18
Una visita inesperada
Después de ver a Lucía Peña alejarse, el inspector Colombres se dirigió al videoclub El Beso de la Muerte. Una vaga confusión lo dominaba. ¿Qué hacer con esa mujer devoradora? ¿Tenía algún sentido esa relación? Pero… ¿tienen que tener sentido las relaciones? ¿O alcanza con que sean placenteras? Pero… ¿era placentera? ¿No le generaba una culpa excesiva?
Agobiado por estos y otros interrogantes llegó hasta Fernando.
—Necesito una comedia, Fernando —dijo—. Algo que me haga reír, que me haga olvidar. Estoy, no sé, preocupado.
Fernando sonrió, comprensivo y certero: tenía el remedio.
—La Adorable Revoltosa, inspector. Katharine Hepburn y Cary Grant, 1958, dirigida por Howard Hawks. ¿Una opinión personal? La mejor comedia de todos los tiempos.
Colombres extrajo la servilleta en que Lucía había escrito la dirección de su atelier. La miró: ¿sería ese lugar el lugar de su perdición, de su definitivo extravío? Miró a Fernando.
—¿La Adorable Revoltosa? —preguntó. Y dijo—: Qué hermoso título. La llevo. —Vovió a mirar la servilleta. La hizo girar entre sus manos. Fernando la observó con fijeza. Colombres dijo—: Pero, claro, una comedia alivia. Alivia pero no cura.
—¿De qué tiene que curarse usted?
Colombres confesó su padecimiento:
—Hay una mina que me tiene trastornado. Que me reviró la vida. No sé cómo sacármela de encima, Fernando. No puedo.
Fernando nada dijo. Pero miró con presteza —una vez más— y con impecable, infalible atención esa arrugada servilleta de papel que Colombres giraba angustiosamente entre sus dedos. Así, la dirección del atelier de Lucía Peña quedó grabada a fuego en su mente joven, ágil, peligrosa y final.
Colombres negó con su cabeza.
—No —dijo—, no, hoy no voy, eh. Hoy la planto.
—Tiene que ser fuerte, inspector. Nelly es una buena piba —con acento persuasivo, Fernando.
Colombres guardó la servilleta. ¿Era la intensa luz que venía de la calle o le brillaban los ojos? «Es un tierno», pensó Fernando.
—Eso es lo que más me duele —confesó Colombres—. Hacerle esto a Nelly. A ella justamente, pobrecita, que es… es, qué sé yo, una santa.
—No vaya, inspector —lo instó Fernando—. Usted puede. Piense en Nelly. —Hizo una pausa. Y, luego, indagando en la conciencia atormentada del inspector, preguntó—: ¿Tan trastornado lo tiene… esa mujer? —Y señaló el bolsillo en que el inspector había guardado la servilleta.
—Mucho, pibe. Me está quemando la vida.
—Supongo que sí —aceptó Fernando—. Y dígame… ¿a qué hora lo espera?
—A las nueve —resopló Colombres—. A las nueve de la noche.
Fernando sonrió ampliamente.
—Todo arreglado, inspector. Vea, a las ocho ponga La Adorable Revoltosa. Y a las diez menos veinte todavía va a estar en su casa. Viendo el final… y con Nelly. Es una receta infalible, inspector. Se salvó.
Colombres lo miró casi conmovido. Le dio una cariñosa palmada en un hombro y se fue.
Fernando anotó en una tarjeta la dirección del atelier de Lucía Peña, quien, esa noche, habría de recibir una visita inesperada.