5
—… Que la santidad acompañe a vuestros buenos ángeles. Que el Fuego arda con fuerza y el Arco Iris traiga paz. Id ahora hacia Dios. Buen viaje.
Rosa Danau alzó las manos a modo de bendición, se las apoyó en el pecho y se inclinó ante la cruz que se erguía en el altar, entre velas rojas y negras en recipientes con forma de lirio. Enfrente, los demás celebrantes hicieron lo mismo. Eran una veintena de hombres y mujeres, la mayoría de tez negra y pelo gris, ancianos de las familias que vivirían allí. La ceremonia había durado una hora; palabras simples, cantos al son de un tambor, una danza sagrada, hipnótica en su contención y suavidad. Los presentes partieron en silencio, aunque varios le sonrieron y algunos se persignaron.
Rosa se quedó un rato, buscó una silla y un rincón más tranquilo. La capilla aún estaba exiguamente amueblada. Detrás del altar colgaba un retrato de Jesús, más enjuto y severo de lo común, aunque con la mano alzada en un gesto de bendición. Pintada en el yeso, lo rodeaba la Serpiente de la Vida. Estaba flanqueada por emblemas que podían ser santos católicos o deidades haitianas. Los símbolos de la derecha y la izquierda podían ser la suerte, la magia, la santidad o una mera exhortación alentadora: eleva el corazón, honra con valor la vida que hay en ti.
Aquí no había más doctrina que la sacralidad de la creación debida a la presencia del Creador, ningún mandamiento salvo la lealtad a los parientes espirituales. La imaginería animista y panteísta era sólo un idioma para expresar todo eso. Los ritos sólo estaban destinados a invocar esa convicción y unir a los iguales. Uno podía creer cualquier otra cosa que considerase verdadera. Pero hacía mil cuatrocientos años, desde que era una joven doncella, que Aliyat no percibía tanto poder.
Ese poder estaba dentro de ella, si no en el altar o en el aire. Esperanza, limpieza, propósito, algo que ella podía dar en vez de tomar o despilfarrar. ¿Por eso Corinne le había pedido que se encargara de la consagración de ese edificio? ¿O Corinne estaba demasiado ocupada con el enigma de esa convocatoria, aparentemente inocente, a los longevos? Había sido discreta. Aliyat sólo sabía que el tal Willock era simplemente un agente que creía manejar asuntos para un instituto científico. (¿Sería cierto?). Quizá Corinne había pedido a sus contactos en el gobierno, la policía o el FBI, que investigaran el asunto. No, tal vez no; demasiado peligroso; podían sospechar que Mama-lo Macandal no era lo que parecía…
Bien, no debía preocuparse; una vida dura enseñaba a concentrarse en lo inmediato. Aliyat suspiró, se levantó, sopló las velas y apagó las luces al salir. La capilla estaba en el segundo piso. Además de repararla, los obreros habían reconstruido la maltrecha escalera que conducía al pasillo, pero por el momento estaban ocupados en otra cosa. Una bombilla desnuda alumbraba el yeso descascarillado y descolorido. Era un desagradable distrito del lado oeste, pero allí la Unidad podía comprar un inquilinato barato y abandonado para que sus miembros le dieran aspecto decente. Aliyat se preguntaba si emprenderían muchas más obras similares. Si la organización crecía demasiado, llamaría la atención y escaparía al control de las dos mujeres que buscaban amparo en ella. No obstante, los miembros crecerían, se casarían, tendrían hijos.
En el vestíbulo había un montón de equipo y materiales. El vigilante nocturno se levantó para saludarla, y también se levantó otro hombre joven, corpulento, del color del ébano. Aliyat reconoció a Randolph Castle.
—Buenas noches, señorita-lo Rosa —tronó—. Paz y fortaleza.
—Vaya, hola —respondió ella, sorprendida—. Paz y fortaleza. ¿Qué haces aquí tan tarde?
—Había pensado acompañarla. Supuse que usted se quedaría cuando los demás se hubieran marchado.
—Eres muy amable.
—Sólo prudente —dijo el hombre con tono sombrío—. No queremos perderla.
Saludaron al vigilante y salieron. La calle estaba mal iluminada y aparentemente desierta, pero nunca se sabía qué acechaba en las sombras y no había taxis en la zona. La vivienda de Aliyat, una habitación en el Village, estaba cerca, pero le alegraba contar con tan protectora compañía.
—De todos modos, quería hablar con usted —dijo Castle cuando echaron a andar—. Si no le molesta.
