20
Fue repentino.
La melodiosa voz rebotica anunció.
—¡Atención! ¡Atención! Los instrumentos detectan la entrada de un flujo anómalo de neutrinos. Parece estar en código.
Hanno soltó un juramento de marino que no se había oído en los últimos tres mil años y saltó de la litera.
—Luz —ordenó. La iluminación bañó el cuarto, arrojando un fulgor ambarino en el pelo de Svoboda y un color tenue entre las paredes.
—¿De la Tierra? —jadeó Svoboda, irguiéndose—. ¿Han construido un transmisor?
Hanno se estremeció.
—Creo que la Piteas reconocería…
La respuesta lo interrumpió:
—La dirección de origen se está haciendo evidente. Está hacia delante y se emite por banda y no por haz. Hay modulación de pulso, amplitud y rotación. Todavía estoy observando y analizando para determinar la velocidad de la fuente y compensar el corrimiento Doppler y la dilación temporal. De hecho, el patrón parece matemáticamente simple.
—Sí, empieza por indicarnos que es artificial. —Hanno tocó el intercomunicador—. ¿Habéis oído? Reunios en el comedor. Iré allí cuanto antes. —Casi innecesariamente cogió su ropa—. ¿Quieres venir, Svoboda?
Ella sonrió con picardía.
—Intenta detenerme.
Tal vez fue igualmente superfluo buscar la sala de mando. Quizá no fuera aconsejable esperar en medio de las pantallas. La majestuosa vista podía intimidar el ánimo y obnubilar la mente. Pero estar sentados allí, cogidos de la mano, observando los números y despliegues gráficos que generaba la nave, era como mantener aferrada una realidad que de otro modo se disiparía en el vacío.
—¿Sabes algo más? —preguntó Svoboda.
—Dale una oportunidad al ordenador —rió Hanno—. Sólo ha tenido unos minutos.
—Cada minuto nuestro es como una hora exterior. ¿Y cuántos kilómetros recorridos?
—Detecto una fuente similar, mucho más débil pero fortaleciéndose —dijo la nave—. Está en el lado opuesto de nuestro curso proyectado.
Hanno escrutó un rato el cielo distorsionado.
—Sí —dijo lentamente—, creo que entiendo. Ellos saben nuestro rumbo aproximado, y han enviado mensajeros para interceptarnos. Claro que no pueden discernirlo con exactitud. Les habrán parecido posibles varios destinos y no podían prever factores tales como el combustible que usaríamos, así que enviaron varios mensajeros, ampliamente distribuidos, para irradiar mensajes a las zonas que probablemente atravesaríamos.
—¿Ellos?
—Los Otros. Los alienígenas. Quienes sean, o lo que sean. Al fin hemos dado con una civilización con navegación estelar. O ella nos ha encontrado a nosotros.
Ella alzó los ojos embelesada.
—¿Establecerán contacto?
—No creo. Dadas las incertidumbres y las distancias, y el largo tiempo que podemos tardar en llegar, no enviarían tripulaciones vivientes. Deben de ser naves robóticas de baja masa y alto impulso, quizá fabricadas con este propósito.
Ella calló medio minuto.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —dijo al fin, casi con fastidio.
—Vaya, es obvio —respondió Hanno, sorprendido—. La radiación de nuestra planta energética nos precedió sólo durante el primer año, hasta que nos aproximamos a la velocidad de la luz. No sería antelación suficiente, si se propusieran encontrarnos cuando la recibieron. No pueden vivir en las cercanías, o los habríamos detectado desde el Sistema Solar.
—¿Evidencia o engreimiento? —desafió ella—. ¿Cómo vamos a saberlo? Apenas hemos iniciado nuestra pequeña empresa en el espacio profundo. ¿Cuánto tiempo han explorado ellos? ¿Miles de años? ¿Millones? ¿Qué han descubierto, qué saben hacer?
Él sonrió preocupado.
