9
La lluvia caía despacio sobre el paisaje sin viento, casi como una bruma. Rozaba los edificios de apartamentos como plata sucia y ahogaba todos los ruidos. Había sólo hierba mojada, hojas goteantes, el destello del agua en la vereda. No había nadie más en esa tarde de mediados de semana en el noroeste de Copenhague. En el parque Utterslev Mose, Peter Astrup y Olga Rasmussen tenían el mundo para ellos solos.
Bajo la gorra, las gotas brillaban como lágrimas en la cara joven y redondeada de Peter.
—Pero no puedes marcharte así —suplicó.
Ella miró a lo lejos. Se había metido ambas manos en los bolsillos del abrigo.
—Es algo imprevisto —admitió.
—Brutalmente imprevisto.
—Por eso te pedí que te tomaras el día libre para verte. El tiempo apremia, y tengo mucho que hacer primero.
—¿Después de no verte ni hablar contigo desde…? —Peter le cogió el brazo—. ¿Qué has estado haciendo? ¿Con quién estuviste?
Ella se hizo a un costado. Peter captó la tácita orden y la soltó. Siempre era tierno, pensó ella, comprensivo, sí, quizá fuera el amante más dulce que había tenido o tendría jamás.
—No quiero herirte más de lo necesario, Peter —dijo en voz baja—. Este modo es el mejor.
—¿Y qué hay de nuestras vacaciones en Finlandia? —Peter tragó saliva—. Perdóname, fue una pregunta idiota… ahora.
—No creas. —Ella lo miró de nuevo—. Esperaba esas vacaciones tanto como tú. Pero esta oportunidad es demasiado grande.
—¿De veras? —preguntó él desesperadamente—. ¿Irte a Estados Unidos y… y qué? No me lo has explicado con detalle.
—Es confidencial. Investigación científica. Prometí no decir nada al respecto. Pero tú sabes que estoy interesada.
—Sí. Tu intelecto, tus conocimientos…, creo que eso me atrajo más que tu belleza.
—Oh, vamos. —Ella intentó reír—. Sé que no soy deslumbrante.
Peter se detuvo, y ella tuvo que pararse. Se miraron en la niebla fría. Siendo joven, él espetó:
—Eres misteriosa, ocultas algo. Sé que lo ocultas, y como mujer eres incomparable.
Y Hanno, pensó ella, también ha pasado muchas vidas mortales aprendiendo.
—Te amo, Olga —tartamudeó Peter—. Te lo he dicho antes. Te lo digo de nuevo. ¿Te casarás conmigo? Con papeles y… y todo.
—Oh, querido —murmuró Olga—. Tengo años suficientes para ser… —No pudo decir «tu madre». En cambio dijo—: Soy demasiado vieja para ti. Tal vez no lo aparente, pero te lo he dicho. Hemos disfrutado estos dos años.
Ya lo creo. Y Hanno… ¿Qué sé sobre Hanno? ¿Qué puedo esperar de él? Ambos hemos vivido demasiado tiempo en secreto, lo cual sin duda nos ha deformado de maneras que no advertimos, pero él ha recorrido el mundo durante tres veces el tiempo que yo viví en mi Rusia. Hanno es fascinante, estimulante y divertido, pero ya entreví ciertas asperezas. ¿O es una soledad interior? ¿Tiene capacidad para interesarse por alguien o algo al margen de la mera supervivencia?
En medio de su confusión se oyó decir:
—Sabíamos desde el principio que no podía durar. Terminemos limpiamente, siendo felices.
Él la miró cabizbajo.
—No me importa tu edad —dijo—. Te amo.
Olga sintió exasperación. No seas crío, quiso decirle. Bien, ¿qué puedo esperar de una persona que aún no ha cumplido los treinta? No tienes nada que yo pueda descubrir.
—Lo lamento.
Sin duda debí rechazarte desde el principio, pero la carne tiene sus exigencias y aquí las relaciones son fáciles y ligeras. Con Hanno y los demás… ¿Es posible un matrimonio de inmortales? Creo que aún no estoy enamorada de él, ni él de mí. Quizá nunca nos enamoremos. Pero una sociedad duradera no se basa en eso. No basta en sí mismo. Tendremos que ver qué pasa.
Veremos. Qué pasa.
—No te lo tomes así —dijo—. Lo superarás, y hallarás a la muchacha adecuada.
Y sentarás cabeza para criar hijos que crecerán en esta cómoda estrechez y se disolverán en el polvo. A menos que estemos al borde del fuego y la matanza y una nueva edad oscura, como cree Hanno.
Svoboda esbozó una sonrisa.
—Entretanto —murmuró—, podemos volver a tu apartamento y regalarnos una magnífica despedida.
A fin de cuentas, sólo sería un día más.