15

Era natural que los Tu organizaran una merienda para sus huéspedes, la gente que habían conocido en las ciudades, pero a los niños no les gustó que no los invitaran. Esas personas parecían, interesantes, aunque hablaban poco de sí mismas. Primero estaba la convaleciente señorita Adler, a quien los Tu habían recibido en Pocatello y habían llevado allí. El resto se alojaba en un hotel pero pasaba los días en el rancho: los Tazurin, el señor Langford, quien admitía que era indio, y la negra señorita Edmonds, todos distintos entre sí y de los demás.

Quizá deseaban estar solos y trazar planes para ampliar la casa y crear espacio para más niños. Se comportaban con mucha solemnidad. Eran simpáticos pero no actuaban como turistas. La mayoría, los Tu incluidos, paseaban en pares y tríos, y salían durante horas.

En la cima de una colina que dominaba una vista ancha y bella, Tu Shan había armado tiempo atrás una mesa y bancos de pino. Aparcaron los coches en las cercanías y salieron. Durante un rato miraron en silencio. El sol, a medio camino en el cielo del este, se reflejaba en las nubes y los nevados picos del oeste. Entre ellos y las montañas se extendían mil matices de verde, estribaciones, tierras de labranza, árboles a lo largo del río perezoso y brillante. Un par de halcones revoloteaba en lo alto, las alas bordeadas de oro. El susurro de una templada brisa impregnaba el aire de aromas maduros.

—Hablemos antes de descargar la comida —propuso Hanno. Era innecesario decirlo, pues se daba por sobreentendido, pero evitaba los rodeos. Los humanos tendían a postergar las decisiones difíciles, sobre todos los inmortales—. Espero que terminemos a tiempo para relajarnos y pasarlo bien, pero si es preciso discutiremos hasta el atardecer. Ése es el límite, ¿de acuerdo?

Hanno se sentó, con Svoboda a la derecha y Peregrino a la izquierda. Frente a ellos estaban Tu Shan, Asagao, Aliyat y la mujer cuyo nombre, para ellos, seguía siendo Corinne Macandal. Sí, pensó Hanno, aunque intentamos conocernos mejor para formar una hermandad, inadvertidamente respetamos los antiguos lazos.

Ninguno habría aceptado un jefe de sesiones, pero alguien tenía que asumir la iniciativa y él era el mayor.

—Dejadme resumir —dijo—. No diré nada nuevo, pero quizá nos ahorre nuevas repeticiones.

»La pregunta básica es si nos entregamos al gobierno y revelamos al mundo quiénes somos, o si continuamos nuestra farsa bajo nuevas máscaras.

»En la superficie, no hay gran revuelo por nosotros. Alguien se llevó a Rosa Donau del hospital. Corinne Macandal se esfumó. Lo mismo hicieron Kenneth Tannahill y un par de huéspedes, pero eso fue en otra parte, y Tannahill viaja a menudo, pasa más tiempo fuera que en casa. Ningún escándalo en las noticias, ni siquiera la desaparición de Rosa. Es una mujer anónima, pocos se interesan por los pacientes de ese hospital, nadie denunció un secuestro ni otro delito, y ninguna de esas personas está acusada de nada.

»Pensé que era demasiado bueno para ser cierto, pero Corinne dice que es así. Ha consultado a sus conexiones un par de veces desde su escondrijo. Ned Moriarty sigue interesado. El FBI cree que vale la pena indagar. Podría haber drogas, espionaje o travesuras menos espectaculares pero igualmente ilegales. ¿Alguna novedad reciente, Corinne?

Macandal meneó la cabeza.

—No —respondió en voz baja—, ni las tendré. Ya he sometido el honor de esos hombres a una prueba demasiado fuerte. No los llamaré de nuevo.

—Yo tengo mis propios contactos en Seattle —dijo Hanno—, pero cada día que pasa es más arriesgado usarlos. Tannahill está asociado con Tomek Enterprises. El FBI investigará eso, por lo menos. Quizá decida que allí no hay nada, que los amigos de Tomek ignoran por qué se esfumó Tannahill. Sin embargo, no pensará así si descubre que esos amigos ya demostraban cierto conocimiento de la situación. Prefiero no correr el riesgo. Ya hemos corrido bastantes.

Se inclinó hacia delante, los codos en la mesa.

—En breve —concluyó—, si queremos permanecer ocultos, tendremos que hacer un trabajo integral. Abandonar todo cuanto antes y para siempre. Este rancho incluido. Tomek trajo a Shan y Asagao y los instaló aquí. Alguien vendrá a hacer preguntas. Tal vez oiga chismes sobre esas visitas que recibisteis poco después de los acontecimientos sospechosos. Una vez que tenga descripciones, se acabó.

Aliyat habló con voz trémula. Ya podía caminar con ciertas limitaciones, y había recobrado el color, pero tardaría unas semanas en recuperarse del todo, en cuerpo y espíritu.

—Entonces no podemos irnos. Tenemos que desistir. O bien ser pobres de nuevo…, no tener hogar…, no.

Hanno sonrió.

