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Cuestión de preferencias
A Colombres se lo veía fatigado, más pálido y ojeroso que de costumbre. No obstante, Nelly no lo veía así, puesto que estaba concentrada, dedicada absolutamente, a la tarea de cocinar una milanesa, que, según todo parecía indicarlo, marchaba esta vez por el adecuado camino de su freimiento.
Tanto, que Nelly se atrevió a decir:
—Esta vez no se quema. Un manjar te doy.
—No te gastés mucho, nena —argumentó Colombres—. Estoy un poco inapetente.
—Qué palabra fea esa —dijo Nelly—. «Inapetente». Rima con «impotente».
Colombres se sirvió un vaso de tinto.
—No es el caso —orgulloso, dijo.
—Me alegro —aceptó Nelly—. Porque hoy estoy un poco… encendida. Toda fuego por dentro. Una brasa. Después me llevás a la cama y me hacés pelota. ¿Sí?
Colombres se tomó casi todo el vaso. Un buen tinto. Le dio algo del calor que necesitaba, porque la frase de Nelly había enfriado su valiente —pero hasta cierto punto— corazón. «Viene pesada la mano», se dijo. No esperaba dos combates de fondo en el mismo día. Había conseguido —el hombre tenía sus mañas y no ignoraba cómo pilotear ciertas encrucijadas de la vida— lucirse esa tarde con la difícilmente saciable Lucía Peña, pero ahora necesitaba reposar, no salir otra vez al cuadrilátero, sino quedarse en su rincón, tranquilo y protegido. «Basta de piñas por hoy», pensó. Y dijo:
—No sé, Nelly. Esta noche… no sé. Será el tiempo. Está todo muy húmedo, ¿no? Como pegajoso.
Nelly se encogió de hombros.
—¿Y a mí qué? Yo no me encamo con el Servicio Meteorológico. —Siguió friendo la milanesa. Siempre el chicle en su boca, triturado sin cesar entre sus dientes briosos. Preguntó—: ¿Qué le pasa al míster? ¿No quiere ir al frente hoy? ¿Quiere arrugar?
—No, no es eso. Tuve un día difícil. Preferiría dormir.
—¿Ah, sí? Y yo preferiría coger. —Sacó la milanesa de la sartén, la puso sobre un plato y la colocó en la mesa, frente a Colombres—. Tomá, salió fenómena. Alimentate. A ver si se te levanta un poco el ánimo. —Se sentó frente a él. Y, con esa extraordinaria habilidad que tenía para mascar su chicle y, a la vez, hablar, dijo—: Decime, Colombres, insisto: ¿para qué te metiste con una pendeja? ¿Para decirle «preferiría dormir»? ¿Vos te lo imaginás a Tom Cruise diciéndole a una de sus minas «preferiría dormir»?
Colombres se sirvió otro vaso de vino. Dijo:
—Pero ésos son los ratones que te meten en el bocho esas revistas de mierda que leés. Tom Cruise arruga como todo el mundo, nena.
—Tom Cruise no arruga nunca —muy segura, Nelly.
—Arruga, arruga. Todos arrugan alguna vez.
—Bueno, pero, hoy, vos… no.
Un silencio largo, prolongado se instaló entre ellos. Nelly golpeteaba la mesa con sus uñas muy largas y muy rojas. Por fin, preguntó:
—¿Y? ¿Cómo se resuelve este asunto?
Colombres empezó a comer la milanesa.
—¿Qué asunto?
—Este asunto. El de las preferencias.
—¿Qué preferencias?
—Ya sabés qué preferencias, chabón. Vos preferís dormir. Yo prefiero coger. ¿Qué hacemos?
Colombres liquidó de un trago su segundo vaso de tinto. Resignado, dispuesto a abandonar su esquina, a buscar el centro del cuadrilátero, a ganar otra vez la corona mundial de todos los pesos, dijo:
—Cogemos, Nelly, cogemos.