21
Los seis que estaban sentados a la mesa del comedor volvieron la cabeza cuando entraron ellos dos. El café y las sobras de comida, así como las ojeras y la tensión, indicaban que habían transcurrido varías horas.
—Bueno —exclamó Patulcio—. ¡Ya era hora!
—Silencio —murmuró Macandal—. Han venido lo antes posible. —Su mirada añadió: Un inmortal debería ser más paciente. Pero la espera ha sido dura.
Hanno y Svoboda se sentaron cerca de la puerta.
—Tienes razón —dijo el fenicio—. Conseguir un mensaje claro y completo y decidir qué significa nos ha llevado todo este tiempo.
—Pedimos disculpas, sin embargo —añadió Svoboda—. Debimos daros informes paulatinos. No pensamos en ello, ni advertimos que pasaba tanto tiempo. No hubo ninguna revelación repentina, ningún momento preciso en que al fin supiéramos. —Sonrió fatigosamente—. Estoy hambrienta. ¿Qué hay?
—Quédate sentada —dijo Macandal, levantándose—. Tengo bocadillos. Supuse que esta sesión sería larga.
Aliyat la siguió con los ojos, como preguntando: ¿Acaso ella, en nuestro compartido desconcierto, ha vuelto al Viejo Sur, o simplemente a su viejo afecto?
—Será mejor que me traigas alguno a mí también, o tendrás que luchar por ellos a brazo partido —bromeó Hanno.
—Bien —dijo Peregrino—. ¿Qué novedades hay?
—Corinne tiene derecho a oírlo desde el principio —respondió Svoboda.
Los dedos de Peregrino aferraron el canto de la mesa. Las uñas se le pusieron blancas.
—Sí, lo lamento.
—No importa. Todos estamos fuera de quicio.
—Bien. A Corinne no le interesan los detalles técnicos —dijo Hanno—. Empezaré por allí. Con disculpas para aquellos de vosotros que tampoco tengáis interés. Como bien sabéis, no soy científico, así que será breve.
Macandal regresó cuando Hanno describía el aspecto teórico de la comunicación. Además de la comida, traía más café y una botella de coñac.
—Una celebración —rió—. ¡Espero!
Las fragancias eran como capullos en primavera.
—Sí, sí —exclamó Svoboda—. El descubrimiento del milenio.
—Más de ellos que nuestro —dijo Hanno—. De los alienígenas, quiero decir. Pero tenemos que resolver qué haremos.
Tu Shan se acodó en la mesa encorvando los gruesos hombros.
—Bien, ¿cuál es la situación? —preguntó con calma.
—Estamos recibiendo el mismo mensaje, repetido una y otra vez —explicó Hanno mientras comía y bebía—. Proviene de dos fuentes, una más cercana a nuestra ruta que la otra. Es probable que haya otras en cuyo alcance no hemos entrado. Si continuamos en nuestro curso actual, quizá los recibamos. La más cercana está a un par de años-luz. Parece hallarse estable con relación a una línea trazada entre nuestro Sol y el sol de Feacia, el camino que estamos siguiendo. La Piteas dice que es fácil de hacer, sólo tienen que evitar el desplazamiento orbital. Como decía antes, Corinne, todo sugiere que los alienígenas enviaron robots para mandar transmisiones continuas. Un poco de antimateria daría energía de sobra durante siglos.
—El mensaje es pictórico —intervino Peregrino.
—Bien, gráfico —continuó Hanno—. Todos lo veréis luego. A menudo, sin duda, para tratar de hallarle más significados. Sospecho que fallaréis. No hay imágenes reales, sólo diagramas, mapas, representaciones. Transmitir hacia una nave que viaja a velocidad einsteiniana, y para colmo una velocidad cambiante, debe ser un problema difícil, especialmente si los alienígenas no saben cuál es nuestra capacidad para recibir y decodificar…, ni cómo pensamos, ni muchas otras cosas sobre nosotros. Las figuras detalladas podrían resultarnos imposibles de desentrañar. Evidentemente compusieron un mensaje simple y poco ambiguo. Eso haría yo en su lugar.
—¿Pero cuál es el lugar de ellos? —preguntó Yukiko.
Hanno optó por tomarla literalmente.