—¿Has olvidado lo que dije, o no me crees? —respondió Hanno—. He guardado dinero y otros recursos en varias partes del mundo. Nos alcanzarán para cien años. Tengo lugares donde vivir, excelentes pretextos, todos los detalles arreglados. Sí, periódicamente actualizados. Podemos dispersarnos o vivir juntos, según nuestro gusto, pero estaremos cómodos durante al menos cincuenta años, si esta civilización dura tanto, y bien preparados si no dura. Entretanto podemos echar los cimientos de nuevas carreras.

—¿Estás seguro?

—Sé bastante sobre esto —dijo Peregrino—. Yo estoy seguro. Si tienes miedo, Aliyat, ¿por qué te dejaste sacar de esa cama?

Ella movió los ojos.

—Estaba aturdida, no sabía qué hacer, no podía pensar. Quería comprar tiempo.

—Ésa era también mi idea —dijo Peregrino a los demás—. Mantuve la boca cerrada, como ella, pero hoy debemos ser francos.

A pesar de su camaradería, Hanno se sobresaltó.

—¿Qué? —exclamó—. ¿Acaso opinas que debemos entregarnos? ¿Por qué?

—He oído la opinión de Sam Giannotti —respondió gravemente Peregrino—. Una vez que el mundo sepa que es posible la inmortalidad, podrá dársela a todos dentro de… ¿diez años? ¿Veinte? La biología molecular ya está muy avanzada. ¿Tenemos derecho a callar? ¿A cuántos millones o miles de millones condenaríamos a una muerte innecesaria?

Hanno reparó en el tono y replicó:

—No pareces muy convencido.

Peregrino hizo una mueca de dolor.

—No lo estoy. Tenía que plantear el problema, pero… ¿Podría sobrevivir la Tierra? —Señaló el paisaje que los rodeaba—. ¿Cuánto tardaría esto en estar lleno de cemento, o contaminado como una cloaca? Los humanos son tantos que ya se están asfixiando. Me pregunto si es posible escapar de la decadencia o la extinción. Nosotros podríamos adelantar ese desenlace.

—Practicarían el control de natalidad, cuando no necesitaran niños que los perpetuaran —dijo Macandal.

—¿Cuántos lo harían? —intervino Svoboda—. Y el suero de la inmortalidad no llegaría a todos de inmediato. Preveo graves disturbios, revoluciones, terror.

—¿Tiene que ser tan tremendo? —preguntó Tu Shan—. La gente sabrá qué esperar antes de que ocurra. Puede prepararse. No quiero perder lo que tenemos aquí.

—Ni tampoco abandonar a nuestros niños —añadió Asagao.

—¿Y qué sería de la Unidad? —dijo Macandal. Se volvió hacia Aliyat—. Tú sabes lo que significa para ti. Piensa en los miembros, tus hermanos.

La mujer siria se mordió el labio antes de responder.

—Corinne, de todos modos hemos perdido la Unidad. Si nos diéramos a conocer públicamente, no seríamos las mismas para esa gente. Tampoco tendríamos tiempo para ellos. Y todo el mundo observando… No, la Unidad sólo puede continuar en su forma actual si nosotras desaparecemos. Si es tan fuerte como esperamos, hallará nuevos líderes. En caso contrario, bien, no era tan gran cosa.

—¿Conque quieres ocultarte, ahora que sabes que estarás a salvo?

—No he dicho eso. Creo que no tendremos muchos problemas legales. Hanno aún puede pagar multas, y ganar el doble con conferencias, un libro, derechos para una película, patrocinios comerciales y… todo lo que ofrecerán a las mayores celebridades que conocerá el mundo, salvo por un Segundo Advenimiento.

—Excepto la paz —dijo Asagao con voz turbada—. No, me temo… Shan, esposo mío, me temo que nunca más tendremos la libertad del alma. Debemos pensar en los niños y luego retirarnos en busca del sosiego y la virtud.

—Detesto perder esta tierra —protestó Tu Shan.

—Aliyat tiene razón, igual te la quitarían —advirtió Hanno—. O te retendrían en custodia preventiva. Vosotros dos habéis vivido recluidos. No sabéis cuántos maniáticos asesinos hay allí fuera. Chiflados, fanáticos, envidiosos, alimañas que matarían sólo para llamar la atención. Mientras la inmortalidad no llegue a todos, necesitaremos un escuadrón de guardaespaldas a todas horas durante décadas, hasta que dejemos de ser la excepción. No, dejadme mostraros nuevos horizontes.

Se volvió hacia Aliyat.

—Esa clase de existencia puede parecerte atractiva, querida mía —continuó—. Riquezas, alta sociedad, fama, diversión. Quizá no te molestarían los peligros, la necesidad de guardias… —rió entre dientes—, siempre que fueran jóvenes, guapos y viriles, ¿eh? Pero usa el cerebro, por favor. ¿Cuánta libertad tendrías, cuántas oportunidades?

—Hablabais de hallar sentido y propósito en la Unidad —les dijo Svoboda a Aliyat y Macandal—. ¿No podemos ganarlos juntos, nosotros siete? ¿No podemos trabajar en secreto por lo que es bueno, y hacerlo mejor que en medio de un resplandor de luces y una tormenta de ruidos?

