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Volvió la primavera, y ese año fue templada, de un brillo abrumador, llena de fragancias. Regresaron los trinos de las aves silvestres. Hinchado de nieve derretida, el arroyo brincaba entre las hojas de la ladera, rugía por el valle, se zambullía en el bosque de bambúes, dirigiéndose al gran río y al mar.
Un hombre y una mujer lo seguían por el camino. Iban vestidos para el viaje. Llevaban estacas en la mano. El hombre cargaba en la espalda los objetos necesarios, la mujer un niño que gorjeaba feliz mirando las maravillas que lo rodeaban.
La gente estaba reunida detrás, en el límite de la aldea, llorando.