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Selene y Wulf se pasaron toda la noche discutiendo, y ahora había llegado el momento de la despedida.
Al final, Wulf se dio por vencido. Selene le dijo que deseaba quedarse en Persia y viajar después hacia el sur en primavera, instándole a que se marchara; Cayo Vatinio había regresado a Renania y Wulf llevaba mucho tiempo lejos de los suyos.
—Tienes que seguir el rumbo de los vientos que se agitan en tu alma —le dijo— y yo debo buscar mi destino.
Tras haber discutido y llorado juntos, ambos se abrazaron por última vez mientras las luces anaranjadas del amanecer rompían por el horizonte oriental.
Al abrazar a Wulf, Selene pensó: «Éste no es sólo el comienzo de un nuevo día, sino también de una nueva vida».
—Escríbele una carta a Andrés —le había aconsejado Rani— y la enviaremos a través del correo real. Yo daré instrucciones para que el correo le busque en Antioquía. En primavera tendrás la respuesta, Selene.
Selene se aferró por tanto a Wulf y lloró contra su cuello. Sus dos años de convivencia empezaban a esfumarse. Junto a él, consciente de su presencia física, advirtió que Wulf ya se estaba convirtiendo en un recuerdo.
«Dulce compañero de mi exilio —musitó su mente—, siempre estarás conmigo, en mi corazón y en el hijo que llevo en las entrañas…».