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Oscura y frondosa

Jack el Destripador dijo:

—Ésta es la más difícil de tus encrucijadas, Fernando. —Fernando tenía los codos sobre el escritorio y la cabeza entre sus manos. Estaba pálido. Como si acabara de atravesar una terrible enfermedad, o como si aún estuviera en medio de esa borrasca. El Destripador dijo—: Siempre llega un momento en que un asesino se pregunta si lo que está haciendo está bien o está mal. Rayos, Fernando. Esas palabrejas, bien, mal, nada significan para un verdadero asesino. Está al margen de ellas. Tan al margen de ellas como de la ley. ¿Comprendes?

—La violé, Jack —dijo Fernando. Una lámpara iluminaba sólo la mitad de su rostro. La habitación casi estaba en penumbras. Fernando añadió—: La ultrajé.

Jack encendió su pipa.

—Oye, Fernando, los asesinos seriales nunca nos hemos llevado bien con esa cosa oscura y frondosa que las mujeres tienen entre las piernas. ¿O quieres que te narre los estragos que hacía mi escalpelo por esas latitudes?

—La ofendí, Jack —lamentándose, Fernando—. Ella no merecía eso.

—Ése es el punto: ¡ella! —exclamó el Destripador. Y continuó—: Te lo advertí, Fernando: el momento en que debieras matar a alguien a quien amaras, inexorablemente llegaría. Y llegó. ¿Qué harás ahora?

—Sufrir.

—¿Sólo eso?

—Y seguir matando.

Jack el Destripador sonrió satisfecho.

—Ése es mi muchacho.

Orgulloso, dijo.