—A eso iba. Primero había muchos puntos luminosos en el espacio tridimensional. Junto a tres de ellos aparecían barras pequeñas. Luego tuvimos esos tres puntos en sucesión (deben de ser los mismos) cada cual solo y con la barra ampliada, de modo que veíamos líneas verticales en ella. Luego volvieron a enfocar los puntos de luz en general, con una línea roja entre dos de los que están marcados. Finalmente apareció otra línea, a partir de los dos tercios de longitud de la primera, hacia el tercer punto luminoso.
»Eso es todo. Cada muestra dura un minuto. La secuencia termina y se reinicia. Al cabo de dieciséis ciclos, hay una serie de destellos que se podrían traducir a puntos y guiones en ondas de sonido. Esto continúa por el mismo tiempo total, y luego volvemos a los gráficos. Y así sucesivamente, una y otra vez.
Hanno se echó hacia atrás sonriendo.
—¿Qué interpretáis?
—Eso no es justo —se quejó Patulcio.
—Hanno, no fastidies —convino Aliyat.
—Un momento. —Los oscuros ojos de Macandal centellearon—. Vale la pena hacernos adivinar. Más mentes para abordar el problema.
—La mente de la nave ya debe de haberlo resuelto —dijo Patulcio.
—Incluso así… venga, divirtámonos un poco. Creo que esos puntos de luz representan estrellas, un mapa de este vecindario de la galaxia. Una de las tres estrellas especiales tiene que ser el Sol, la otra el sol de Feacia, y la tercera… ¡el sitio donde están los alienígenas!
—Correcto —dijo Peregrino con voz igualmente excitada—. ¿Las barras son espectrogramas?
—Sois fantásticos —comentó Svoboda radiante.
—No, es demasiado obvio —negó Peregrino con la cabeza—, aunque ansio verlo. Un mensaje de los Otros…
Hanno asintió.
—La Piteas revisó la base de datos astronómicos y confirmó esas identificaciones —señaló—. La tercera fue más difícil, pues la representación tridimensional está en una escala muy pequeña. Pero al expandir los fractales e investigar nuestros datos… Bien, resulta ser una estrella que está hacia babor, si puedo hablar bidimensionalmente. A treinta grados de nuestro curso y trescientos cincuenta años-luz de nuestra posición actual. Es una estrella tipo G siete, no tan brillante como el Sol, pero no muy distinta. —Hizo una pausa—. Es aún menos probable que esa estrella de Pegaso, donde creemos que se halla la cuna de la civilización tecnológica más cercana a nosotros, a más de mil años-luz.
—Entonces han venido hasta aquí —dijo la asombrada Yukiko.
—Si pertenecen a esa civilización, si es una civilización —le recordó Svoboda—. No sabemos nada, nada.
—¿Qué poderes tienen, que saben de nosotros?
—Svoboda y yo intentamos deducirlo —dijo Hanno, cobrando aliento—. Escuchad. Pensad. Esa tercera estrella está a cuatrocientos treinta años-luz de Sol. Eso significa que está dentro de la esfera de radio de la Tierra. Durante un tiempo, a partir del siglo veinte, la Tierra fue el objeto radial más brillante del Sistema Solar, superando al Sol en esa banda. Eso se interrumpió, como recordaréis, y después la gente desarrolló comunicaciones que no atiborraban tan toscamente el espectro; pero el viejo frente de ondas aún se está expandiendo. Es detectable aún más allá de la Estrella Tres si se tienen instrumentos tan buenos como los nuestros, y sin duda los alienígenas los tienen.
»Muy bien. No importa cómo hayan llegado a Estrella Tres, pronto descubrieron que Sol tenía una brillante compañera radial. Nadie la ha localizado en Pegaso, la Estrella Madre, suponiendo que los alienígenas vengan de allí. Es demasiado distante; nada nuestro les llegará en siglos. Así que los colonos o visitantes de Tres están solos.
