10
Vacilaciones de Fernando
Fernando Castelli acababa de apagar el televisor. No sabía con certeza qué hacer. Arrojó a un costado el control remoto. Terminó su Coca-Cola.
—¿Vas a permitir esto? —preguntó Jack el Destripador.
Estaba en su sillón predilecto, otra vez prolijándose las uñas con su escalpelo. ¿Por qué diablos se prolijaba tanto las uñas?, se preguntó, entre otras mil preguntas que lo acosaban, Fernando.
—Déjeme pensar, Jack —dijo—. Déjeme pensar.
—No hay nada que pensar —dijo, muy serenamente, el Destripador—. Sólo tienes que ir a buscarla y cortarla en pedacitos. Y luego, con uno de esos pedacitos, quiero decir, con su oreja, escribes con sangre…
—¡Basta, Jack! —exclamó Fernando—. No todo se arregla tan fácilmente. No todo se arregla destripando a los demás.
—¿Quién dijo que destripar a los demás es fácil? —se extrañó Jack—. Hay que tener mano firme para tal cosa, Y tú, en fin, no sé si tú tienes mano firme, Fernando.
—¿Y quién sino yo mató a Lupe Quintana? —preguntó, a punto de perder la calma, Fernando.
Siempre sereno, respondió el Destripador:
—Tú la mataste, es verdad. Pero ¿y ahora? Ahora vacilas, Fernando. Vacilas ante la ira, la insolencia y las lágrimas de una mujer. Y eso no es digno de un gran asesino.
—No quiero salir como un loco a matarla —dijo Fernando.
—¿Quién habla de salir como un loco? Cuerdamente, digo. Con la mente fría. Con las manos hábiles. Porque, Fernando —la voz de Jack tuvo una sonoridad sombría, amenazante—, o tú la matas… o ella te destruye.
Dicho lo cual, se esfumó.
Aprovechando su ausencia, Fernando se tomó un lexotanil de 3 mg.