Aliyat apoyó la mano en la mesa. Macandal se la cogió.

—Desde luego, está claro que si alguno de nosotros decide revelar lo que es, los demás no podremos impedirlo —dijo Hanno—. Sólo podemos pedir que nos dé tiempo para ocultarnos. Por mi parte, yo pienso seguir escondido; ni yo ni los que vengan conmigo dejaremos pistas de nuestro paradero. Por lo pronto, no quiero estar visible cuando este país se transforme en la República Popular de América.

—No creo que eso sea inevitable —dijo Macandal—. Tal vez hayamos dejado atrás esa etapa de la historia.

—Tal vez. Mantengo mis opciones abiertas.

—Eso crearía un problema a quien decidiera quitarse la máscara —observó Peregrino—. Tú has guardado pruebas de que eres inmortal, ¿pero cómo podríamos los demás demostrar que no somos locos ni embusteros?

—Creo que podríamos brindar suficientes indicios para que las autoridades estuvieran dispuestas a esperar —reflexionó Macandal.

Hanno asintió.

—Además —admitió—, Sam Giannotti, de quien os he hablado, se sentiría liberado de su voto de silencio, y es un hombre respetado.

—¿No hablaría si todos desapareciéramos? —preguntó Svoboda.

—No, y en tal caso no cuenta con medios para respaldar una historia tan extravagante, y no se atrevería a difundirla. Sentirá pesar, por que es un sujeto decente, pero continuará con sus estudios. Trataré de seguir subsidiando el laboratorio Rufus, principalmente por él.

—¿De veras te propones liquidar tus compañías? —preguntó Macandal—. Perderías… ¿cuánto? ¿Cientos de millones de dólares?

—He ahorrado suficiente, y puedo ganar más —le aseguró Hanno—. La liquidación se debe realizar del modo más convincente y rápido que sea posible. Tomek morirá y será incinerado en el extranjero, de acuerdo con su testamento. Robert Cauldwell…, bien, será mejor que le ocurra algo similar, porque lamentablemente es una pista potencial. Joe Levine recibirá una oferta de empleo de una empresa de otro Estado… Oh, estaré atareado el resto de este año, pero tengo preparativos para diversas emergencias, y espero lograr que todo desaparezca con naturalidad. Inevitablemente habrá cabos sueltos, pero suele haberlos en la vida de todos, y los investigadores los dejarán pendientes una vez que entiendan que no los llevarán a nada. A los policías no les falta trabajo. No tienen un destino feliz.

—Pero podrías hacer tantas cosas con ese dinero —rogó Macandal—. Sí, y con el poder que tienes, que tenemos, la influencia de nuestra fama, a pesar de tantas desventajas… Tantas cosas que piden a gritos que alguien las haga…

—¿Crees que somos egoístas en nuestro afán de permanecer ocultos? —preguntó Svoboda.

—Bien… ¿Eso queréis?

—Sí. Y no sólo por mí ni por nosotros. Temo por el mundo.

Peregrino asintió. Svoboda le sonrió cálidamente, aunque sin alegría.

—No lo entiendes —le dijo a Peregrino—. Piensas en la naturaleza destruida, en el medio ambiente. Pero yo pienso en la humanidad. He visto revoluciones, guerras, colapsos, ruinas, durante mil años. Los rusos hemos aprendido a temer la anarquía ante todo. En todo caso preferimos la tiranía. Hanno, haces mal en considerar que las repúblicas populares, los gobiernos fuertes de cualquier especie, son siempre malignos. La libertad quizá sea mejor, pero el caos es peor. Si revelamos hoy nuestro secreto, desencadenaremos fuerzas imprevisibles. Religión, política, economía… ¿Cómo ordenará su economía un mundo de inmortales? Un millón compitiendo por sueños y temores, por los cuales el hombre guerreará en todo el mundo. ¿Puede soportarlo la civilización? ¿Puede soportarlo el planeta?

—Mahoma salió de ninguna parte —susurró Aliyat.

—Y muchos otros profetas, revolucionarios y conquistadores —dijo Svoboda—. Las intenciones pueden ser nobles. ¿Pero quién previó que la idea de democracia traería en Francia el Reino del Terror, a Napoleón y guerras por una generación? ¿Quién previó que después de Marx y Lenin vendría Stalin? Y Hitler. El volcán del mundo ya humea y tiembla. Si introducimos un elemento nuevo en el que nadie había pensado, yo desearía una tiranía que impidiera la explosión final; pero me pregunto si ese gobierno será posible.

—No será porque nadie lo haya intentado —comentó Hanno con hosca ironía—. Los políticos corruptos y peces gordos de Occidente, las dictaduras totalitarias, los tiranuelos que medran con el atraso, todos correrán a tomar el poder para siempre. Sí, la muerte nos priva de nuestros seres amados y al final de nosotros mismos. Pero la muerte también nos libra de ciertas inmundicias. ¿Nos atreveremos a cambiar eso? Amigos míos, ser inmortales no nos convierte en dioses, y mucho menos en Dios.

La nave de un millón de años
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