«Veamos las cosas desde su punto de vista. Con el tiempo, Sol también debía enviar naves, si ya no lo ha hecho. Tendrá especial interés en establecer contacto con la civilización tecnológica vecina más cercana que pueda identificar, la de la Estrella Madre. Los alienígenas podrían enviar robots para cubrir la ruta entre esas dos. Los robots nuestros que van en ese camino son inteligentes y versátiles. Cuando menos enviarían un mensaje a la Tierra. Como recordaréis, están equipados para hacerlo desde el espacio, algo que no podemos hacer nosotros, pues no aceleran constantemente; el tiempo los afecta menos que a nosotros. Lamentablemente, creo, deben haber ido demasiado lejos para recibir la señal, lo cual indica que los alienígenas no han estado mucho tiempo en Tres.
»Existe otra buena posibilidad para los alienígenas. La gente de Sol debería interesarse especialmente en estrellas como la propia. El sol de Feacia pertenece a esa especie, y está en la misma dirección general de Estrella Madre. Entre las que cumplen ambos requisitos, es la más cercana a Sol. Así que los alienígenas enviaron robots también en esa ruta. Son los que hemos encontrado.
Se hizo un silencio mientras todos cavilaban o miraban las paredes.
—Pero hay robots que nos preceden en el camino a Feacia —dijo Aliyat—. ¿Por qué no nos han comunicado nada de esto?
—Quizá la nave mensajera no había llegado todavía aquí cuando pasaron los robots —dijo Patulcio—. No sabemos cuándo llegaron los mensajeros. —Reflexionó—. Excepto que eso debió haber sido hace… ¿menos de cuatrocientos treinta años, dijiste, Hanno? De lo contrario los alienígenas ya tendrían robots en Sol.
—Tal vez los tienen —dijo Aliyat—. Hemos estado ausentes un largo tiempo.
—Lo dudo —dijo Peregrino—. Sería una tremenda coincidencia.
—Tal vez no deseen enviarlos, por alguna razón —señaló Macandal—. No sabemos nada.
—Olvidáis la naturaleza de esos robots de Feacia —dijo Svoboda—. No son como los que enviamos a Pegaso siguiendo mensajes irradiados de antemano, máquinas con mentes inteligentes y flexibles destinadas a entablar conversación con otras mentes capaces de entender qué son ellas. Los robots de Feacia fueron diseñados y programados para ir allá y recoger información sobre ese sistema planetario específico. Casi monomaniacos. Si repararon en esos borbotones de neutrinos durante el curso, no prestaron atención. —Sonrió burlonamente—. No es su departamento.
Yukiko asintió.
—Nadie puede preverlo todo —dijo—. Nada puede preverlo todo.
—Pero cuando nos sorprendemos, podemos investigar y aprender —declaró Hanno—. Nosotros podemos.
Todos lo miraron con ansiedad, todos menos Svoboda, a quien se le encendieron las mejillas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el agitado Tu Shan.
—Ya sabes —replicó Hanno—. Cambiaremos el curso e iremos a Estrella Tres.
—¡No! —exclamó Aliyat. Se levantó, se sentó de nuevo, tembló.
—Pensad —insistió Hanno—. El diagrama. Esa línea entre nuestro curso, este preciso punto de nuestro curso, y Estrella Tres. No puede ser sino una invitación. También ellos han de sentirse solos, y ansiosos de escuchar cosas maravillosas.
»Píteas ha hecho el cálculo. Si cambiamos de dirección ahora, podemos llegar allá en doce años de a bordo. Son trescientos años-luz más de los que planeamos, pero aún estamos cerca de la velocidad de la luz… Sólo doce años para encontrar a los navegantes de la galaxia.
—¡Pero sólo nos faltaban cuatro!
—Cuatro años para llegar a casa. —Tu Shan apretó los puños sobre la mesa—. ¿Cuánto más lejos nos llevarías?
Hanno titubeó.
—Entre Estrella Tres y el sol de Faecia hay trescientos años-luz —respondió Svoboda—. Desde la partida, dieciséis o diecisiete años de a bordo. No abandonáremos nuestro propósito original, sólo lo postergaremos.
—Eso dices —protestó Peregrino—. Vayamos adonde vayamos, necesitaremos más antimateria para zarpar de otra parte. Construir la planta de energía y generarla nos llevará diez años.
—Los alienígenas deberían tenerla en abundancia. —¿Deberían? ¿Y la compartirán sin problemas? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes qué quieren de nosotros, ante todo?
