13
—En general, los varones indios trabajaban tanto como las mujeres —dijo Peregrino—. Ocurre que la división del trabajo estaba más definida que entre los blancos, y quienes visitaban los campamentos veían la labor de las mujeres.
—¿Pero las obligaciones de los hombres no eran más divertidas? —preguntó Svoboda—. Cazar, por ejemplo. —Tenía una expresión de embeleso. Estaba en presencia de un hombre que había pertenecido a esas fabulosas tribus, había experimentado el Salvaje Oeste.
Hanno pensó en encender la pipa. Decidió que no. A Svoboda le desagradaba y él fumaba menos por consideración a ella. Quizá pronto lo obligara a dejarlo del todo. Entretanto, pensó con resentimiento, ¿por qué no me hace preguntas a mí? Yo también vi la frontera americana. Conocí esta tierra donde estamos cuando era un páramo.
Miró por la ventana de la sala. El sol de la tarde relucía en el parque. Donde se acababa la hierba, un macizo de flores exhibía resplandores rojos, violáceos y dorados al pie de la cerca de alambre con alarma antirrobo que rodeaba la propiedad. Desde aquí no veía el camino que comunicaba con la carretera del condado, atravesaba un portón controlado eléctricamente y conducía a la mansión entre majestuosas hayas. Detrás de la cerca veía, en cambio, bosques cuyas rutilantes hojas aleteaban en el viento.
Un sitio encantador, el retiro ideal después de Nueva York, una paz donde él y Svoboda podían descubrirse mutuamente y ella podía conocer a Peregrino. Pero Hanno debía regresar a Seattle y a ciertos asuntos que había descuidado. Ella lo acompañaría. Le agradarían la ciudad y la campiña. Peregrino debería quedarse allí un tiempo, por si llegaba un mensaje de Macandal… ¿Cuándo dejarían esas mujeres de andar con rodeos? Svoboda ansiaba conocer a Asagao y Tu Shan. Hanno no debía pensar en apartarla de Peregrino. No era dueño de Svoboda, no tenía derecho a estar celoso, y de momento no había nada serio entre ambos… Sonó el teléfono. Peregrino se interrumpió en medio de una frase.
—Continúa —invitó Hanno—. Tal vez no haya que responder.
El contestador telefónico recitó sus instrucciones y emitió un bip. Se oyó una voz de mujer, rápida e inestable.
—Madame Aliyat desea hablar con el señor Tannahill. Es urgente. No deje de atender.
¡Aliyat! Hanno cruzó la habitación. Cogió el auricular de la mesa antigua.
—Hola, soy Tannahill. ¿Eres tú?
No, reconoció la voz de Macandal.
—Parlez-vous frangais?
¿Qué? Su mente dio un brinco.
—Oui. —Su francés no era perfecto pero lo había conservado actualizándolo mientras el idioma evolucionaba, pues a menudo era una herramienta valiosa—. Désirez-vous parler comme ci? Pourquoi, s’il vous plait?
Ella había tenido menos práctica en las últimas décadas. Hablaba despacio y con titubeos, y a veces Hanno debía ayudarla para que se expresara con claridad. Peregrino y Svoboda guardaban silencio. Notaron que la voz de Hanno se volvía acerada, que el semblante se le endurecía.
—Bien. Bonne chance. Au revoir, espérons-nous.
Dejó el auricular y se volvió hacia sus compañeros. Por un instante sólo se oyó el rumor del viento.
—Primero me cercioraré de que nadie más nos oiga —dijo al fin Hanno, y salió. El personal de la casa no fisgoneaba ni interrumpía a menos que fuera necesario, pero el inglés era la única lengua común.
Al regresar, se plantó con los brazos en jarras ante los otros dos.
—Era Corinne Macandal…, al fin, aunque con malas noticias. Ojalá recibiera aquí el New York Times.
Con voz dura, les describió el desastre de un par de noches atrás.
—Qué terrible. —Svoboda se levantó, tendiéndole la mano. Hanno no lo notó. Peregrino se quedó donde estaba, alerta como un lince.
—Pero tengo noticias peores —dijo Hanno—. Macandal tiene amigos en ciertos departamentos del gobierno, especialmente la policía. —Reconoció la pregunta tácita de Svoboda y sonrió con amargura—. No, no puedes llamarlos topos. Le deslizan datos o advertencias, y rara vez. Nada para malos propósitos, sólo para que no la sorprendan desprevenida. La clase de precaución natural en un inmortal. Yo también lo hacía, hasta que estuve en una posición donde era mejor mantenerse lejos del gobierno.
»Bien, después de mi visita ella quiso hacer algunas averiguaciones acerca de mí antes de comprometerse con un curso de acción, o inacción…, saber más de lo que yo estaría dispuesto a revelar. Así que llamó a esos contactos y descubrió que estoy bajo vigilancia desde poco antes de mi encuentro con ella. Es a petición de Edmund J. Moriarty. Sí, Neddy, el senador, mi bête noire. Aparentemente, le pertenezco.
Suspiró.
