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La Piteas y la nave amiga partieron. Durante un tiempo, unos meses, hasta que las velocidades se elevaron demasiado, intercambiaron palabras, imágenes, amor; ritos celebrando los misterios de la comunidad y la comunión; pues por doquier se apiñaban soles en torno de ellos.
«Cuando contemplo tus cielos, la obra de tus dedos, la luna y las estrellas, que tú has ordenado, ¿qué es el hombre, para que repares en él?».
Hanno y Svoboda miraban desde el oscuro puesto de mando. A través de las manos entrelazadas sentían la cercanía y el calor del otro.
—¿Para esto nacimos? —susurró Svoboda.
—Haremos que sea así —prometió Hanno.
FIN