—Espera, espera —intervino Macandal—. No nos pongamos paranoicos. No pueden ser monstruos, bandidos ni nada maligno. En esta etapa de su civilización, eso no tendría sentido.
—¿Cómo puedes decirlo con tanta certeza? —rezongó Aliyat.
—¿Qué sabemos de Estrella Tres? —preguntó Yukiko.
Su calma aplacó un poco los ánimos. Hanno meneó la cabeza.
—No mucho en realidad, salvo el tipo y la edad —admitió—. Siendo normal, debe tener planetas, pero no tenemos información sobre ellos. Nunca fue visitada. Por Dios, una esfera de novecientos años luz de diámetro alberga cien mil estrellas.
—Pero dices que ésta no es tan brillante como la nuestra —le recordó Macandal—. Entonces las probabilidades de que tenga un planeta donde podamos respirar son pobres. Aun con candidatos mucho mejores…
Tu Shan sacudió la mesa de un puñetazo.
—Eso es lo que importa —dijo—. Se nos prometió que al cabo de quince años caminaríamos libremente por un suelo viviente. Tú deseas tenernos encerrados en este casco durante ocho años más que eso, y al final del viaje aún estaríamos encerrados, durante décadas o siglos o una eternidad. No.
—Pero no podemos pasar por alto esta oportunidad —protestó Svoboda.
—No la pasaremos por alto —intervino Peregrino—. Cuando lleguemos a Feacia, ordenaremos a los robots que construyan un transceptor adecuado y envíen un haz a Tres, para entablar conversación. Finalmente, iremos allí en persona, aquellos que lo deseemos. O quizá los alienígenas vengan a nosotros.
Hanno lo miró irritado.
—Te he dicho que hay trescientos años luz entre Feacia y Tres —dijo.
Peregrino se encogió de hombros.
—Tenemos tiempo de sobra.
—Si Feacia no nos mata primero. Nadie nos ha garantizado que allí estemos seguros.
—La Tierra también se pondrá en contacto, una vez que hayamos enviado el informe.
Svoboda habló con voz cortante.
—Sí, por haz, y por robots que retransmiten haces. ¿Quién, salvo nosotros, irá en persona y conocerá a los Otros tal como son?
—Es verdad —dijo Yukiko—. Las palabras e imágenes solas, con siglos de por medio, son buenas pero insuficientes. Creo que nosotros tendríamos que entenderlo mejor que nuestros congéneres humanos. Conocimos a los muertos de tiempo atrás como cuerpos, mentes, almas vivientes. Para todos los demás, ellos son sólo reliquias y palabras.
Svoboda la miró.
—¿Entonces quieres ir hacia Estrella Tres?
—Sí, oh, sí.
Tu Shan la miró atónito.
—¿Eso dices, Pequeña Nieve, Gloria de la Mañana? —preguntó al fin—. Bien, no será así.
—Claro que no —declaró Patulcio—. Debemos fundar nuestra comunidad.
Aliyat le cogió el brazo y se apoyó en él. Desafió a Hanno con la mirada.
—Crear nuestros hogares —dijo.
Macandal asintió.
—Es una decisión difícil, pero… creo que deberíamos ir a Feacia primero.
—¿Y último? —ironizó Hanno—. Os digo que si perdemos esta oportunidad, quizá nunca la recobremos. ¿Quieres cambiar de parecer, Peregrino?
Peregrino permaneció impávido unos instantes.
—Es una dura decisión —dijo al fin—. La mayor y más importante aventura de la Tierra, el riesgo de perderla, contra lo que podría ser Nueva Tierra, un nuevo comienzo para nuestra especie. ¿Qué es mejor, el bosque o las estrellas? —Calló de nuevo, cavilando. Y de repente—: Bueno, lo dije antes. Las estrellas pueden esperar.
—Cuatro contra tres —contó Tu Shan, triunfante—. Continuamos como estábamos. —Calmándose—: Lo lamento, amigos.
La voz, la cara, el porte de Hanno perdieron energía.
—Me lo temía. Por favor, pensadlo de nuevo.
—Hemos tenido siglos para pensar —dijo Tu Shan.