—No, claro que no. Para eso estoy, ¿verdad?
—Esta vez no son problemas personales —dijo él forzando la voz—, sino problemas comunes. Pero no sé cómo decírselo a Mama-lo.
Aliyat se acarició el puño con los dedos.
—Continúa. Sea lo que fuere, guardaré el secreto.
—Lo sé, lo sé. —Ella había oído sus confesiones y le había ayudado a enderezar las cosas. Oyeron unas pisadas alarmantes. Castle continuó cuando los pasos se alejaron—: Mama-lo no sabe cuan peligrosa es esta zona. Ninguno de nosotros lo sabía, de lo contrario no habríamos comprado el edificio. Pero he hecho algunas averiguaciones.
—Crímenes, drogas. Ya nos hemos encontrado antes. ¿Qué más?
—Nada. Pero estos vendedores de drogas son peligrosos. No quieren que entremos en su territorio.
Aliyat sintió un escalofrío. Siglo tras siglo se había topado con el mal absoluto, y conocía su poder.
Una vez lo había tomado a risa.
—¿A quién le importa, mientras mantengamos limpia a nuestra gente? —dijo—. Que otros se arruinen si lo desean. Tú hacías contrabando de alcohol y llevabas bares clandestinos durante la Prohibición. Y yo hice algo parecido ¿Cuál es la diferencia?
—Me sorprende que lo preguntes —respondió Corinne, e hizo una pausa—. Bien, te has esforzado para mantenerte al margen de todo lo malvado. Escucha, querida. El material que entra en estos días es diferente. En la Unidad no nos oponemos a un trago ocasional, usamos vino en algunas ceremonias, pero enseñamos a nuestros miembros a no embriagarse. No puedes dejarte arrastrar por una droga como el crack. Y… los viejos hampones podían ser peligrosos, y hoy no sé si hice bien en condonar su negocio, pero comparados con los traficantes de hoy, eran los Santos Inocentes. —Entrelazó los dedos—. Es como si hubiera vuelto el tráfico de esclavos.
Eso era años atrás, cuando las cosas empezaban a andar mal. Aliyat había aprendido mucho desde entonces. Y la Unidad actuaba en cada uno de sus establecimientos. Un grupo de residentes que montaba guardia y llamaba a la policía cuando tenía información daba el ejemplo, ayudando a los perdidos a encontrar el camino de regreso a la humanidad, y tenía una organización cuasimilitar, podía volver un vecindario poco lucrativo para los camellos hasta peligroso.
—A mí me han amenazado —dijo Castel—. También a otros. Creemos que si no nos largamos, la mafia nos hará pedazos.
—No podemos abandonar el proyecto —dijo Aliyat—. Hemos invertido demasiado para perderlo. La Unidad no es rica.
—Sí, lo sé. ¿Pero qué podemos hacer? —Castel irguió los hombros—. Contraatacar, eso podemos hacer.
—La gente no se puede defender sola en Nueva York —replicó Aliyat.
—No, sólo…, bien, claro, no podemos contárselo a Mama-lo. No podemos permitir que lo sepa. Ella tendría que prohibirlo, ¿verdad? Por mucho que perdiéramos. Pero si algunos contraatacamos y el rumor se difunde, bueno, quizá no tengamos que perder nada. ¿Qué le parece? Usted tiene experiencia. ¿Qué opina?
—Tendré que saber más. Y reflexionar. —Aliyat ya sospechaba cuál sería su decisión.
—Claro. Hablaremos cuando usted disponga de tiempo, señorita-lo Rosa. Dependemos de usted.
¡De mí!, pensó Aliyat con orgullo.
Caminaron en silencio hasta el edificio de Rosa. Ella le dio la mano.
—Gracias por tu franqueza, Randolph —dijo.
—Gracias a usted, señorita-lo. —Bajo la luz más brillante, la sonrisa de Castle resplandecía—. ¿Cuándo podemos reunimos?
Ella sintió la tentación. ¿Por qué no ahora? Randolph era fuerte y apuesto a su manera tosca, y hacía un largo tiempo que… Aliyat se preguntó si al fin sería capaz de entregarse sin reservas, sin odio ni desprecio ni suspicacia.
Pero no. Él quedaría desconcertado. Igual que muchos miembros de la Unidad, si se enteraban. Era mejor no correr riesgos.
—Pronto —prometió—. Ahora debo terminar algunas tareas. De hecho, será mejor que me quede un par de horas esta noche, antes de dormir. Pero pronto.