Dormir con mi enemigo
—De modo que «más vale que ni siquiera vuelva a acercarse a ti…». Te recuerdo que fueron palabras tuyas —le refresqué la memoria una vez que estuvimos en la intimidad de nuestra habitación—. Y, sin embargo, eres tú el que lo ha empujado a mi lado. ¿Qué ha sido de tus dudas y tus recelos? ¿Por qué de pronto el doctor Arnoux merece tu confianza?
Konrad olía a alcohol. Sin llegar a estar borracho, había bebido un poco de más; se estaba poniendo cariñoso y se notaba que no le apetecía hablar del tema.
—Sigue sin merecer mi confianza… —aseguró con un susurro en mi nuca mientras deslizaba la cremallera del vestido por el contorno de mi cintura. Sus manos reptaron entre la seda buscando mi ombligo y yo me estremecí—. Le he hecho firmar un documento: se compromete a actuar a título personal dejando a la fundación al margen y renuncia a cualquier derecho sobre El Astrólogo. —Aquellas palabras tan formales resultaban un extraño acompañamiento a sus caricias sobre mi cuerpo.
Apoyé la cabeza en su pecho, intentando sobreponerme a los escalofríos de placer que me producían sus dedos jugando con mis pezones, y recuperar el habla.
—Sabes que ese acuerdo no tiene validez legal… y él también… —gemí.
—Pero es una declaración de intenciones —gimió Konrad—. Tendremos que vigilarle muy de cerca…
Me mordisqueó el lóbulo de la oreja. Cerré los ojos…
—Al final…, voy a tener que dormir con mi enemigo…
—No, meine Süße, tú sólo duermes conmigo…