—Para añorar la Tierra del pasado, querrás decir —le dijo Yukiko—, una Tierra que nunca existió de veras. No, tú no negarías a la humanidad semejante oportunidad de conocimiento, de acercarse a la unión con el Universo. Eso sería egoísta. Tú no eres una persona egoísta, querido.
Él sacudió la cabeza con terquedad.
—La humanidad ha esperado mucho tiempo el contacto, y en general no ha demostrado mucho interés —dijo Patulcio—. Puede esperar un poco más. Nuestro primer deber es hacia los hijos que tendremos, y que sólo podemos tener en Feacia.
—Ellos pueden esperar más aún —argumentó Svoboda—. Lo que aprendamos de los alienígenas, la ayuda que nos brinden, nos otorgará mayor seguridad cuando fundemos nuestro nuevo hogar.
—La oportunidad puede ser única —intervino Hanno—. Repito, es probable que los alienígenas de Tres sean pocos y recién llegados. De lo contrario, la Red de Sol habría recibido señales de ellos, o sus naves habrían llegado allá. A menos… Pero no lo sabemos. ¿Están necesariamente instalados en Tres? Ellos no tienen modo de saber que hemos recibido la invitación. Si no la aceptamos, ¿se quedarán allí o seguirán viaje? ¿Y viajarán hacia Sol?
—¿Estarán en Tres cuando lleguemos? —replicó Macandal—. Si están allí, ¿serán necesariamente criaturas con quienes nos podamos comunicar? No, es un largo y peligroso desvío por algo que puede ser grandioso pero también fútil. Continuemos con nuestra misión.
—Tal como planearon los ordenadores y señores de la Tierra —se burló Hanno. Se volvió hacia Peregrino—. ¿Por una vez no te gustaría hacer algo que no estaba planeado, que mandara al cuerno los esquemas del mundo de hoy?
Peregrino suspiró.
—Me pones en un brete. Sí, tengo tantas ganas de ir a Tres que casi puedo saborearlas. Y espero hacerlo algún día. Pero ante todo, vida libre en una naturaleza libre. —Con tono de súplica—: Y no puedo hacerle eso a Corinne y Aliyat. No puedo.
—Eres un caballero —jadeó Aliyat.
Yukiko sonrió con tristeza.
—Bien, Hanno, Svoboda, nosotros tres no estamos peor que ayer, ¿verdad? Mejor, en realidad, con un nuevo sueño por delante.
—Para algún día —masculló Svoboda. Irguió la cabeza—. No estoy enfadada con vosotros, amigos. Estoy harta de máquinas y hambrienta de tierras. Así sea.
La tensión empezaba a disiparse entre sonrisas.
—No —dijo Hanno.
Todos se volvieron hacia él. Hanno se levantó.
—Estoy más apenado de lo que podéis imaginar —declaró—. Pero creo que nuestra necesidad y nuestro deber han cambiado. Debemos ir a Tres. Hasta ahora, esta empresa era desesperada. Fingíamos lo contrario, pero así era. Había muchas probabilidades de que pereciéramos míseramente, como los noruegos en Groenlandia, o de caer en la uniformidad, como los polinesios en el Pacífico.
—Tú promoviste el viaje —acusó Patulcio.
—Porque también estaba desesperado. Todos lo estábamos. Al menos era un intento. Contra toda esperanza, quizá lográramos llenar nuestro planeta con gente que continuara buscando y explorando. ¿Qué podíamos perder? Bien, hoy hemos descubierto qué. El Universo.
»Yo soy el capitán. Enfilaré hacia los Otros.
Tu Shan fue el primero en levantarse.
—¡No puedes! —bramó.
—Puedo —dijo Hanno—. La Piteas me obedece. Ordenaré de inmediato el cambio de curso. Cuanto antes se haga, antes…
—No, no contra nuestra voluntad —interrumpió Peregrino.
—Estaría mal —suplicó Yukiko.
Svoboda miró a Hanno con algo parecido al horror.
—No hablas en serio —tartamudeó.
—¿No quieres que lo haga? —replicó Hanno.
Ella apretó la mandíbula.
—No de este modo.
—No, supongo que no. Aun así, impartiré la orden. Me lo agradeceréis después.