—Por mi parte, lo habría dejado en paz. Creía hacer un servicio público al fustigarlo. Pensé que debía a Estados Unidos esta pequeña ayuda, porque honestamente dudo de que el país sobreviviera a la presidencia de Moriarty. Un error. Debí haberme concentrado en nuestra supervivencia. Demasiado tarde.
Svoboda había palidecido.
—¿La policía secreta? —susurró.
—No, no. —Hanno le palmeó el hombro—. Tendrías que saberlo, después de tantos años en Occidente. ¿O has estado escuchando a izquierdistas europeos? La República aún no ha decaído tanto. Creo que Moriarty ha estado haciendo indagaciones, con la esperanza de hallar algo que desacreditara o incriminara a Kenneth Tannahill. Macandal no lo ve así. Supongo que lo admira, porque presuntamente él ha actuado en favor de los pobres. Ella está demasiado atareada para estudiar Historia. La revelación de que él me investigaba la ha disuadido de continuar nuestro contacto. Yo podría ser malvado. Ella tiene mucho que perder, no dinero, sino el trabajo de una vida.
—No importa —dijo Peregrino—. Obviamente, en esta crisis ella se ha creído obligada a avisarte.
—Es más que eso —replicó Hanno—. Hablamos con mucha circunspección. Deduzco mucho de lo que os diré de sus palabras indirectas, basándome en lo que antes sabía. Pero ella consultó a sus fuentes de Washington y descubrió que también la vigilan. Después de ese tiroteo, quizá Moriarty logre que el FBI intervenga en el caso. Es la Oficina Federal de Investigaciones, Svoboda, una especie de policía nacional. La conexión con las drogas, si no hay otra cosa. Aunque la Unidad luchaba contra el narcotráfico con mayor eficacia que ninguna agencia del Gobierno…, bien, ¿pudo Tannahill estar involucrado, ser el cerebro que planeó ese ataque? Lamentablemente, el miembro a quien mataron tenía una pistola y la usó. En Nueva York eso es más ilegal que atracar a una abuela. Desde el caso Goetz, los liberales norteamericanos claman por sangre. Macandal podrá probar su inocencia, pero antes lo pasará mal y cualquier cosa podrían salir a luz durante una investigación.
—Por no mencionar que Aliyat está en el hospital.
—Sí. No la han interrogado, dada su condición, pero cuando empiecen a asediarla será como arrojar grasa al fuego. Durante sus días de prostituta la arrestaron varias veces. Ya conocéis la rutina: arrebatos de moralidad pública, hostigar a las muchachas para demostrar celo por la aplicación de la ley, luego dejarlas salir. Le tomaron las huellas digitales varias veces a lo largo de los años. Y el FBI ha acumulado la mayor colección de huellas digitales de todo el mundo.
Peregrino gruñó como si le hubieran pegado en el vientre. Svoboda se mordió el labio.
—Bien, Macandal ya había decidido que debía dejar de vacilar, ponerse en contacto conmigo, tratar de averiguar por sí misma qué clase de sujeto soy —continuó Hanno—. Aliyat iba a venir este fin de semana como su representante… y exploradora. Una prueba de fuego, considerando lo que ocurrió entre nosotros.
»Primero pensaban despachar un mensaje urgente para concertar la cita, y yo debía responder por el mismo medio. Pero el tiroteo lo ha estropeado todo. Ahora ha decidido olvidar las sospechas y deliberar en serio. La comunicación por escrito resultaría lenta e incómoda. Una visita personal delataría demasiado, y no podemos organizar una visita clandestina deprisa. Es probable que hayan intervenido nuestros teléfonos… dadas las nuevas circunstancias, una palabra de Moriarty persuadiría a un juez de la fe política indicada… pero aun así parecía el único modo. En cuanto se retiraron la policía y los reporteros, sé fue de casa y me llamó desde la casa de un miembro. Es posible que ninguno de nuestros fisgones sepa francés. Les llevará tiempo hacer traducir la grabación, y usamos todos los circunloquios posibles. No creo que hayamos dejado pruebas tangibles de que era ella quien hablaba. Aun así, se ha comprometido en mayor o menor grado. Fue un acto de valentía.
—Pero necesario —dijo Svoboda—. Nuestro secreto nunca ha corrido tanto peligro, ¿verdad?
—Ante todo ella quería darnos la oportunidad de escabullirnos, volvernos invisibles. —Alzó el puño—. ¡Por Dios, tiene un gran corazón! Ojalá pudiera decir lo mismo de su cabeza. Por el momento, propone terminar con la farsa, olvidar todo.
—¿Tanto confía en el gobierno? —le preguntó Svoboda.
—Creo que no será peligroso para ella —dijo reflexivamente Peregrino—. No al principio, al menos. Será difícil para nosotros. Especialmente para ti, Hanno.
El fenicio rió.
—Enronquecería enumerando mis delitos. Para empezar, las identidades falsas, más tarjetas de Seguridad Social y balances impositivos anuales, por no mencionar mis licencias, certificados de nacimiento y defunción, pasaportes… Oh, he sido un personaje desesperado.
