28

En los últimos meses, mientras la Piteas avanzaba cada vez más despacio hacia su destino, el universo volvió a ser familiar. Resultaba extraño que una noche cuajada de estrellas brillantes que no parpadeaban, ceñidas por la escarchada ruta de la galaxia, donde las nebulosas horneaban nuevos soles y mundos mientras monstruosas energías radiaban alrededor de los que morían, donde la luz de otros fuegos de artificio había partido antes del nacimiento de la humanidad, diera una sensación de hogar. Allí delante, Tritos tenía apenas la mitad del brillo de Sol, un tono amarillo que evocaba otoños en la Tierra. Pero también era un hogar.

Los instrumentos escrutaban la menguante distancia. Había diez planetas en órbita, cinco de ellos gigantes gaseosos. El segundo a partir del sol se desplazaba a un radio de menos de una unidad astronómica. Poseía un satélite cuya trayectoria excéntrica indicaba que la masa primaria equivalía a dos y un tercio de la terrícola. Pero esa esfera, aunque más cálida, presentaba temperaturas razonables, y su espectro atmosférico revelaba los desequilibrios químicos propios de la vida.

Semana tras semana, y luego día tras día, la excitación creció en la nave. No había modo de aplacarla, y pronto hasta Tu Shan y Patulcio desistieron de intentarlo. Estaban entusiasmados; quizá los aguardaran maravillas, y llegaban por fin, al menos temporalmente, al fin de la travesía.

Las paces con Hanno, que cada cual había establecido en sus propios términos, no desembocaron en la camaradería de otros tiempos. Ahora existía cierta cautela. ¿Qué nueva exigencia impondría él, y cómo reaccionarían los demás? Había prometido que al final seguirían viaje a Feacia. ¿Pero cuándo sería eso, si llegaba a ocurrir? ¿Podría traicionarlos? Nadie hacía acusaciones, ni siquiera cavilaban mucho sobre el asunto. La conversación solía ser despreocupada, cuando no íntima, y él volvió a participar en algunos pasatiempos, aunque ya no intervino en sueños compartidos una vez que se cumplió el propósito de adiestramiento. Seguía siendo un extraño en quien nadie confiaba, salvo Aliyat, y poco, excepto corporalmente.

Hanno no intentó hacerles cambiar de actitud. Sabía que era inútil, y además sabía cómo pasar el tiempo entre gente extraña.

Tritos se aproximaba.

La Piteas emitió señales: radio, láser, neutrinos. Sin duda, los alloi habían detectado la nave desde lejos, cuando hendía el polvo y el gas del espacio, cuando frenaba con las llamas que escupía el motor. Los receptores no captaban ninguna respuesta.

—¿Adonde se han ido? —preguntó Macandal—. ¿Hemos viajado tanto para nada?

—Aún estamos a muchas horas-luz —le recordó Peregrino, con paciencia de cazador—. No es fácil comunicarse. Es imposible con ondas electromagnéticas, mientras lanzamos ese chorro de llamas a proa. Y… yo observaría a un recién llegado, antes de abandonar mi refugio.

Ella meneó la cabeza con enfado.

—Olvida la Edad de Piedra. La guerra o la piratería entre las estrellas no sólo serían obscenas, sino absurdas.

—¿Estás segura? Además, nosotros podríamos ser peligrosos para ellos, o ellos para nosotros, de modos que ninguno de ambos ha logrado imaginar.

Tritos resplandecía. Sin magnificación, sólo con la luz detenida, contemplaban el disco, las manchas, las llamaradas. Cerca de la estrella flotaba una chispa color blanco azulado, el segundo planeta. La espectroscopia daba detalles de las superficies terrestres y acuáticas. El aire consistía principalmente en nitrógeno y oxígeno. Los viajeros cambiaron de curso para interceptarlo y lo bautizaron Xenogea.

Al fin la Piteas anunció:

—¡Atención, atención! Se detectan señales en código.

Los ocho se apiñaron en la sala de mando, lo cual no era físicamente necesario. Podrían haber participado desde sus cabinas. Simplemente, les resultaba imposible no estar codo con codo, compartiendo la respiración.

El mensaje empleaba el mismo sistema básico de los robots —doce años atrás en tiempo de a bordo, tres siglos y medio cósmicos— excepto por ajustes relativistas que ya no se requerían. Les llegó por radio UHF, desde popa, sorteando una ionización que ya no era enorme pero podía interferir.

—La fuente es un objeto relativamente pequeño a un millón de kilómetros de distancia —informó la Piteas. Presumo que lo han puesto en órbita aguardando nuestra aproximación. Ahora está acelerando para concordar con nuestros vectores. La radiación es débil, lo cual indica alta eficiencia.

—¿Un bote? —preguntó Hanno—. ¿Tiene nave madre?

La Piteas ensambló las imágenes recibidas, que cobraron vivida existencia. Primero apareció un paisaje estelar, luego la inequívoca Tritos (similar a la imagen que ofrecía una de las pantallas), luego una toma vertiginosa de acercamiento: formas, colores, un objeto que giraba alrededor de otro más grande.

—Eso ha de ser Xenogea —dijo Patulcio en medio del silencio—. Allí han de estar.

—Creo que nos están preparando para el próximo paso —dijo Yukiko.

La representación se esfumó. Apareció una forma nueva.

Al principio no pudieron discernirla. Los contornos y las dimensiones matemáticas eran demasiado exóticos, demasiado desconcertantes. Así había sido para Svoboda y Peregrino cuando vieron por primera vez montañas altas: nubes de nieve, un cielo rugoso… ¿qué?

—¿Más arte? —preguntó Tu Shan—. No crean imágenes como las que crean los humanos. Creo que no tienen los mismos sentidos.

—No —dijo Hanno—, esto debe de ser un holograma directo. —Sentía la carne de gallina—. Quizá no saben cómo vemos nosotros, pero la realidad es la misma para todos…, espero.

La forma se desplazó en una lenta pirueta que la revelaba desde todos los ángulos. Abandonó la escena y regresó con un terrón blando. Procedió a modelarlo dándole varias formas geométricas: esfera, cubo, cono, pirámide, anillos entrelazados.

—Nos está diciendo que es inteligente —susurró Aliyat, al tiempo que se persignaba sin pensarlo.

La visión empezaba a adaptarse. Si la forma era de tamaño natural, el original tenía ciento cuarenta centímetros de altura. En el centro había un tallo verde que relucía y titilaba, apoyado en dos miembros delgados y flexibles o multiarticulados, los cuales terminaban en varios dígitos bifurcados. De la parte superior brotaban dos brazos similares. Éstos se bifurcaban y subdividían dendríticamente, hasta que los observadores no pudieron contar la cantidad de delicados «dedos» arácnidos. Desde los flancos salían un par de alas o membranas, con una envergadura igual a la altura. Parecían hechas de nácar y polvo de diamantes, pero ondeaban como la seda.

Al cabo de un largo rato, Tu Shan murmuró:

—Si esto es lo que son, ¿cómo podremos conocerlos?

—Como conocimos a los espíritus, tal vez —respondió Peregrino en voz baja—. Recuerdo las danzas kachina.

—Por el amor de Dios —exclamó Svoboda—, pero ¿qué estamos esperando? ¡Mostremos nuestra imagen!

—Desde luego —asintió Hanno.

Las naves continuaron juntas hacia el mundo viviente.

La nave de un millón de años
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