de hallar la respuesta, hizo una bola de papel con la carta y, con un lanzamiento certero, la encestó limpiamente en la papelera. Sólo era cuestión de esperar.

Apenas habían transcurrido un par de semanas cuando fräulein Volks le dejó nuevamente sobre la mesa otro correo de Berlín. Al distinguir en el sobre el membrete del Reichsführer-SS, lo rasgó esperanzado.

En pocos segundos leyó las escasas líneas de la carta; los mismos escasos segundos en los que se desvanecieron sus esperanzas y se materializó su ira.

… habiendo de este modo fracasado en la localización del paradero de Sarah Bauer, me veo obligado a asignar a la Operación Esmeralda a un miembro de la sección IVB4 de Asuntos Judíos de la Gestapo, quien sin duda le será de gran ayuda en el proceso de búsqueda, detención e interrogatorio de la mujer judía…

Georg dio un fuerte puñetazo a su mesa de despacho y todo lo que había sobre ella se tambaleó.

¡Maldita sea! ¿Por qué demonios Himmler no acababa de una vez con su agonía y le convocaba a un consejo de guerra por incumplimiento del deber?

Georg apretó el botón del intercomunicador:

—¡Volks! ¡Póngame ahora mismo con el Cuartel General de las SS en Berlín!

«Sturmbannführer Von Bergheim, tiene usted exactamente dos semanas, ni un día más, para detener a Sarah Bauer. A partir de entonces, el asunto pasará a manos de la Gestapo».

Georg había estado a punto de presentar su dimisión al Reichsführer Himmler y asumir las consecuencias. Pero… ¿qué sería entonces de Sarah?

Al menos, había obtenido de Himmler dos semanas más. Resultaría difícil conseguir en dos semanas lo que no había conseguido en meses… Aquella chica podía estar en cualquier lugar de Francia o viviendo en la clandestinidad. Tenía que rendirse ante la evidencia: sólo habría una posibilidad si acudía a la Gestapo…

A regañadientes, informó al Reichsführer de que él mismo solicitaría la colaboración de la Gestapo. Himmler se mostró complacido y dispuesto a flexibilizar el plazo imposible de cumplir que había fijado, pues estaba convencido de que una vez que interviniera su todopoderosa policía, el asunto de la chica judía se resolvería con celeridad.

Georg colgó la conferencia con la sensación de haber medio ganado una batalla. Acudiría a la Gestapo, sí, pero buscaría a quien él quisiera y no a quien Himmler le impusiera. Por lo pronto, evitaría las oficinas de París en la rue des Saussaies, donde había tenido aquel desagradable encuentro con el Kriminalkommissar Hauser; prefería mantenerse alejado de ese tipejo. Además, ya no estaba tan seguro de que Sarah estuviese en la capital, de hecho, la última vez había sido vista en Estrasburgo y lo cierto era que, desaparecida la familia Metz que la acogía en la ciudad, podría estar en cualquier lugar de Francia. De modo que Georg decidió hacer una visita al cuartel general de la Gestapo de Francia, en el número 72 de la avenida Foch.