—Tal vez te traten con indulgencia, e incluso te perdonen —dijo Peregrino—. Así como al resto de nosotros, por nuestros delitos menores. Causaríamos tal sensación… —Hizo una mueca—. En el peor de los casos, unos años en la cárcel no nos molestarían demasiado. —El tono daba un mentís a las palabras. Evocaba cielos inmensos y horizontes sin límite.
—No, podría ser muy peligroso —declaró Hanno—. Podría resultar letal para nosotros y varios testigos. No pude explicar por qué telefónicamente, con la prisa, los posibles fisgones y su mal francés, pero convencí a Macandal de que debemos tener en cuenta las consecuencias antes de revelar quiénes somos… Un juicio apresurado sería totalmente irresponsable.
—Por lo que me has dicho sobre ella —dijo secamente Peregrino—, ése habrá sido un argumento difícil de resistir.
—Ella sabe, por Aliyat, que he vivido mucho tiempo. Me atribuirá más conocimiento del mundo del que ella tiene. Desaparecerá y actuará con cautela hasta que podamos evaluar mejor la situación.
—¿Cómo va a lograrlo?
—Oh, es fácil, si tiene una organización leal —dijo Svoboda—. Puedo imaginar muchas triquiñuelas. Por ejemplo, una mujer parecida a ella va a la casa. Dentro, se cambian la ropa, y sale Macandal. En la oscuridad eso funcionaría. Su gente la oculta hasta que pueda llegar a un refugio que sin duda ella preparó de antemano.
—¿Cómo nos pondremos en contacto después, sin saber nuestro nuevo domicilio ni nuestro alias? —preguntó Peregrino.
—Macandal debe haber contado a su camarada Aliyat cuáles son las posibilidades.
—¿Cómo nos avisará Aliyat? Más aún, ¿para qué perdemos tiempo con esta conversación, cuando ella está prisionera y los polizontes pronto tendrán indicios de su naturaleza? ¿Macandal no te habló de eso, Hanno?
—No —dijo el otro hombre—. No se le había ocurrido. Estaba alarmada, desconcertada, agitada, apesadumbrada, agotada. Me asombra que pudiera hilar los pensamientos. Como deseo que se escabulla, me abstuve de mencionar ese problema. Además, la situación de Aliyat no es desesperada.
—Chto? —exclamó Svoboda—. ¿Qué quieres decir?
—La verdad no se revelará de la noche a la mañana —les recordó Hanno—. Tal vez no se revele nunca. No estoy seguro de que las copias de esos oscuros archivos policiales de hace décadas hayan ido a Washington. En tal caso, si deciden investigar, les llevará tiempo. Y luego, si descubren una identidad…, bien, Thomas Jefferson, uno de los hombres más lucidos que hubo, dijo una vez que estaba más dispuesto a creer que unos profesores yanquis habían mentido y no que caían piedras del cielo. Sería científicamente más comprensible que hubo una confusión en los documentos y no que un ser humano conservó la juventud cincuenta o cien años.
Svoboda frunció el ceño.
—Si Aliyat está en sus manos, pensarán otra cosa. Y tal vez Aliyat decida contar todo lo que le convenga.
—Es muy posible —convino Hanno, recordando—. Oh, mil cosas podrían andar mal, desde nuestro punto de vista. Veamos si podemos efectuar alguna acción correctiva. Con ese propósito y por razones más obvias, nos largaremos esta noche.
—Dices que vigilan el portón —comentó Svoboda—. No sé cómo. No he visto un coche aparcado ni hombres en esa carretera rural.
—No sería necesario. Bastaría con poner una cámara de televisión en miniatura, con baterías, en los arbustos de enfrente. Tal vez recuerdes que la carretera termina en el lago. Para ir a otra parte, tomas la dirección contraria y pasas el Albergue del Sauce. Sin duda, dos o tres personas se hospedan allí desde hace un tiempo y pasan más tiempo en la cabaña de lo que es habitual para un veraneante.
—Puedes ensalzar cuanto quieras la tecnología moderna —gruñó Peregrino—. Yo tengo la creciente sensación de paredes que se cierran.
—¿Cómo los evadiremos? —preguntó Svoboda, venciendo con firmeza el miedo y la desesperación.
Hanno sonrió.
—Todo zorro tiene una guarida con dos agujeros. Empaquetemos lo necesario. Tengo bastante dinero en efectivo a mano, junto con cheques de viaje, tarjetas de crédito y documentos de identidad que no llevan el nombre de Tannahill. Contaré a los criados una historia plausible, que contendrá un elemento para despistar. Esta noche… Un panel de la parte trasera de la cerca se abre sin afectar la alarma, si se sabe qué hacer. Conduce al bosque, y la aldea está a cinco kilómetros. Allí hay un hombre que vive solo, solterón y rezongón, a quien le gusta mi revista, aunque objeta que es demasiado izquierdista. Siempre trato de cultivar alguna relación, cuando me asiento por un período largo, alguien que estará dispuesto a hacerme ciertos favores sin mencionarlos a nadie. Él nos conducirá hasta un tren o autobús. Quizá convenga efectuar transbordos, pero aun así, mañana estaremos en Nueva York.