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Un gato monstruoso
La mujer de la limpieza descubrió el cadáver. El portero avisó a la policía. En menos de media hora, el comisario Pietri estaba allí.
Lo recibió el médico forense.
—Siempre llega antes que yo, usted —dijo Pietri.
—Pero usted nunca llega tarde —respondió el forense—. Siempre llega a tiempo para todo.
Pietri lo miró: ¿ironizaba? Decidió ignorar la cuestión. Preguntó:
—¿Dónde está el cadáver?
Fueron al dormitorio.
El cadáver de Ana Espinosa yacía sobre la cama.
—Hay una novedad con relación a los casos anteriores —dijo el forense—. Es algo que voy a confirmar adecuadamente en la autopsia, pero puedo adelantárselo ya.
—Pietri no respondió. Miraba el cadáver. Se había desangrado extremadamente. Esos cortes en la garganta eran devastadores. El forense dijo: —Esta mujer fue violada, comisario. Hay semen en el conducto vaginal y escoriaciones varias. Insisto: lo voy a confirmar en la autopsia. Pero fue violada. Y ya estaba muerta cuando el hecho ocurrió.
Pietri miró un espejo que había sobre la cama. Escrito con sangre estaba el fatídico nombre que rubricaba los crímenes:
VAN GOGH
Pero no fue esto lo que despertó su atención. Estaba, ya, acostumbrado a encontrarse con cadáveres y con el nombre Van Gogh escrito en sangre. Fue, precisamente, la sangre, o, más precisamente, la falta de sangre el hecho discordante en ese cuadro de muerte.
El cadáver de Ana se veía desangrado, pero no había sangre en la colcha ni había sangre en el piso. ¿Cómo era posible?
El forense lo explicó. Dijo:
—La sangre se la bebió el gato, comisario. —Señaló un rincón de la habitación—: Ahí lo tiene.
Glazounov, desmedidamente hinchado, con el hocico teñido por la sangre de Ana, yacía en el rincón que el forense había señalado, patas arriba, muerto.