—Lo lamento. Es un gran momento y no quiero ensombrecerlo. —Suspiró—. Pero he tenido muchos grandes sueños a través de los siglos, y la mayoría resultaron ser sólo eso. Hace tiempo que nuestros físicos decidieron que habían descubierto todas las leyes de la naturaleza, todas las posibilidades e imposibilidades. —Alzó la mano—. Entiendo que es una proposición que no puede demostrarse. Pero la probabilidad de que sea así se ha vuelto muy elevada, ¿verdad? Me encantaría saber que los alienígenas tienen alfombras mágicas más rápidas que la luz, pero no lo creo.
—Al menos —asintió de mala gana—, debemos razonar a partir de lo que sabemos. Sospecho que es mucho menos de lo que tú crees, pero… ¿Qué haremos?
—Responder.
—¡Desde luego! ¿Pero cómo? Es decir, estamos desacelerando, pero aún estamos cerca de la velocidad de la luz. Cuando esa máquina reciba nuestra señal, ¿no habremos pasado de largo? ¿Su respuesta no tardará años en alcanzarnos?
Hanno le estrujó la mano.
—Siempre fuiste una muchacha lista. —A la nave—: Queremos establecer contacto cuanto antes. ¿Qué aconsejas?
La respuesta los puso a ambos alerta.
—Eso es contingente. La transmisión se ha modificado. Se ha vuelto mucho más compleja.
—¿Quieres decir que saben que estamos aquí? ¿Dónde están?
—Estoy afinando las cifras mientras obtengo más paralaje. La fuente más cercana está aproximadamente a un año luz de nuestra ruta, casi el doble de esa distancia vectorialmente.
—¡Baal! ¿Entonces ellos pueden detectarnos al instante?
—No. No, espera, Hanno —dijo Svoboda con voz trémula—. No es preciso que sea así. Supongamos que la transmisión es automática, un ciclo. Primero una señal de alerta, luego el mensaje, luego de nuevo la señal de alerta, y así sucesivamente. No habríamos reconocido el mensaje por lo que era, lo habríamos tomado por un fenómeno natural.
—Cuando lo recibí por primera vez —dijo la Piteas—, entendí que era una fluctuación en el ruido de fondo, quizás interesante para los astrofísicos pero irrelevante para esta misión. El efecto Doppler lo distorsionaba haciéndolo imposible de identificar. La transmisión de baja información que siguió aclaró que no hay flujo aleatorio. También brindó datos inequívocos por los cuales se podían determinar las funciones de distorsión. Ahora las estoy compensando para reconstruir el mensaje en sí.
Hanno se relajó.
—¿Con cuánta frecuencia lo han hecho —susurró—, con cuántos otros?
—La reconstrucción aún no es perfecta, pero mejora continuamente a medida que llegan datos adicionales —continuó Piteas—. Como el ciclo es cortos en tiempo de a bordo, pronto tendré buena definición. El mensaje ha de ser breve, con alta redundancia, aunque también preveo alta resolución. Éste es un mapa visual.
La oscuridad ennegreció una pantalla. De golpe se llenó de gran cantidad de diminutos puntos de luz. Eran borrosos, pero pronto cobraron nitidez. Aparecieron colores en ellos, y con esa ayuda los ojos empezaron a discernir formas tridimensionales, autorrecurrentes en infinita complejidad.
—Los números primos definen un espacio de coordenadas —dijo la nave—. Los impulsos digitales identifican puntos dentro de él, y a la vez son miembros de conjuntos fractales. Esas funciones deberían brindar imágenes, pero las combinaciones correctas se deben hallar empíricamente. Mi componente matemático está efectuando la búsqueda. Cuando surja algo inteligible, tendremos pistas para obtener más refinamiento y finalmente extraer todo el contenido.
—Vaya —dijo la aturdida Svoboda—, si los ordenadores de la Tierra te pudieron diseñar a ti en sólo un año…
Aguardó, con Hanno a su lado. La danza de curvas y superficies fluía en la pantalla. Afloró una imagen que mostraba estrellas.