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Nada natural podía guiar esa nave. Se guiaba a sí misma, un conjunto de sistemas conectados en una unidad tan compleja como un organismo viviente, manteniendo un movimiento externo y un ámbito interno. Los humanos se transformaron en pasajeros que ocupaban su tiempo como mejor podían.
Los aposentos eran crudamente funcionales, ocho cámaras individuales, un gimnasio, un taller, una cocina, un comedor, una sala común, instalaciones auxiliares como cuartos de baño y una cámara de sueños. Volver esos aposentos más acogedores complacía a quienes tenían ese talento. Yukiko propuso comenzar por la sala común.
—Es donde estaremos juntos —dijo—. No sólo para buscar diversión y compañía. También para compartir problemas, comunión o adoración.
Hanno asintió.
—Nuestra plaza del mercado —convino—. Y los mercados comenzaron con templos.
—Bien —advirtió Tu Shan—, será mejor que planifiquemos las cosas para que la decoración no interfiera con el uso.
Los tres se reunieron allí una noche. La nave mantenía el inmemorial ciclo terrícola de día y noche, el reloj cuyo ritmo regía la vida y su evolución. Gradualmente cobraría el ritmo del mundo de destino. Habían cenado y los demás se habían ido a descansar o a recrearse. En el corredor, el crepúsculo se disolvía en la oscuridad. Pronto se encenderían las suaves y espaciadas luces de los pasillos.
Tu Shan colgó una caja de soportes que él había forjado, con forma vegetal.
—Pensé que primero tallaríamos decoraciones allí-señaló Hanno.
—Quiero ponerle tierra y cultivar flores —explicó Tu Shan—. Luego haré una baranda ornamental y la añadiré.
Yukiko le sonrió.
—Sí, tú necesitas flores —convino—. Cosas vivas. —Bajo sus manos crecía una pintura mural, un paisaje con colinas, una aldea, bambú, un cerezo floreciente en primer plano.
—Tallaré la baranda con formas de animales. —Tu Shan suspiró—. Lástima no tener animales a bordo. —Sus patrones ADN reposaban en el banco de datos. Algún día, si todo andaba bien, habría síntesis, tanques de cultivo, liberación.
—Sí, echo de menos los gatos de mi nave —admitió Hanno—. Pero un marinero se acostumbraba a prescindir de muchas cosas. Así era más feliz al regresar a la costa. —Entrelazaba cuerdas en nudos que colgaría de ciertas partes. El diseño fenicio armonizaría con el motivo asiático. Echó una ojeada al mural—. Es adorable.
Yukiko inclinó la cabeza.
—Gracias. Una mala copia, me temo, de lo que recuerdo de un edificio que pereció hace siglos…, antes de que las cosas se registraran para evocarlas a voluntad con imágenes sensorias totales.
—Tendrías que haberlo hecho en la Tierra.
—Nadie parecía interesado.
—¿O habías perdido el ánimo? No importa. Lo emitiremos desde nuestro planeta. Es tan especial como lo que podamos encontrar allá. —Su identidad física había ido tiempo atrás al banco de datos, y los materiales a los procesadores nanotecnológicos, para ser convertidos en lo que se necesitara para el próximo proyecto.
Aliyat sostenía que la idea era tonta. Nadie quería pasar quince años mirando una imagen inmutable. ¿Para qué hacerla, destruirla y reemplazarla cuando los paneles de proyección podían crear al instante miles de simulacros?
—Creo que, antes de llegar, nuestros amigos aceptarán que verdaderamente esta obra valía la pena —añadió Hanno.
—Amablemente me permiten dedicarme a mi pasatiempo —dijo Yukiko.
—No, vale la pena por sí misma. Es más que un pasatiempo. Podríamos inventar muchas otras diversiones. Sin duda lo haremos. Si es necesario, podemos limitarnos a esperar. Un año transcurre rápidamente cuando has vivido cientos o miles.
—A menos que sucedan muchas cosas —observó Tu Shan. Hanno asintió.
—Es verdad. No pretendo entender a qué aluden los físicos al hablar de tiempo. Pero para la gente no se trata de tantas unidades de medida, sino de acontecimientos y experiencias. Un hombre que actúa intensamente y muere joven ha vivido más tiempo que uno que envejeció en una dócil monotonía.
—Tal vez el viejo buscaba el camino hacia la sabiduría —aventuró Yukiko. Bajó el pincel. Añadió con tono preocupado—: Para mí, nunca fue posible. Mis años de tranquilidad terminaban por ser una carga. Es el castigo de no envejecer. El cuerpo no afloja las riendas del espíritu.
—La naturaleza nos destinó a morir, a dejar el paso libre, a legar nuestras adquisiciones a las nuevas generaciones —reflexionó Tu Shan—. Pero la naturaleza forjó nuestra especie. ¿Somos monstruos, engendros? Hoy todos son como nosotros. ¿Debe ser así? ¿O el precio será el alma de la especie?
Hanno seguía trabajando con sus nudos.
—Lo ignoro —respondió—. Ni siquiera sé si tus preguntas significan algo. Los supervivientes somos únicos. Nacimos en medio de la vejez y la muerte. Las esperábamos para nosotros.
»Las soportamos una y otra vez en todos los que amamos, hasta que nos encontramos unos a otros; y allí no terminaron las pérdidas. El mundo primitivo nos modeló. Mirad lo que hacemos aquí. Tal vez por eso viajamos a las estrellas. Somos la gente más vieja que existe, pero quizá también seamos los últimos niños.