19
Al cabo de siete años y medio de a bordo, y diez veces ese número de años celestiales, la Piteas llegó al punto medio de su travesía. Hubo un breve período de falta de gravedad cuando la nave entró en trayectoria libre, retirando láseres y campos de fuerza excepto lo necesario para proteger la vida que transportaba. El casco viró majestuosamente. Robots con grueso blindaje salieron para dar nueva configuración a la red generadora. Cuando regresaron dentro, la Piteas desplegó la pala y encendió el motor. El fuego despertó. Con una gravedad de desaceleración, la nave avanzó de popa hacia su destino. Sonaron trompetazos en el aire.
Sin duda los viajeros tenían un motivo de celebración. Macandal estuvo tres días preparando el banquete. Estaba picando y batiendo en la cocina cuando apareció Patulcio.
—Hola —saludó ella en inglés, todavía su idioma favorito—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Él sonrió levemente.
—O yo por ti. Creo que he recordado cómo era ese entrante que mencioné.
—¿De veras? —Macandal dejó el cuchillo y se tocó la barbilla—. Ah sí. Tahini algo. Lo describiste como algo sabroso, pero ninguno de los dos recordaba qué era el tahini.
—¿Cuánto más habremos olvidado? —murmuró él. Irguió los hombros y habló animadamente—. He evocado el recuerdo, al menos en parte. Era una pasta hecha de sésamo. El plato en que pensé lo combinaba con ajo, zumo de limón, comino y perejil.
—Espléndido. El nanoprocesador puede hacer sésamo, y aquí hay una trituradora, pero tendré que experimentar, y tú me dirás si ando cerca o no. Tendría que congeniar con otras hors d’oeuvres que estoy planeando. No queremos nada demasiado pesado antes del plato principal.
—¿Cuál será, o todavía es un secreto?
Macandal estudió a Patulcio.
—Lo es, pero te lo revelaré si cierras el pico. Ganso con curry.
—Delicioso, sin ninguna duda —dijo él inexpresivamente.
—¿Es todo lo que tienes que decir tú, nuestro campeón de los glotones?
Patulcio se volvió para irse. Ella le tocó el brazo.
—Espera —murmuró—. Te sientes mal, ¿verdad? ¿Puedo ayudarte?
Él miró hacia otra parte.
—Lo dudo. A menos… —Tragó saliva y torció la cara—. No importa.
—Vamos, Gneo. Hemos sido amigos durante mucho tiempo.
—Sí, tú y yo podríamos confortarnos mutuamente en vez de… ¡De acuerdo! —escupió—. ¿Puedes hablarle a Aliyat? No, claro que no. Y si lo hicieras, ¿de qué valdría?
—Suponía que era eso —murmuró Macandal—. Sus travesuras. Bien, no me alegra que Peregrino pase algunas noches con ella, pero ella lo necesita. Pienso que Hanno hace mal en ignorar las insinuaciones de Aliyat.
—Ninfomanía.
—No, no creas. Búsqueda de amor, de seguridad. Y… algo que hacer. Ya pasa demasiado tiempo en la caja de sueños.
Patulcio se golpeó la palma con el puño.
—Pero yo no soy algo que hacer, ¿eh?
—¿Ya no? También lo sospechaba. Pobre Gneo. —Macandal le tomó la mano entre las suyas—. Escucha, la conozco bien, mejor que nadie. No creo que quiera herirte. Si te elude, bien es porque se siente… ¿avergonzada? No, más bien teme lastimarte más. —Hizo una pausa—. La llevaré aparte y le hablaré como una tía severa.
Él se sonrojó.
—No por mí, por favor. No quiero piedad.
—No, pero mereces más consideración de la que has recibido.
—El sexo no es gran cosa, a fin de cuentas.
—Una filosofía sensata —dijo Macandal—, pero difícil de practicar cuando no eres santo y tu cuerpo no envejece. Como bien sé. No podemos permitir que te tortures, Gneo. Si yo… —Cobró aliento, sonrió—. Tuvimos buenos momentos en el pasado, ¿verdad? Fue hace mucho tiempo, pero no los olvidé.
Él la miró atónito. Al cabo de un minuto tartamudeó:
—No hablas en serio. Eres muy dulce, pero no es necesario.
Macandal habló con calma.
—No creas que es misericordia. Me gustas mucho. Bien, no hay prisa. Tomémonos nuestro tiempo y veamos cómo van las cosas. Dios sabe que tiempo no nos falta, y si a estas alturas no hemos aprendido a ser pacientes, más nos vale abrir las compuertas. Me refiero a todos los que vamos a bordo.
Luego añadió:
—Es una lastima que esta gran misión no nos haya vuelto dignos de ella. Somos los mismos primitivos de siempre, limitados, necios, confundidos y ridículos. Los terrícolas de hoy no tendrían nuestros problemas. Pero somos nosotros, no ellos, quienes han venido aquí.
La Piteas continuó su vuelo. Transcurrieron otros tres años y medio de a bordo antes que el universo irrumpiera como el oleaje de una tormenta barriendo la cubierta de un barco griego.