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Y son muy gratos, pensó ella cuando él estaba durmiendo. Casi envidió a la esposa.
Hasta que él envejeciera, y ella. A menos que una enfermedad se llevara a uno o al otro. Aliyat nunca había estado enferma. Sus carnes habían olvidado los ultrajes del día y de la noche que había pasado. La dominaba una agradable languidez, pero se excitaría de inmediato si él llegaba a despertar.
Sonrió en la oscuridad. Debía dejarlo descansar. Deseaba salir a caminar un rato bajo la luna y las altas estrellas del desierto. No, demasiado arriesgado. Debes esperar. Esperar. Había aprendido.
Sintió una punzada de dolor. Pobre Bonnur. Pobre Thirya. Pero si se daba el lujo de llorar por los que vivían poco, no dejaría de llorar nunca. Pobre Tadmor. Pero una nueva ciudad esperaba adelante, y más allá todo el mundo y el tiempo.
Una mujer que no envejecía tenía al menos un recurso para seguir viviendo en libertad.