—Bozhe mol… —Svoboda elevó la voz—. Piteas, ¿no obedecerás a un solo hombre, verdad?
—Él es el capitán —contestó la nave—. Debo obedecer.
—¿En cualquier circunstancia? —gritó Patulcio—. ¡Imposible!
—Así es la programación.
—Nunca nos lo dijiste —susurró Macandal.
—No creí que se presentara la ocasión —dijo Hanno con voz vacilante—. Lo dispuse como una medida de emergencia que convenía mantener en secreto.
—¡Por Dios! —gritó Aliyat—. ¡Ésta es la emergencia! ¡Tú la estás creando!
—Sí —dijo Peregrino, la tez perlada de sudor—. No pedimos un dictador, y no nos dejaremos someter. No podemos hacerlo. —Miró hacia arriba como buscando otra cara en el aire—. Piteas son siete contra uno.
—Eso no se tiene en cuenta —respondió la nave.
—Nunca se tuvo en cuenta, ni en el mar ni dondequiera, que viajaran los hombres —dijo Hanno—. No era posible, si deseaban llegar con vida a la costa.
—¿Y si el capitán está… incapacitado? —preguntó Peregrino—. ¿Y si está fuera de sus cabales?
La nave pareció dedicar unos microsegundos a revisar su base de datos biopsicológicos y llegar a una conclusión.
—El trastorno es imposible para cualquiera de vosotros sin una lesión de suma gravedad —declaró—. Eso no ha sucedido.
Tu Shan gruñó y echó a andar alrededor de la mesa.
—Puede suceder. Un capitán muerto no da órdenes.
Svoboda le cerró el paso.
—¡Ahora eres tú quien está loco! —rugió. Tu Shan procuró apartarla. Svoboda se resistió—. ¡Ayudadme! ¡Una pelea no! ¡No podemos reñir!
Peregrino se le acercó. Cogieron a Tu Shan por los brazos. Tu Shan se detuvo. Respiraba entrecortadamente.
—Mira lo que has provocado, Hanno —murmuró Macandal, las mejillas humedecidas por el llanto—. Tu orden nos destruiría. No puedes impartirla.
—Puedo y lo haré. —El fenicio enfiló hacia la puerta, y se volvió hacia ellos, alerta pero inmóvil. Habló con voz más serena—. Una vez que esté tomada la decisión, no os derrumbaréis. Os conozco demasiado bien para creer lo contrario. Ni cometeréis violencia contra mí. Sabéis que no podéis prescindir de un octavo de nuestra fuerza, un cuarto de los antepasados masculinos del porvenir. Y yo soy el único que ha ejercido el mando, no sólo el liderazgo sino el mando, en naves y guerras, negocios y empresas aventureras, durante miles de años. Sin mí, vuestra supervivencia en Feacia o en cualquier otra parte es más que dudosa. —Añadió, con mayor suavidad aún—: Oh, no soy un superhombre. Todos vosotros tenéis talentos especiales, y los necesitamos todos. Sigo abierto a vuestras ideas y consejos…, sí, a vuestros deseos. Pero alguien tiene que tomar la responsabilidad última. Siempre hubo alguien. El capitán.
»Nos esperan doce años más de viaje, y quién sabe qué habrá al final. No los hagamos más difíciles de lo necesario.
Se marchó. Los siete quedaron atónitos, estupefactos. Al fin Peregrino y Svoboda soltaron a Tu Shan.
—En esto tiene razón —dijo Peregrino—. No tenemos opción.
—El proceso de cambio de curso comenzará en una hora —anunció la Piteas—. Con el objeto de conservar combustible y minimizar el vector no deseado, comenzará entonces con caída libre. Por favor preparaos para un período de seis horas sin gravedad.
—Se… acabó… —articuló Aliyat.
Hanno regresó. Sabían que había ido a la sala de control en parte para mirar las pantallas, como si eso importara, pero ante todo como una señal para los demás.
—Manos a la obra —dijo—. Aquí tengo copias de una lista de chequeos. Lo hecho, hecho está. Estamos en camino. —Sonrió a medias—. No todos detestan esto.
—Quizá no —replicó Svoboda—. Sobaka. Perro. Maldito bastardo.
Svoboda cogió la mano de Peregrino.